Como escritor, Abelardo Castillo puede hacer surgir lo fantástico y lo inexplicable de la realidad cotidiana. Como observador del mundo, también. Su mirada crítica, de “hombre de izquierda por una razón religiosa”, como se define, atraviesa esa realidad para desnudar sus contradicciones y sus fracasos, pero también para insistir en la posibilidad de la utopía.
“El socialismo no ha desaparecido de la realidad ni como fuerza de pensamiento”, dice Castillo.
A los 70 años, Castillo pertenece a ese grupo de creadores argentinos que acumulan publicaciones regulares, un reconocimiento sin estridencias, pero constante, y una presencia moderada en el escenario mediático.
Cuentista destacado, novelista y dramaturgo, adherente al existencialismo, noctámbulo por gusto y por costumbre, Castillo es autor, entre otros, de “Israfel” (1964), “Cuentos crueles” (1966), “Las maquinarias de la noche” (1992), “El Evangelio según Van Hutten” (1999) y “El espejo que tiembla”, un volumen fantástico de cuentos, publicado el año pasado.
Fundó las revistas literarias El Grillo de Papel (1959-1974), El Escarabajo de Oro (1961-1974) y El Ornitorrinco (1977-1986), a la que alguna vez definió como la respuesta a la alternativa entre irse o quedarse y hacer algo durante la última dictadura. «No creo que se haya transformado el país real. Sólo se modificaron las estadísticas», alerta ahora Castillo cuando mira la Argentina, y afirma que está esperando «los resultados concretos, no las actitudes políticas» del gobierno de Néstor Kirchner.
-Cuando mira el estado de nuestros debates intelectuales y polémicas, ¿cómo lo ve?
-Lo que no veo son debates intelectuales y polémicas. Diría que hoy no existen, porque todo debate intelectual se funda, a mi criterio, en hechos históricos. Lo que se discutía en los años 60 no eran sólo cuestiones formales. Las polémicas no eran sólo estéticas, sino que eran polémicas de origen histórico. Cuando Sartre y Camus polemizan en Francia, lo hacen sobre si era oportuno denunciar los campos de trabajo de la Unión Soviética, si existían o no, qué había que hacer con Argelia y cómo se instalaba la literatura dentro de ese marco histórico.
-¿Por qué no tenemos debates de ese tipo hoy?
-Porque es muy difícil comprender la historia. Ni la religión ni las grandes teorías emancipadoras le dan hoy solución al hombre. Con la caída del socialismo autoritario de los países del Este también fracasó una idea capitalista de la historia. No fracasó el socialismo cuando cayó el Muro, lo que para mí fue más un problema edilicio que histórico. El socialismo no ha desaparecido de la realidad ni como fuerza del pensamiento. En este momento no hay socialismo en el mundo y, sin embargo, el mundo vive, probablemente, de la peor manera desde que empezó el siglo XX. La cantidad de países ya no subdesarrollados, sino subalimentados; las pestes, como el sida; el agujero de ozono, que tiene que ver con el modo de producir de la sociedad actual; la posibilidad de que el mundo se quede sin alimentos en cincuenta años… todo eso tiene que ver con el fracaso total de un sistema de pensamiento que comienza a fines del Renacimiento. Lo que ha fracasado son los tiempos modernos. Cayeron juntos el socialismo y el capitalismo. Si fracasó el socialismo, también fracasó lo otro. Y la prueba del fracaso somos nosotros: los países subdesarrollados, los muertos de hambre y la tercera parte del mundo que vive en condiciones infrahumanas.
-¿Estamos en transición? ¿Hacia qué?
-Hacia lo que algunos filósofos llaman la posmodernidad, aunque hay países que ni siquiera llegaron a la modernidad. Hemos hablado durante años de la aldea global y del mundo unificado, de la posmodernidad. Pero no se ha analizado el problema serio, que es el paso de una época a otra. Como se pasó del Renacimiento a los tiempos modernos, de los tiempos modernos se está pasando a algo que todavía no tiene nombre. Para saberlo tendríamos que ponernos fuera de ese arco histórico y al fin de esa realidad, pero estamos inmersos en ella. En cuanto a lo que significa esencialmente eso, como todo el mundo, yo lo ignoro. Lo que sí sé es que estamos en un pasaje hacia eso. Y hay ciertas características de lo que llamo posmodernidad que sí nos incluyen a todos.
-¿Como cuáles?
