Una opción entre la democracia y el populismo

Por Joaquín Morales Solá

Néstor Kirchner ha tropezado con la historia y ésta lo puso en un brete notable. Tiene la oportunidad de convertirse en una referencia sensata en América del Sur o puede perderla para dejarse contagiar por el populismo de corto plazo. Ricardo Lagos suele decir que el populismo sin chequera tiene patas cortas. Kirchner no cuenta con los petrodólares del parlanchín Hugo Chávez ni con las reservas gasíferas de Evo Morales. Más le vale, entonces, tomarse de la mano de Lula y construir con Brasil un eje de moderados equilibrios en la región.
No hay una ola de progresismo en América latina. Hay gobiernos socialdemócratas modernos en algunos países (Brasil, Chile y Uruguay) y hay, en otras naciones, una regresión al populismo de los años 60 y 70 (Venezuela, Bolivia y, eventualmente, Perú). La ubicación de Kirchner siempre ha sido confusa: no es Chávez, pero tampoco es Lagos o Bachelet. El conflicto con Uruguay por las papeleras y la tensión con Bolivia por el gas lo obligarán a abandonar la cómoda gimnasia de bascular entre unos y otros. Es lo que ha hecho hasta ahora.
Brasil y la Argentina habían tomado la decisión de interrumpir las compras de gas a Bolivia si Evo se mantenía firme en su posición de ponerle al gas boliviano el precio de California. Esto significaba triplicar el precio que pagan actualmente. Para Brasil sería una catástrofe, por lo menos hasta que consiguiera una provisión energética alternativa. El 70 por ciento del consumo de gas de San Pablo proviene de Bolivia. Otros cuatro estados brasileños se abastecen en un ciento por ciento del gas boliviano.
La Argentina tiene una situación más holgada, aunque sus necesidades gasíferas podrían satisfacerse, en la eventualidad de una crisis, sólo cortando todas sus exportaciones de gas a Chile y Uruguay. El conflicto por la energía borraría rápidamente el clima de diálogo y paz en el sur americano, quizá la conquista más importante de la democracia regional.
Brasil y la Argentina tienen el porte necesario (más Brasil que la Argentina, desde ya) como para garantizar la estabilidad del subcontinente. Las relaciones argentino-brasileñas son ahora las mejores de los últimos tiempos. Cumplida entonces la primera condición. Sólo falta que los dos presidentes (pero sobre todo Kirchner) dejen de hablarles a los parroquianos y pongan en caja al neopopulismo latinoamericano.
Si Chile y Uruguay van a ser las probables variables del ajuste en una eventual crisis energética de proporciones, ¿por qué Bachelet y Tabaré Vázquez no estuvieron en Iguazú? ¿Por qué ni siquiera los invitaron? Es hora de terminar con el conflicto de las papeleras, si ése es el argumento. Preexisten ya las condiciones para un acuerdo.
Pero Lula sólo aspiraba a sujetar a la Argentina a su lado, en medio de la desesperación brasileña por las decisiones de Evo, y Kirchner no hizo más que reproducir su sistema de mando: el poder se decide y se reparte, siempre, entre muy pocos. Pésima receta para la unidad latinoamericana.
Hay un sesgo marcado de simulación y de retórica en esta parte del mundo. En Iguazú hubo floridos discursos sobre las virtudes del Mercosur y de la unión latinoamericana. El Mercosur está en una encrucijada: o lo refundan con los principios que lo crearon o sólo resta que alguien se anime a encarar la ceremonia de su entierro. Uruguay se está yendo. Tabaré Vázquez dejó abiertas todas las puertas con los Estados Unidos, incluso las de un tratado de libre comercio, en su reciente visita a Washington. Paraguay sólo espera que lo inviten.
