NUEVA YORK.– Cuando David Harvey, el geógrafo y urbanista marxista más citado del mundo, habla de “la creciente privatización de la redistribución de la riqueza en las ciudades latinoamericanas a través de actividades criminales”, no se basa sólo en estudios teóricos. En su visita a la Argentina, el año pasado, fue asaltado a punta de pistola durante una hora y media, mientras estaba con su mujer, su hija adolescente y su suegra.
“No soy el típico personaje de izquierda que dice que si hubiera más equidad este tipo de episodios desaparecería inmediatamente. Pero sí me parece que ésa sería una condición necesaria para empezar a avanzar”, afirma a LA NACION en su despacho, frente al Empire State Building.
Aclara que aunque el gobierno argentino nominalmente sea de izquierda, el neoliberalismo sigue vivo en la Argentina. “No veo que las autoridades se estén ocupando de la concentración de poder en la elite política y económica, que salió de la crisis más fortalecida de lo que entró”, sostiene.
No es casual que Harvey, nacido en Kent (EE.UU.) en 1935, siga con tanta atención los avatares del extremo sur del continente. Autor de clásicos como “Urbanismo y desigualdad social”, «Los límites del capital», «La condición de la posmodernidad» y «Breve historia del neoliberalismo», profesor en Oxford, Johns Hopkins y, en la actualidad, en la City University de Nueva York, está casado desde hace casi veinte años con una miramarense. Y si bien a la Capital Federal suele verla de pasada camino a lo de su familia política, esta vez va a conocerla en más detalle: viaja como invitado de las Jornadas de Pensamiento Urbano de la capital, donde disertará sobre el tema «Una geografía urbana posible», el miércoles 30 de este mes.
¿Qué es un geógrafo marxista? En «Justicia social y ciudad», publicada en 1973, Harvey expresó la base de su filosofía: que la geografía no puede mantener su pretensión de objetividad frente a la pobreza urbana y a sus efectos. En este trabajo sostiene que el capitalismo va aniquilando espacios geográficos mientras busca asegurarse ámbitos para su propia reproducción.
Y en nuestra ciudad, Harvey lamenta este avance: «A Buenos Aires tiendo a pasarla rápido con el auto, pero en los últimos años he notado cómo creció la desigualdad. Aun en las partes más ricas de la ciudad, el estado de las calles y la infraestructura pública no han mejorado desde la crisis, y el tema de la seguridad es, obviamente, un lío. Igual, como Nueva York, Londres o París, Buenos Aires es de los pocos lugares que van quedando con calles verdaderamente vibrantes», se entusiasma, por fin.
-¿Cuáles le parece que son las principales amenazas a las ciudades del mundo de hoy?
-Son dos. Una es cómo hacer para que la gente tenga una vida razonablemente tolerable en esas ciudades que son organizadas según líneas capitalistas. Con el avance tecnológico, cada vez se necesita menos mano de obra. Entonces más y más personas se están volviendo seres humanos desechables, en el sentido de que ya no se necesitan para la dinámica de la ciudad. Esto lleva a grandes inequidades, cuyo símbolo último son lo barrios cerrados, enclaves seguros para los ricos. Y por otra parte está el creciente deterioro de la calidad del medio ambiente.
-¿Deberíamos sentirnos culpables por manejar un auto en la ciudad?
-Un poquito de culpa siempre es bueno, pero hay ciudades como Los Angeles donde, realmente, no se puede vivir sin auto. Uno puede hacer mejores elecciones respecto del auto que usa. No hace falta que sea un todo terreno enorme, que consume muchísima nafta. Después, tenemos que prestar atención colectiva a la manera en la que se organizan nuestras ciudades para que el diseño urbano sea tal que permita una mayor densidad de población, organizada de manera colectiva y con mejores medios de transporte públicos. Pero todo esto es un tema que en la política actual no suele discutirse, salvo en casos especiales, como la innovadora ciudad de Curitiba, en Brasil, y en algunos lugares de Europa.
-¿Anduvo en colectivo en Buenos Aires alguna vez?
-Sí, y debo decir que la polución que crean es intolerable. El tema crucial no es sólo aumentar el transporte público, sino mejorarlo, hacerlo más limpio, con vehículos híbridos, por ejemplo.
-Usted mencionó los barrios cerrados. ¿Son un símbolo de nuestro tiempo?
-Sí, pero también están íntimamente conectados con el aumento de la injusticia social que se vio en casi todas partes en los últimos 30 años. Los barrios cerrados dependen de una dinámica. Por un lado, en las ciudades están los ricos, que se están volviendo cada vez más ricos, y los pobres, que se están volviendo más pobres. En América latina -en todos los casos, salvo en Santiago- además, el nivel de pobreza absoluto en las urbes aumentó considerablemente. Bajo esas circunstancias se da esta privatización de la redistribución de la riqueza con actividades criminales. La respuesta obvia a esto son los barrios cerrados, pero el tema es que las inmobiliarias aman los barrios cerrados, porque son un gran negocio. Entonces empiezan a asustar a la gente, diciendo que no se puede vivir en el centro. Exageran el peligro. Cuantos más barrios cerrados hay, más peligrosas se vuelven las ciudades. Entonces es una dinámica triste, que es un problema global: hoy se están construyendo barrios cerrados hasta en la China.
-Hay quienes se mudan a barrios cerrados y temen que sus hijos terminen afectados por la sobreprotección. ¿Están exagerando?