-La famosa aldea global y las teorías de la intercomunicación entre todos los seres humanos no me convencen. Pienso que un jujeño o un boliviano no pertenecen en absoluto a esa aldea global. En cambio, sí nos unen todos los rasgos negativos que tiene el mundo contemporáneo. Cuando se hablaba de las pestes en el medievo o en el Renacimiento, se hablaba de enfermedades locales. Hoy hablamos del sida, que es una enfermedad que abarca al mundo entero, que le toca a cualquiera. La gripe aviar puede desatar una pandemia como no hay memoria. No eran pestes universales las que llamábamos así, como no eran mundiales las guerras que llamamos así. Fueron guerras europeas, en las que intervino un solo país americano, Estados Unidos, que de ninguna manera tocó a la mayoría de los países del mundo. Si hoy hubiera una guerra mundial, de verdad sería mundial.
-Lo que sí es mundial es la sensación de inseguridad.
-Por supuesto. Cuando Estados Unidos arrasa con Afganistán e invade Irak, no se teme tanto por la vida de los afganos o de los iraquíes, sino por lo que eso puede producir en el mundo, porque hoy se sabe que una guerra nuclear sería el exterminio masivo. Además, hemos perdido lo que los renacentistas llamaban la idea de la amplissima domus, la gran casa, la casa del hombre. Cualquier hombre universal del Renacimiento podía sentir que vivía en un mundo y en un universo que eran comprensibles. De todos modos, no creo que sea algo terminal, porque soy optimista. Puede darse, por paradoja, el hecho de llegar a un mundo casi terminal que nos haga sentir que es el único lugar que tenemos y que, por lo tanto, hay que defenderlo. Uno tiende a volverse comunitario en momentos de crisis. Puede ocurrir que este mundo casi terminal fomente de una vez por todas la necesidad de producir de otra manera, de unirnos de otra manera.
-¿Algo de eso puede haber pasado en la Argentina, ante el estado de crisis general?
-Pasó en la Argentina. Se formó, sin duda, a partir de la crisis un espíritu comunitario como suele ocurrir en períodos de catástrofe. En el mismo momento en que se dio el cacerolazo, esa gente de la clase media que salía a los balcones aplaudía a los piqueteros, algo que hoy no sucedería ni en sueños. Mientras tanto, como argentinos, no hemos salido de la crisis. Creemos que la crisis pasó, entonces nos estamos volviendo nuevamente egoístas, individualistas, consumistas. Y si seguimos gastando sin parar, va a volver.
-¿Percibe algún cambio después de la crisis en el aspecto político e institucional de nuestro país?
-En la cuestión política, evidentemente sí; desde la realidad, lo estoy esperando. Porque no creo que se haya modificado el país real, el país del verdadero subdesarrollo, del hambre, de los chicos que no pueden ir a la escuela, de las madres que los mandan para que coman, de los enfermos que no tienen dónde ir a curarse. Se han transformado las estadísticas.
-¿Y en el escenario externo?
-Está notándose un cambio evidente en América latina, y eso nos va a arrastrar a nosotros. Uno de los hechos más significativos de los últimos tiempos es la aparición de un hombre como Evo Morales, un líder popular de las clases populares, lo que no había ocurrido nunca en América latina, salvo en México, en la época de los grandes protorrevolucionarios, como Pancho Villa. Eso, más la izquierda chilena, con una mujer a la cabeza, más una izquierda en Uruguay, más ese raro fenómeno que es Venezuela, con un militar de corte popular o populista, que se puede dar el lujo de serlo en un país que tiene petróleo para tirar para arriba… También sabemos que esas formas suelen ser pendulares. El capitalismo no da para más, no soluciona los problemas. Entonces empieza a crecer la izquierda, pero la izquierda toma un mundo en el que es muy difícil modificar las realidades con la feroz oposición de los poderes económicos. Esto lo digo como un hombre de izquierda. Pasan algunos años y el mismo pueblo que había votado a esa izquierda y la había puesto en el poder termina sacándola. Puede ocurrir tranquilamente. Tampoco es para creer que estamos a las puertas de un nuevo socialismo, pero ha aparecido un fenómeno nuevo, que se prenunció con Allende en Chile: poder llegar al socialismo a través de las urnas.
-La izquierda suele tener un problema cuando llega al poder, que es la presencia constante de internas y subdivisiones.
-La izquierda siempre está dividida. La izquierda todavía no aprendió algo de la derecha. En momentos de crisis, la derecha se aúna y tiene coherencia. La izquierda, nunca. Pero cuando llega a través de las urnas el problema es si es posible que dure. Cuando llegó Allende al poder en Chile, era la mitad del país contra la mitad del país, y así no se puede gobernar. Además, están siempre los superizquierdistas, que yo llamo los revolucionarios estratosféricos, que quieren que inmediatamente se haga la reforma agraria y se expropie todo. Los gobernantes tienen que decir: «Paren un poco, porque así no va». Creo que Evo Morales es un buen referente, aunque puede durar lo que duran los sueños melancólicos de la izquierda. Mientras tanto está ahí y se demuestra que el fin de las utopías, de la historia, de las ideologías es un disparate. Pretender que la historia se termina es pretender que nos hemos convertido en abejas o en triángulos equiláteros.
