Por Luciana I. Mazzei.- En el mes de abril nuestra realidad familiar, social, laboral y educativa se modificó por completo y no sabemos cómo será en el futuro, si habrá vacuna, si volverán los chicos a las aulas, si el home office llegó para quedarse. Estos interrogantes son comunes a casi todas las familias.
No tenemos respuestas y esto nos provoca incertidumbre y miedo al futuro. Pero debemos reconocer que necesitábamos frenar y analizar nuestro presente. Por ello, la cuarentena podría ser un momento propicio para ayudarnos a revalorizar los vínculos y las funciones de la familia como educadora y socializadora primigenia de la persona.
La sociedad empuja al hombre al individualismo, al egoísmo y la búsqueda el placer desenfrenado, provocando en su interior un increencia que profundiza la soledad, y la imposibilidad de desarrollar valores trascendentes (Ospina, 2010). Frente a esto la familia debe plantearse nuevas metas para educar personas autónomas, independientes y sociables capaces de mejorar el entorno en el que viven.
El ser humano necesita de otros para crecer, sin los cuidados de la familia no sobrevive. Necesita, no sólo como comida y vestido, sino también el afecto, el amor y la educación que recibe en la familia. En ella, la persona aprende a ser con otros y descubre su propia identidad.
Los vínculos familiares son la escuela de la vida. Allí se aprende de las relaciones entre sus miembros y del entrelazamiento de esas relaciones. Día a día, padres e hijos, aprenden unos de otros y se educan durante tanto tiempo como sus miembros permanezcan en ella. Y, aunque en ella aprenden unos de otros, son las generaciones adultas las que deben acompañar a las más jóvenes en lograr su pleno desarrollo (Altarejos, Rodríguez, & Bernal, 2005).
Como en otros órdenes de la vida, los resultados de la educación familiar dependen de la planificación y los objetivos que se propongan de acuerdo a la realidad propia de sus miembros. Según Aurora Bernal, la educación dentro de la familia debería enseñar a conducir la libertad, mediante el control de las emociones, el servicio a los otros y donde se aprende a ser mejor. Allí también se descubre la identidad personal, en la profunda experiencia de saberse amado de manera incondicional, donde se aceptan y respetan las diferencias y lo que cada uno puede aportar a la sociedad pequeña que es la familia. Por último, en la familia se aprende a ser en sociedad (Bernal, 2005)
La familia de hoy debe proveer al hombre herramientas que le permitan ser en el mundo sin ser arrastrado por modas o ideologías que lo aparten de su individualidad. Promover la capacidad de amar como un valor insustituible e imprescindible para donarse. Promoviendo el desarrollo de la libertad como capacidad de hacer lo que se debe con convicción. Fomentar en todos, la posibilidad de dar al mundo lo mejor de sí.
Por todo esto, la cuarentena, es una oportunidad propicia para preguntarnos, cómo estamos educando a nuestros hijos, qué personas queremos que sean para el mundo que viene y proponer los cambios necesarios para lograr estos objetivos.
Referencias
Altarejos, F., Rodríguez, A., & Bernal, A. (2005). La convivencia familiar: encuentro y desarrollo de la identidad personal. En A. Bernal, La familia como ámbito educativo (págs. 59-65). Navarra: Rialp.
Ospina, H. (2010). La educación frente al secularismo. En H. Ospina, Educación Persona Sociedad (págs. 80-82). San José: PROMESA.
La autora es orientadora familiar y docente, correo: luchimazzei@gmail.com