-Yo creo que tienen bastante razón en estar preocupados. Existe considerable evidencia de que los chicos así criados pueden terminar con un entendimiento limitado de la realidad y muy miedosos del contacto con otros. Al mismo tiempo, creo que se les está negando algunas de las cosas más grandiosas que ofrece la ciudad, que incluye la confrontación. Las ciudades buenas para vivir no son las que están libres de conflicto. Por eso criamos a nuestra hija en Nueva York. Aunque viene de un entorno relativamente privilegiado, tiene que enfrentar en el día a día el hecho de que hay gente sin techo. Tiene que aceptar que hay gente distinta, y eso creo que es muy bueno.
-La experiencia del robo armado que vivió con su hija en la Argentina no es tan rara para muchos padres. ¿Cómo se le explica a un chico lo que pasó?
-Bueno, tuvimos mucha suerte de que nadie saliera herido, porque como teníamos el dinero que llevábamos para ayudar a nuestros parientes en la Argentina, pudieron tomar los billetes, las computadoras y las máquinas de fotos relativamente rápido y se fueron. Mi hija vive en un entorno en el cual no ocurre algo así a menudo, pero tiene que entender que es algo que le pasa a mucha gente y que uno no puede dar media vuelta y decir: nunca vuelvo allí. Hay que reconocer que el mundo es un lugar bastante feo, que nadie es inmune y que nadie debería ser inmune. Y que si queremos que cambien las cosas no hay que escaparse o enterrar la cabeza en la arena, sino trabajar para el cambio político.
-¿Cómo ve la situación argentina?
-Se ve reactivación económica, es cierto. Pero si no va acompañada por una mayor atención a la inequidad es difícil que el país salga adelante, porque la inseguridad va a seguir creciendo. La inseguridad afecta seriamente el crecimiento económico. Es un poco como el caso del huevo y la gallina. Pero no veo que vaya a haber cambios grandes con esta continuación de políticas neoliberales que la Argentina está viviendo.
-¿Usted llamaría al gobierno de Kirchner neoliberal?
-El neoliberalismo es más que una política de gobierno: es un modo de hacer negocios y una ética individualista que vemos en varios países de América latina nominalmente de izquierda, como Brasil, Chile y la Argentina, donde fundamentalmente la cuestión del poder político y económico tiene que ser abarcada de manera mucho más comprehensiva y seria.
-¿Qué opina de los shoppings?
-Personalmente, los encuentro aburridos. A la vez, muchas veces terminan siendo el único lugar al que pueden ir los jóvenes. Eso es un triste comentario sobre la calidad de la vida urbana y de cómo la libertad de expresión que dan los espacios públicos empieza a desaparecer en la medida que las actividades típicas de los espacios públicos pasan a espacios privados. Las ciudades tienden a dejar de tener espacios públicos más allá de la calle, y la calle misma no tiene vida en algunas ciudades. Afortunadamente, todavía las calles de Buenos Aires tienen mucha vida.
-¿Qué hay que hacer con las villas de emergencia?
-Tenemos que ser sofisticados al interpretarlas, porque muchas veces son comunidades vibrantes en las cuales la gente se junta para vivir de maneras muy innovadoras cuando no tiene un empleo permanente. Es un error, y malo para las ciudades, poner a todas las villas de emergencia en una misma bolsa y decir que todas son lugares malditos. No creo que pueda existir un plan universal sobre qué hacer con ellas, pero cuando existe la oportunidad de integrar poblaciones de altos ingresos con poblaciones de bajos ingresos hay que aprovecharla de tal manera que ambas comunidades puedan trabajar juntas. Claro que también hay casos en los cuales la calidad de las viviendas es tan, tan mala y pobre que no hay opción salvo derribarlas y empezar de cero. En esos casos posiblemente haya un desplazamiento de la población, y entonces hay que prestar particular atención a los derechos de los desplazados.
-De chico usted quería escaparse de casa, pero como la idea lo hacía sentir culpable se escapaba sólo con la imaginación. ¿Así empezó su fascinación por la geografía y el urbanismo?
-Es verdad. Yo nací y me crié en Gran Bretaña, en los últimos días del imperio, y mucha gente cercana había viajado a sus confines, a Asia, Africa, América latina, y me volvían locos los cuentos que traían. También devoraba la literatura de viaje y aventuras, y coleccionaba estampillas. En el momento de entrar en la universidad, la geografía, así como la antropología, estaba muy ligada al imperio, porque se hacían mapas, se explicaban los recursos humanos y los modelos de producción económica de las nuevas tierras. Yo entré en la geografía muy joven y con un interés básicamente derivado de una perspectiva imperialista.
-¿Y cómo se convirtió en el principal geógrafo marxista?
– Bueno, hay que ser cuidadoso con eso, no me gusta el término «marxista». El mismo Marx dijo que él no era marxista. Pero lo que siempre me interesó fue la forma en que Marx investigó la naturaleza del capitalismo, y creo que hay ciertas verdades importantes en lo que dijo respecto de su lado explotador. Por otra parte, yo era parte de la juventud que en los 60 vio que en todo el mundo había revoluciones -Vietnam, el proceso de descolonización- y tuvo que resituarse. Entonces, de estar sumergido en la experiencia imperialista, me volví un critico de esa historia y descubrí que leer a Marx resultaba una gran ayuda para iluminar la manera en la que se estaba creando el mercado mundial.
-¿El marxismo no está muerto o todavía es útil para entender al mundo?
-Bueno, ¡yo no estoy muerto! Y creo que Marx todavía es útil para entender la realidad. Pero no hay que leer a Marx como un Evangelio, como una verdad revelada, sino como una inspiración.
Juana Libedinsky
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 16 de agosto de 2006.