Pensar que las dificultades de la UBA para elegir su rector están en las sucesivas tomas que desde hace cuatro meses impiden la asamblea es concentrarse en un detalle.
Para Francisco Naishtat, doctor en Filosofía e investigador del Conicet, que ha tomado como objeto de estudio y reflexión a la Universidad como institución y a la UBA en particular, el actual conflicto revela una crisis «de reconocimiento», en la cual profesores, graduados y estudiantes han perdido el componente básico de cualquier diálogo: la confianza en el otro. Es, sostiene, un conflicto que se enmarca en un clima político en el que «la deliberación ha quedado devaluada», y que puede rastrear sus orígenes en la crisis multidimensional de 2001.
Naishtat, profesor en la carrera de Ciencia Política de la UBA, y de Filosofía en la Universidad Nacional de La Plata, cree pese a todo que el conflicto está evolucionando favorablemente por el lado de los docentes y que, dentro de la FUBA, también hay un debate planteado. Pero advierte sobre actitudes irresponsables que podrían poner la institución al borde del abismo. «Si persiste esta toma virtual perpetua -alerta-, vamos a un suicidio de la institución.»
En su último libro, Democracia y representación en la universidad (Biblos) Naishtat presentó, junto a otros autores, los resultados de entrevistas a consejeros directivos de los tres claustros y a estudiantes de todas las facultades de la UBA, en cuyas respuestas se pueden rastrear, afirma, el desapego por la institución y la defensa de intereses corporativos que son germen del conflicto actual.
Aunque la crisis parezca responsabilidad de una minoría, dice el investigador, los «ciudadanos comunes» de la UBA no están exentos del deterioro, en las condiciones en que estudian y enseñan, pero también en cómo ven a la institución. «Hay una vida académica que produce todavía buenos logros, pero le da la espalda a la vida institucional de la universidad», señala.
-¿Qué revela la crisis en la UBA por la elección del rector?
-Podríamos decir que revela una incapacidad de la Universidad de deliberar a través de su órgano máximo, que es la asamblea universitaria. Es una situación paradójica que precisamente una universidad, que es una institución inteligente, de vocación crítica, no pueda canalizar la deliberación indispensable para renovar sus autoridades. Llamaría a las sucesivas suspensiones una «toma virtual perpetua», porque es una metodología de lucha que no consiste en tomar físicamente de manera constante un lugar, sino hacerlo frente a cada nueva convocatoria. Es una suerte de performance que se produce cada vez con los medios apuntando a ese hecho.
-¿Hay un contexto externo que favorece esta situación?
-Sí, no es simplemente inherente a la Universidad. Hay un marco general en nuestra sociedad de devaluación de la deliberación. En la reinstitución de la democracia, en 1983, la idea de deliberación, de ética de la palabra, estaba en el foco mismo de la teoría política. Hoy, la deliberación en nuestra cultura ha quedado devaluada. Lo que está en el centro es más bien el decisionismo, la conflictividad, la fractura, la guerra. En nuestra propia sociedad argentina los órganos institucionales políticos no están funcionando como deberían hacerlo si se siguiese su vocación deliberativa. El Parlamento no ha instalado ningún debate público, sino que funciona ex post avalando decisiones que son tomadas en otra parte.
-¿Y qué elementos internos se juegan en esta crisis?
-Hay un aspecto específico de la UBA, que es una crisis más básica de lo que se llama el «demos universitario». El «demos universitario» es una expresión que aparece en el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918, que apunta al reconocimiento de todos los actores como capaces de deliberar en conjunto acerca de la Universidad y de tomar decisiones comunes, en una suerte de democracia deliberativa y colegiada, junto con la idea de una solidaridad con la nación. La Universidad no es una mera corporación encerrada en sí misma, sino que se debe a una democracia grande, a una democracia política.
-¿En qué sentido está eso en crisis en la UBA?
-Hay una crisis en el reconocimiento de los distintos actores. Los estudiantes, cuando toman el colegio, manifiestan que la asamblea misma carece de legitimidad y, por ende, no reconocen a los actores su idoneidad como miembros del cuerpo universitario. A su vez, ha habido una tendencia de los otros sectores a ver la actitud de los estudiantes como carente de toda racionalidad e incluso hubo una tendencia a criminalizar la acción estudiantil. Al caer la asamblea, cae toda la legitimidad.
-¿También es una crisis de representación?
-Sí, por supuesto, pero previamente hay una crisis de reconocimiento de ese common ground que posibilita que nos veamos unos a otros como interlocutores válidos. Hay más bien una desconfianza de que cualquier deliberación encubre estrategias y tácticas para avanzar posiciones de poder.
-¿Hasta qué punto puede decirse que una universidad es una institución democrática?
-Si uno toma literalmente la noción de democracia, efectivamente, se puede decir que la universidad no lo es, porque si uno diera el voto en condiciones de igualdad, el claustro mayoritario (los estudiantes) gobernaría la universidad y la presencia de los docentes sería testimonial. Y serían los alumnos de los primeros años, los más masivos. Los actores más nuevos estarían decidiendo por toda la Universidad, lo cual es un poco absurdo. Pero tiene sentido hablar de democracia en el ámbito universitario si se entiende la idea de que en la universidad los actores son lo suficientemente maduros como para asumir responsablemente cuestiones de gobierno común, de autonomía académica. Si interpretamos democracia como democracia deliberativa, la universidad lo es por excelencia.
