Frente al asfalto duro de la mediocridad, el reino de la metáfora puede ayudarnos a vivir de otro modo y alentarnos a que la paciencia esté siempre de nuestro lado para ahuyentar uno de los males más graves que actualmente padecemos, la estupidez. Cuando Neruda, persona de palabra y mundo, con vista de lince y corazón de verso, escribió desde la vía del alma que “a estos ojos míos mi corazón los viste/ y su dolor los hace ver”, añorando otros ojos más duros y fríos, para que pudieran vivir más en la alegría, cuestión inútil, tal vez lo hizo porque ya estaba cansado de entrever en el ser humano la posibilidad de volverse nada, de aniquilarse. Si ahora viviese puede que la angustia le hiciese huir de este mundo de contrariedades.
Vamos de mal en peor. El iris de la perversidad nos deja atónitos, ciegos, sin aire. Ahora, con el diseño de bebés, la esclavitud ha renacido. Alguien debería poner algún tipo de límite a este tipo de desajustes, ante la sordera de algunas administraciones, puesto que comienza a rayarnos la vista de que un ser humano se apropie de otro, como propiedad a su antojo, por el simple hecho de haberlo traído a este mundo de mercaderes y mezquindades. Cuando nos abandona el sentido común, algo que en la actualidad salta a la vista porque es moda, somos un verdadero peligro. Esto deberían (y deberíamos) tenerlo anotado en nuestra agenda del alma para poder rectificar a tiempo. A destiempo se encoñan todas las guerras y retoñan.
Si el siglo XX nos ha dado lecciones crueles acerca del grado de maldad que pueden alcanzar los seres humanos, también el momento actual está crecido de barbaries que convendría reflexionar. Eso de enemistarse con la vida es otra imbecilidad añadida en la moderna sociedad del borreguismo, donde todo el mundo parece saber de todo y de lo que debe saber, de la sabiduría, apenas ha dado unas nociones. Lo que en nuestra cultura técnico-científica nos falta sobre todo es la sapiencia suficiente para poder discernir. Por ello, si algo habría que potenciar en los planes de estudios son estas ciencias del pensamiento, del mundo de las ideas plasmadas en la historia del arte y la cultura, todo lo contrario a lo que se viene fomentando. ¿Cómo seguir existiendo con la autonomía personal de cada uno, si caminamos prendidos a un aluvión de dependencias?
Yo quiero que cada persona continúe siendo un mundo para que el mundo sea más enriquecedor. Esto no interesa a los que propician el desierto espiritual. En consecuencia, creo que haría falta avivar modos y maneras de ascender por dentro, para hacerse valer por fuera. Eso que se dice que la cultura es una prioridad de la construcción europea da la sensación que es más un deseo que otra cosa.
Se podrá afirmar y reafirmar proteccionismo a la diversidad cultural y lingüística como objetivo fundamental de nuestra acción conjunta europea, ahora que las palabras cuestan bien poco decirlas, pero la realidad es bien distinta y distante, empezando porque todo se quiere uniformar en una cultura dominante alejada de toda trascendencia. Hoy la erudición que se fomenta lleva al desencuentro, a la falta de consideración hacia el otro, a cerrar filas y a tender pocas manos. Sólo hay que mirar y ver el bochorno estado en que se encuentra nuestro patrimonio cultural, víctima casi siempre de una gestión pública pésima. España puede ser el país del mundo con más bienes inscritos en la lista de patrimonio mundial, pero si nos quedamos sólo en el nombramiento del bien poco nos sirve el título. Lo mismo sucede con el patrimonio espiritual, podemos tener los mayores santos, pero si luego sembramos demonios por la boca, tampoco ha servido de nada la herencia eclesial recibida. Los Judas se mueren de risa.
El mejor diploma, sin duda, sería aquel que contribuyera a mejorar la convivencia desde el respeto a todas las historias, juicios y convicciones. Sin embargo, volviendo a estos ojos míos, el corazón los viste de preocupación, por tantos muros alzados que dificultan la fusión de valores y la sintonía de culturas, con una actitud que para nada es solidaria, leal, discreta, y mucho menos cordial. Ahí tienen unas recientes declaraciones del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, asegurando que tiene ganas de que en Galicia haya un gobierno con el que su ejecutivo pueda trabajar en plena coordinación y respeto de las competencias, ya que la comunidad se merece otra cosa distinta a la administración actual ¿Es que para el diálogo hace falta ser de la misma cuerda política? Este tipo de declaraciones, a mi manera de ver, debieran cuidarse más. Los gobiernos están para entenderse, consensuar posturas, coordinarse y ofrecer soluciones. El puente de la plática nunca se puede romper por mucho que se discrepe.
Retornado a la estela que nos ha legado Pablo Neruda, donde lo ético y lo estético se acoplan, y lo poético y político se ensamblan, todo lo contrario a los aires que nos circundan, convendría dejarse llevar por esos mismos vientos, a fin de entroncar una cultura de humana cualidad, donde lo humano a nadie le sea indiferente. La cultura es de tal modo connatural al ser humano, que la naturaleza de éste no alcanza su cima sino es mediante su sano cultivo. Hay que hacer y dejar hacer culturas, luego intentar cohesionarlas sin perder su etiqueta identificativa y, posteriormente, compartirlas con doquier mirada. A estos ojos míos como a esos ojos suyos lo peor que les puede pasar es que le acoten la patria de una visión elevada. Cauce que se ensancha con la confluencia de todas las culturas. Cuidado con la legión de pedantes, son los censores del mundo de hoy, a los cuales definió magistralmente Unamuno, como aquel estúpido adulterado por el estudio, porque a la primera de cambio nos vende una película viciada de la que no queremos formar ni parte del guión. Sólo silencios compartidos, conversaciones departidas y años pasados, dan al ser un ser sabio. Estas pupilas sabias me conmueven, lo confieso.
corcoba@telefonica.net
El autor vive en la ciudad de Granada (España) y envió este artículo especialmente a la página web www.sabado100.com.ar.