Por Joaquín Morales Solá.- Fue un derroche de alegría, casi una asunción presidencial. Fueron dos días en los que Sergio Massa se constituyó como único protagonista, en medio de un contexto social en el que la crisis es la protagonista excluyente. La crisis, no él. En medio de una sociedad que sufre otra vez los estragos de la inflación, la reiterada ineptitud del Gobierno para enfrentarla y a una dirigencia gobernante que no disimula sus guerras ni sus diferencias ideológicas ni su increíble felicidad. Al lado de Massa, en el acto de asunción, estaba un Presidente abatido que pedía permiso para hablar. “Yo no subestimaría a un Alberto Fernández públicamente humillado”, advirtió un dirigente que conoce a todos los que conducen la coalición gobernante.
Massa es así. Avanza, se sobregira y va dejando heridos. Pero le cambió al peronismo la condición de los privilegiados, que, según su vieja superstición, eran los niños. Los únicos privilegiados de Massa son los empresarios amigos. En la fiesta de su asunción había más empresarios que políticos. Y Massa viene de presidir la Cámara de Diputados, donde tenía un diálogo diario con muchos legisladores de la oposición. No fue ninguno o no invitó a ninguno. “Es un facilitador de negocios”, lo justificó uno de los más conocidos empresarios. ¿Un facilitador de negocios para el país o para sus amigos? La mayoría de los empresarios que estuvo en ese acto pertenece a la estirpe de lo que necesitan del Estado para consolidar sus fortunas. Sobre todo, concesionarios de petróleo, gas y minería o dueños de empresas de servicios públicos. Ellos pueden estar tranquilos. Massa no los humillará ni los traicionará. Viviana Canosa fue la primera víctima de esas relaciones peligrosas.
Tanta alegría para tan poco. Imposible no recordar el célebre poema de Mario Benedetti: “Aquí en la calle suceden cosas que ni siquiera pueden decirse. Seré curioso, señor ministro: ¿de qué se ríe?”. La crisis argentina ya no tolera más gradualismos; sin embargo, los anuncios de Massa hurgan en el bolsillo de los privados, no en los del Estado. Las tarifas de electricidad subirán para una mayoría inmensa de los argentinos un 200 por ciento y las de gas superarán el 100 por ciento. Será un golpe en el plexo solar de la clase media, que tiene ya los dedos destrozados de tanto aferrarse al muro para no caer al abismo de la pobreza. La actualización de las tarifas es necesaria, pero el tamaño de los aumentos es consecuencia de que postergaron la solución del problema durante más de dos años.
Massa se comprometió a congelar la planta de empleados públicos. Si cumpliera la promesa (Silvina Batakis prometía lo mismo mientras el Boletín Oficial daba cuenta de nuevas incorporaciones a la administración pública), significará que no entrará nadie más al Estado, pero tampoco saldrá nadie. El kirchnerismo aumentó en más de un millón de personas la planta estable de empleados públicos. Muchos de esos empleos sirven para disimular el desempleo, otros para beneficiar a los amigos y un tercer grupo corresponde a la militancia rentada. No hubo ningún anuncio sobre recortes a los gastos de las empresas del Estado, que se llevan anualmente cerca de 2000 millones de dólares. Solo Aerolíneas Argentinas, controlada por esa agencia de empleos que es La Cámpora, necesita de la asistencia anual de unos 700 millones de dólares. Massa anunció también que el Banco Central no emitirá más para financiar al Estado. Hizo de la necesidad una virtud. El Banco Central está tocando el límite de la ley para auxiliar al Tesoro. Un paso más y Miguel Pesce deberá darles explicaciones a los jueces. Puede haber emisión tercerizada para beneficiar al Estado. El ministro anunció que les pedirá dinero a los bancos y estos reclamarán, si es que conceden esos créditos, bonos del Banco Central, que se pagan con emisión. También dijo que negociará un anticipo de las liquidaciones de las exportaciones del campo; es como pedir un anticipo de sueldo. Sirve para resolver el problema de hoy, pero hipoteca el futuro. No anunció, en cambio, ninguna medida cambiaria; por el contrario, descartó una devaluación del dólar oficial. La subvaluación del dólar oficial es una de las razones que explica la escasez de reservas de dólares del Banco Central. Según la mayoría de los economistas, la escasez es ya terminal: la reservas son negativas. Es decir, no hay reservas. Esas tres cuestiones (déficit, tipo de cambio y emisión) son los problemas pendientes de la crisis argentina. Solo decidió que los privados paguen muchísimo más por los servicios públicos y no anuló la decisión de Batakis de un revalúo inmobiliario, que será otro saqueo a los bolsillos privados. Su estrategia es diáfana: patear los problemas para adelante. Se imagina como Fernando Henrique Cardoso (que pasó en Brasil de ministro de Economía a presidente de su país), pero su política es la de Kicillof en tiempos de Cristina Kirchner. Que todo se resuelva después, si hay un después.