-El escenario de la UBA en la reforma de 1918 era muy diferente al actual.
-Efectivamente, era un mundo muy diferente. No era una universidad de masas, era mucho más homogénea, tenía apenas un millar de estudiantes. Hoy hablamos de 300.000 alumnos y 30.000 docentes, mucho más compleja y diferenciada funcionalmente. Pero nada de eso obstaculizaría la democracia universitaria como la describimos, si hubiera un zócalo común que permitiera vehiculizar el reconocimiento de los diferentes actores y una base de confianza mínima común.
-¿No cree que este conflicto sucede entre un número pequeño de actores y el resto de la Universidad está bastante ajeno?
-Sí, no todo el sector estudiantil está en una posición de este tipo. Sin embargo, sería un error pensar que es una mera minoría artificial surgida de la nada. Estas posiciones radicalizadas son una consecuencia de lo que ocurrió en 2002, cuando se produjo la debacle de Franja Morada y ganó la izquierda muchos centros estudiantiles. Hay una deslegitimación de la democracia, apañada en la crisis de sentido profundo que tuvo la democracia argentina con la caída del gobierno radical. En nuestras investigaciones, anticipamos períodos de mucha inestabilidad institucional en la UBA. En las entrevistas que hicimos notamos una fractura entre los grupos de representantes que defendían intereses particulares frente a toda visión común de la universidad. Entre los estudiantes se notó una ignorancia y un desinterés en relación al funcionamiento de la democracia colegiada. Hay una vida académica que produce todavía muy buenos logros, pero le da la espalda a la vida institucional de la universidad. Hay un encerramiento en las carreras individuales y una ironía con desatención a todo lo que ocurre en un espacio común.
-¿No pasa también con muchos docentes?
-Sí, también pasa, por las condiciones de precariedad en el trabajo. La Universidad padece ella misma una crisis de legitimidad. Ha perdido el monopolio del conocimiento, que hoy se produce en muchos otros lugares. Tiene que responder a presiones del mercado, la sociedad, el Estado, lo que plantea una crisis en relación con su autonomía y hay condiciones del mercado laboral que devalúan los títulos universitarios. Todo esto repercute en una deslegitimación interna de quienes estamos ejerciendo el lugar de la formación universitaria.
-Este deterioro de las condiciones en que se enseña y se estudia también provoca que muchos docentes se estén yendo de la UBA.
-Sí, muchos profesores van a trabajar a universidades donde se ofrecen otras condiciones. También estamos pagando una desconsideración y falta de solidaridad por parte del Estado hacia la UBA. En los años 90, en vez de reforzar la universidad, el Estado apostó a formar un círculo de nuevas universidades que existen en condiciones presupuestarias mucho mejores, frente a un estancamiento presupuestario de la UBA, que en realidad es una degradación porque se incrementa el número de estudiantes. El Estado conformó en esa década una malla de nuevas universidades que le fuesen más adeptas que la UBA, que no le era afín políticamente porque era radical.
-¿Cómo ve los próximos pasos de esta crisis?
-Creo que hay una evolución favorable por el lado de los docentes, que creo son más conscientes de la gravedad de la crisis. Dentro de la FUBA también hay un debate planteado. Pero me parece que hay peligros claros, uno de ellos es que los sectores estudiantiles consideren que pueden imponer de manera unilaterial condiciones y poner a la institución, como ya lo están haciendo, al borde del abismo. El sector estudiantil no tiene una percepción clara ni una responsabilidad del sentido institucional. Me parece importante poder movilizar al conjunto de la comunidad universitaria, que esta percepción de los peligros sea también de los actores en las facultades, en los institutos, en las clases. Es ahí donde hay que intentar modificar algo, planteando que se trata de una institución en peligro.
-¿Cuando se mire este conflicto a distancia se verá como un antes y un después en la UBA?
-Si persiste esta toma virtual perpetua vamos a un suicidio de la institución. Se está jugando con fuego y sin sentido de la responsabilidad. Creo que la FUBA experimenta: «Funcionó bien la toma con Alterini, veamos hasta dónde podemos seguir». Quizá la experimentación sea una forma de hacer política en nuestro tiempo, pero es justamente lo contrario de la deliberación.
Raquel San Martín
El perfil
Estudios
Es licenciado y magister en Filosofía por la Universidad de la Sorbona y doctor en Filosofía de la UBA. También es profesor titular de Filosofía en la carrera de Ciencia Política de la UBA e investigador independiente del Conicet. Dirige el Programa del College International de Philosophie (París).
Publicaciones
Es autor de «Problemas filosóficos en la acción individual y colectiva» (Prometeo, 2005) y editor con Mario Toer de «Democracia y representación en la universidad. El caso de la UBA desde la visión de sus protagonistas» (Biblos, 2005).
Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 23 de julio de 2006.