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Academia Pontificia de Ciencias: un ejemplo de ecumenismo

El nombramiento de Werner Arber como presidente de la Pontificia Academia de Ciencias ha complacido a la comunidad científica internacional y reviste un significado ecuménico. La búsqueda del saber es una de las tareas más dignas del ser humano y que la Iglesia siempre alentará ese crecimiento hacia la verdad pues la fe y la razón son como “las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”.Por Antonio M. Battro (Buenos Aires)

Por Battro, Antonio M. El nombramiento de Werner Arber como presidente de la Pontificia Academia de Ciencias ha complacido a la comunidad científica internacional y reviste un significado ecuménico.Werner Arber (Gränichen, Suiza, 1929), designado por Benedicto XVI nuevo presidente de la Pontificia Academia de Ciencias, sucede a Nicola Cabibbo (1935-2010) uno de los mayores físicos europeos, experto en el estudio de partículas, famoso por sus investigaciones sobre las interacciones débiles y quarks.
Una personalidad ejemplar que nos ha dejado el legado de una conducta moral y científica impecables. Su sucesor sigue el mismo camino. Arber es considerado uno de los artífices de la formidable revolución en genética molecular que ha abierto campos de singular importancia en el conocimiento de la vida. Premio Nobel de Medicina y de Fisiología en 1978, actualmente investiga un modelo de acción de los “genes evolutivos”. Desde su incorporación a la Academia en 1981, ha sido uno de sus miembros más activos, especialmente como integrante del Consejo, liderando e impulsando iniciativas de importancia.
Merece también destacarse que Arber es el primer presidente protestante de la institución, un signo de ecumenismo que tiene sus antecedentes históricos en la antigua Academia dei Lincei (“Academia de los Linces”), origen de la actual Academia Pontificia de Ciencias, fundada por Federico Cesi en 1603 bajo el auspicio del papa Aldobrandini, Clemente VIII, primera en su género ya que precedió a las grandes sociedades científicas de la época, como la Royal Society y la Academia de Ciencias de Francia.
El príncipe Cesi, de 18 años, quiso establecer una academia científica de carácter internacional sin fronteras, era un admirador ferviente de Francis Bacon y habría deseado contar con el pensador anglicano entre sus miembros. Siempre en la avanzada de su tiempo Cesi invitó a Galileo Galilei en 1611 y publicó varios de sus libros fundamentales, que firmaba como Galileo Galilei Linceo. Merece recordarse en ese sentido la reunión de 1616 donde la Academia dei Lincei expresa su solidaridad hacia Galileo, su miembro más eminente, cuando fue amonestado por las autoridades eclesiásticas por defender las ideas de Copérnico. Algunos piensan que con la muerte de Cesi en 1630, Galileo quedó sin protección institucional y abrumado por sus enemigos, de allí su condena por el Santo Oficio en 1636.
La acertada y bienvenida designación de Werner Arber merece una reflexión sobre el ecumenismo en el mundo de las ciencias. Podemos recordar que en el motu proprio de octubre de 1936, el papa Achile Ratti, Pío XI, establece la Academia Pontificia de Ciencias como “Senado científico de la Santa Sede” y en sus estatutos se deja establecido que los candidatos para un sitial son elegidos “sin forma alguna de discriminación étnica o religiosa y son nombrados de por vida por un acto soberano del Santo Padre”. Pio XI designó a su amigo, el padre Agostino Gemelli, franciscano, organizador y rector de la Universidad del Sagrado Corazón en Milán como presidente de la Academia con el fin de renovarla y actualizarla. Gemelli era una personalidad poderosa, médico y biólogo del sistema nervioso que se destacó como uno de los propulsores de la psicología experimental en Italia. Entre los primeros académicos no católicos (“acattolici”) nombrados por Pío XI se contaban dos eminentes matemáticos: el griego ortodoxo Constantin Carathéodory y el judío italiano Tullio Levi-Civita. En la actualidad cuenta con representantes de 26 países y de variadas creencias.
Este Senado científico está compuesto por 80 miembros, entre los actuales 30 han recibido el premio Nobel. Desde su refundación en 1936 por Pío XI, ha contado con más de 300 miembros. Bernardo A. Houssay y Luis F. Leloir se destacaron entre sus científicos más prominentes. Actualmente son cuatro los argentinos que la integran: el canciller de la Academia, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo (filosofía), Luis A. Caffarelli (matemáticas), José Funes s.j. (astronomía, director del Observatorio Vaticano) y el que escribe (neurociencias cognitivas). El cardenal Joseph Ratzinger fue designado miembro honorario de la Academia en 2000, y como Benedicto XVI le sigue brindando todo su apoyo y talento, lo que se refleja en sus visitas y en sus audiencias periódicas con los académicos, que son ocasión de valiosos intercambios.
El año pasado, la Academia reunió a académicos y expertos internacionales en diferentes seminarios y conferencias para discutir temas como el legado científico del siglo XX, el cambio climático y la biodiversidad, la neuroplasticidad y la educación. Publicó, además, un documento que ha tenido gran repercusión sobre “plantas transgénicas para la seguridad alimentaria en el contexto del desarrollo”, resultado de una importante conferencia internacional realizada en su sede de la Casina Pio IV en el Vaticano en 2009. Este último tópico es de enorme trascendencia, especialmente para nuestro país, que es el segundo productor mundial de cultivos genéticamente modificados. En estos momentos de emergencia humanitaria causada por el hambre de millones es urgente la incorporación de biotecnología de avanzada y de educación permanente en un mejor trato de la tierra que nos alimenta.
Como decía hace 400 años el visionario Federico Cesi, siguiendo a Aristóteles, el ser humano tiene un deseo natural de conocer, que no tiene límites. Su defensa de la libertad científica en Il natural desiderio di sapere, el título de su famoso ensayo de 1603, no ha perdido actualidad. Los tiempos han cambiado pero la intolerancia contra la investigación científica no ha desaparecido y la desconfianza en la libre búsqueda del conocimiento es frecuente.
En contra de esta posición totalitaria, mezquina y retrógrada, la Academia testimonia que la búsqueda del saber es una de las tareas más dignas del ser humano y que la Iglesia siempre alentará ese crecimiento hacia la verdad pues la fe y la razón son como “las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”, como dijo Juan Pablo II en Fides et ratio. La ciencia y la fe son dos regalos de Dios.

Referencias
The fourth-hundredth anniversary of the Pontifical Academy of Sciences .The Commemorative session of the 9 November 2003. Pontifical Academy of Sciences. Acta 17. Vatican, 2004. Cesi, F. Il natural desiderio di sapere. The natural desire for knowledge. Pontifical Academy of Sciences. Extra Series 18, 2003. Fantoli, A. Galileo. Per il Copernicanismo e la Chiesa.
Specola Vaticana, Librería Editrici Vaticana, 2010. Ladous, R. Des Nobel au Vatican. Paris, Cerf, 1994. Los trabajos de la Academia pueden ser consultados: www.vatican.va/roman_curia/pontifical_academies/acdscien/own/ documents/paspublications.html

Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, marzo 2011, Nº 2368.

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