¿Es culpa de Uruguay haber llegado tan lejos? Brasil y la Argentina nunca se ocuparon de sus socios más pequeños; sólo recitan la diferencia del PBI acumulado entre los dos socios mayores y los dos menores. Con ese criterio, la Unión Europea no hubiera existido nunca. Europa es la construcción generosa de una estrategia interna e internacional.
Chávez ha sido y es un elemento disolvente en la región. Dividió la Comunidad Andina de Naciones, intrigó en el Mercosur, que aún no integra, y ahora tomó a Evo como pupilo predilecto. En Bolivia hay muchos técnicos y asesores venezolanos para la nueva política del presidente boliviano.
Kirchner viajó a Iguazú con el cuchillo entre los dientes: Chávez le había colmado la paciencia. Ni siquiera dejó que el ministro Julio De Vido, un incondicional amigo de Chávez, asistiera a la reunión de los presidentes. Fue el primer encuentro de Kirchner con Chávez, sin De Vido en la reunión.
Washington quedó mudo ante la decisión nacionalizadora de Evo. Madrid osciló entre la dureza y la amabilidad. En ninguna de las dos capitales cayó bien el decreto boliviano de nacionalización, que es, más que nada, una declamación política. Pero todos creen que las cosas pueden ser aún mucho peores. Prefieren esperar a que Lula y Kirchner cumplan sus viejas promesas de contener a Chávez y ahora a Evo.
Nada pudieron hacer con Chávez. No hubo nunca una sola decisión de Chávez -o un solo acto que Chávez no hubiera cometido- por la proclamada contención de Brasil y la Argentina. Un diplomático norteamericano se lo dijo con claridad sajona a uno argentino hace muy poco tiempo. ¿Dónde se puede comprobar la contención de ustedes en Venezuela? , lo desafió. Silencio.
Sin embargo, tanto el Departamento de Estado como La Moncloa, el palacio de gobierno de España, esperan ahora que Brasil y la Argentina tengan mejor suerte con Evo. Tienen sus límites. Evo ya cayó bajo el influjo del acaudalado caudillo de Caracas. Un primer gesto de Kirchner fue bien recibido en Madrid: adelantó una reunión que tenía programada con el presidente de Repsol, Antonio Brufau, cuando tuvo la oportunidad de cancelarla pretextando la explosión de la crisis boliviana.
Un Kirchner cordial le aseguró a Brufau que él no se dejará llevar por los vientos reestatizantes de América latina, como algunos, cercanos y no cercanos al Presidente, pregonan con memorable frivolidad. Es probable -ahora sí- que Kirchner pueda cumplir a mediados de junio su sueño, postergado desde abril, de una visita de Estado a España. Dicho de otro modo: nunca las miradas de Washington y de Madrid estuvieron tan puestas en el presidente argentino.
Kirchner tiene su propio frente interno. Se sentiría aliviado si Evo le vendiera gas por un precio de entre 4 y 4,50 dólares por millón de BTU. Cualquiera se acostumbra a la mala vida: Kirchner acosó al ex presidente boliviano Mesa para que le vendiera el gas por menos de 2 dólares.
Tampoco puede ser muy elástico con Evo. Los gobernadores de las provincias argentinas gasíferas podrían sublevarse. Ellos reciben regalías por un valor de sólo entre 1,40 y 1,50 dólares, que es el precio interno promedio. Así, los inversores se irán a Bolivia , dramatiza uno de esos gobernadores.
Kirchner no es Chávez ni es Evo, pero el Estado argentino ya se metió en la economía privada como nunca lo había hecho en las últimas dos décadas. Guillermo Moreno llama «general» a Kirchner y «coronel» a De Vido. A esos fisgoneos estatales en las cosas privadas, y a ese regreso a la dialéctica militar, se le agrega el perceptible clima político de temores y de asfixias. La sofocación se abate sobre todo el escenario público.
Kirchner no sólo tiene, entonces, una oportunidad con el mundo; también tiene la ocasión de demostrar que no se propone devaluar la democracia argentina.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 7 de mayo de 2006.

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