-¿Qué sentido tiene en la Argentina de hoy hablar de derecha y de izquierda?
-Es muy difícil, sobre todo porque el peronismo nunca fue de derecha ni de izquierda. Fue esencialmente un partido de centro, fundado para luchar contra las formas extremas del capitalismo y también contra el comunismo. Perón nunca se declaró de izquierda ni de derecha. El le llamaba la tercera posición y creo que uno de los problemas grandes de la Argentina es que haya existido esa tercera posición, que impide la confrontación real de dos modos de ver el mundo, que a veces es necesario que sean netos y que confronten. El mayor peligro que corre el mundo en nuestro tiempo es que hay una sola potencia, los Estados Unidos, lo que se llama un imperio. Pero hubo un momento en que había dos y uno impedía que el otro se sobrepasara. Cuando se rompió ese equilibrio comenzó la peste que tenemos ahora. ¿Va a dudar un hombre como Bush para invadir un país que a él le parezca un peligro para Estados Unidos? Creo que no.
-¿Cómo ubicaría ideológicamente a Kirchner?
-Creo que Kirchner es un peronista. Donde esté ubicada esa zona de la realidad política nacional, ahí está él. Momentáneamente daría la impresión de que está más a la izquierda que a la derecha, porque nuestro país está muy derechizado. Pero yo estoy esperando los resultados no meramente verbales y las actitudes políticas, sino los resultados concretos. Da la impresión de que los economistas de derecha, de izquierda o de centro se olvidan de que debajo de una ecuación económica hay siempre un hombre que se muere de hambre. ¿Cómo puede ser que la gente se siga muriendo de hambre? La brecha entre pobres y ricos es cada vez más grande. Si Kirchner no resuelve el problema social no habrá modo de salir adelante.
-¿Por qué cree que el socialismo es una solución?
-Porque mis orígenes son cristianos. Yo me eduqué en colegios religiosos, y hasta pensaba en ser sacerdote. Así que tengo muy internalizado lo de «los últimos serán los primeros» y «es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en mi reino». Hoy el cristianismo carece de poder fáctico y, a veces, hasta de poder moral. Sin embargo, ¿eso le puede impedir a un cristiano ser cristiano? ¿Le puede impedir pensar que los últimos serán los primeros? El hecho de que hayan existido los campos de trabajo en la Unión Soviética, ¿impide pensar que un socialismo real y humanista es posible? A mí no me lo impide. A mí casi no me impide ser cristiano toda la trayectoria de la Iglesia Católica con sus inquisidores y sus cismas.
-¿Qué tienen en común el socialismo y el cristianismo?
-Siento que el socialismo no es utópico, porque es un proyecto. Como ser cristiano también es un proyecto. Si existiera un cristianismo sin Dios, me declararía cristiano. Pero como eso desde el punto de vista de la ortodoxia es imposible, entonces me declaro socialista, que para mí siempre fue exactamente lo mismo. No concibo un cristianismo separado de lo social. Del mismo modo, no concibo un socialismo que tenga como oposición a lo religioso. Uno de los problemas más serios que tuvo el socialismo desde el punto de vista espiritual fue que negó la religiosidad del hombre. ¿Y quién les hizo creer a estos socialistas de pacotilla que ser cristiano estaba en contra de ser socialista?
-¿Cuál cree que es la responsabilidad de un escritor con su tiempo político?
-Tratar de ser el mejor escritor posible. Un escritor no tiene que tomar un compromiso directo con la realidad política si no puede hacerlo. Como un escritor se maneja con la palabra, hay otro modo de comprometerse con la realidad a través del lenguaje, que es el compromiso explícito, opinar cuando se debe, no callarse las verdades que se sienten. Si no las puede escribir, injertar o intercalar en su novelas que no lo haga; si puede, que lo haga. Pero sobre todo que lo haga bien, como gran novelista, no como mero panfletario. La primera responsabilidad para un escritor de ficciones es una responsabilidad estética. Lo que hay que comprometer es la persona, cuerpo y espíritu. Si cabe en la literatura, adelante. Y si no cabe en la literatura, poné tu cuerpo y poné tu idea. Si yo tengo que protestar por algo, no voy a esperar a que se me ocurra un soneto.
Raquel San Martín
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 25 de febrero de 2006.