Por Gustavo Zorzoli.- Han transcurrido 24 semanas con las escuelas cerradas. A pesar del esfuerzo de docentes, estudiantes, directivos y familias -a menudo desigual-, nos encontramos ante un panorama desolador. Millones de niñas, niños y adolescentes argentinos han aprendido en lo que va del año poco o nada; miles han dejado de asistir a la escuela, no solo durante el presente ciclo lectivo; sino probablemente para siempre. Además, es posible que estos últimos estén incluidos en el grupo de familias que son pobres o han caído en la pobreza y que rondan el 50% del país.
Mientras tanto, la política no logra ponerse de acuerdo con algo tan esencial como necesario: dar pasos firmes y sostenidos en un camino seguro hacia la apertura progresiva de las escuelas, ámbito natural e irremplazable donde cada estudiante tiene la posibilidad de concretarse como persona. Sobre todo, cuando el Estado ha fracasado en su responsabilidad de asegurar mínimamente la conexión entre docentes y estudiantes. De esta manera, se ha ampliado aún más la brecha educativa.
Son varios los estudios que demuestran que la falta de asistencia a la escuela -porque lo que hacemos de forma virtual no lo es-, ha generado en 2 de cada 3 adolescentes síntomas de depresión, sentimientos de soledad, ansiedad e insatisfacción. El consumo de alcohol y otras sustancias ha ido aumentando; por otra parte, las familias hace ya un tiempo que no pueden impedir que se rompa la cuarentena. Además, a medida que la interrupción de la actividad educativa presencial se prolonga, se profundizan tanto el miedo de las familias por enviar a sus hijos a la escuela, como el de los chicos mismos de no poder recuperar el ritmo escolar, garantizado por el ejercicio del oficio de ser estudiante.
A lo largo y ancho del planeta, las escuelas han comenzado a trabajar, en cada país, estado o ciudad de forma particular, no sin retrocesos en alguno de ellos. En Austria, Israel, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Italia, Suiza o Alemania, los estudiantes se han ido reincorporando progresivamente a las aulas. Incluso España, donde se atraviesa el segundo pico de la pandemia que ha superado al primero con casi 10.000 casos diarios, aunque prácticamente sin decesos, ha formalizado un cronograma del comienzo escalonado de los cursos (https://www.comunidad.madrid/servicios/educacion/vuelta-segura-aulas-curso-2020-2021).
En cada país se ha aprobado un abanico heterogéneo y singular de protocolos, pero todos ellos tienen un común denominador: un conjunto de reglas básicas que nos servirán para cuidarnos de esta y de futuras enfermedades. Esas normas no son un blindaje impenetrable contra el Covid-19; tampoco lo será la o las vacunas que están -no sabemos con precisión cuáles ni cómo- por venir. Sí estamos seguros de que la escuela es el mejor lugar donde niñas, niños y adolescentes pueden aprender estas reglas desde una concepción científica y pedagógica. Si no fuera así no reconoceríamos su fuerza educadora en la construcción de hábitos, como el uso de cinturones de seguridad, el cuidado del medio ambiente, la aversión hacia el hábito de fumar o la discriminación de cualquier índole.
En los últimos días, poblaciones reducidas de estudiantes de algunas provincias, como San Juan, Santiago del Estero, Catamarca o Formosa, han reiniciado -no sin contratiempos previsibles- la actividad escolar presencial. Sin embargo, al menos a otra no se le ha dado la autorización para reabrir las escuelas que de hecho sí funcionan para la entrega periódica de alimentos. Cabe recordar que, desde hace 30 años, los servicios educativos son responsabilidad indelegable de cada jurisdicción. Pareciera que estas autorizaciones dependen menos de la rigurosidad de los protocolos elaborados por los expertos de los ministerios de salud y educación de cada jurisdicción y más de algunas organizaciones sindicales intransigentes. De lo contrario, no se entiende por qué ciudades con poquísimos casos, como por ejemplo El Bolsón -Río Negro-, con cerca de 20.000 habitantes, en la que bares, restaurantes o gimnasios están abiertos; o provincias, como La Pampa -con más de 85.000 alumnos y apenas 195 contagiados (179 recuperados)-, no han abierto aún las puertas de sus escuelas, con todos los recaudos que ya conocemos de memoria.
No solo necesitamos que las escuelas reabran. Es fundamental que paulatinamente y de forma segura los docentes y estudiantes volvamos a encontrarnos. Solo así podremos ejercer nuestros derechos y cumplir con nuestras obligaciones: enseñar y aprender.
El autor ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires; director de la Escuela de Formación en Ciencias. Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 2 de septiembre de 2020.