Massa es un abogado tardío, no un economista. Su equipo, para peor, es mediocre. Ninguno de los economistas con nombre que lo frecuentaba (Roberto Lavagna, Martín Redrado, Diego Bossio o Miguel Peirano) figura entre sus colaboradores. Nombró primero como viceministro, y luego postergó el nombramiento, a un economista con cierto prestigio. El problema de Gabriel Rubenstein es que sus críticas a Cristina Kirchner y al Presidente existieron y son muy recientes. Irresponsable, corrupta e incapaz, dijo de la vicepresidenta. Al gobierno de Alberto Fernández lo calificó como una administración “desbordada, deficitaria e ineficiente”. En tales adjetivaciones no suelen caer ni los economistas más renombrados (De Pablo, Melconian, Szewach, Ferreres o Spotorno, para citar solo a algunos). Ellos critican situaciones o políticas, no a personas con nombre y apellido. Solo el alegato oral más estridente y serio que se haya escuchado contra la corrupción de la familia Kirchner, la del fiscal Diego Luciani, explica que Cristina Kirchner esté tolerando no solo a Massa, que la venció electoralmente y después prometió meterla presa, sino a su eventual viceministro, que la calificó como la presidenta más irresponsable de la historia. Hay que explicarla: cierta fortaleza electoral, no la victoria por ahora, le permitiría a Cristina en un futuro no tan lejano huir de las comisarias. Massa es producto de su desesperación judicial, no de un cambio ideológico.
Con todo, ella ya tomó distancia de Massa. La foto que mostró, cuando lo recibió como ministro designado, parecía una de esas fotos del paranoico Putin. Él sentado en la cabecera de una larga mesa y su interlocutor en la otra cabecera, lejos. Así estaban Cristina y Massa. ¿Temía Cristina contagiarse de Covid? Un día antes mostró una foto en la que se abrazaba a la entonces vicepresidenta electa de Colombia. Todo indica que le temía más al contagio de Massa que al del Covid. Si le fuera bien a Massa, improbable con las decisiones anunciadas hasta ahora, la vicepresidenta no podrá con su genio y le obturará el camino. Ya lo hizo con Guzmán y con Batakis, a los que le fue mal porque, entre otras razones, no pudieron hacer lo que Massa anunció que hará. ¿Por qué no lo haría con Massa, al que le tiene más rencor y desconfianza que a los otros dos?
Hay opositores de Juntos por el Cambio con una vieja relación con Massa (Rodríguez Larreta, Gerardo Morales, Cristian Ritondo y Emilio Monzó, entre otros), que deberán cuidarse en adelante. Una cosa es el diálogo institucional y otra cosa es el pegoteo cómplice con un ministro que llegó con aires de presidente para cerrarles a ellos el acceso al poder. El diálogo institucional es casi imposible con un Gobierno que no cesó la persecución judicial contra funcionarios del anterior gobierno con causas generadas en su inmensa mayoría por los servicios de inteligencia del kirchnerismo.
En alguna curva de su camino, a Massa lo aguarda también el Presidente inútilmente humillado. En 2019, Alberto Fernández rescató a Massa de la vergonzosa derrota en las elecciones legislativas de 2017, cuando en la provincia de Buenos Aires, su distrito, sacó poco más del 10 por ciento de los votos. Massa le devolvió el favor al Presidente castigándolo con una jubilación anticipada. Fue un golpe de palacio. Se equivocó de nuevo: un político herido es un peligro potencial, un artefacto que puede explotar en un lugar incierto, en un momento fortuito.
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