Cuando Rafaela fue Indianápolis

Carlos Alberto Pairetti es el único argentino que participó de la carrera que se convirtió en leyenda: las “300 Indy”: Aquel 28 de febrero de 1971, 35 años atrás, culminó noveno en la clasificación general con un Ford Turbo naranja número 44. Este es el recuerdo de un piloto que se metió en la historia tanto por su trayectoria como por aquella jornada inolvidable.Por Oscar A. Martínez

Aquel 31 de diciembre de 1970 no fue un fin de año más. En la medianoche, unos locos soñadores con alma de dirigentes realizaron un brindis distinto. Es que junto a otros pedidos comunes a la fecha, uno se distinguía claramente: que por fin los autos legendarios, los que sacudían al mundo desde Indianápolis, hicieran vibrar al óvalo rafaelino. Poco tiempo antes, el 29 de noviembre, habían comenzado los trabajos que exigían los directivos del USAC para que la carrera, que entregaría puntos para el calendario estadounidense, se pueda realizar el domingo 28 de febrero de 1971.
Por entonces, el país se regía bajo la dictadura de Roberto Marcelo Levingston, aunque su reemplazo por el general Alejandro Lanusse era inminente, mientras las organizaciones guerrilleras (Montonero, ERP, FAR, FARP) seguían asestando golpes.
Los diarios traían imágenes de la inauguración de calle Florida como peatonal al tiempo que nos sacudían con la noticia de la caída, al Río de la Plata, de la avioneta que llevaba parte del elenco de bailarines del Teatro Colón.
La gente hacía colas en los cines para ver a Clint Eastwood en “Harry el sucio”, o “Puños de furia con Bruce Lee, los jóvenes enloquecían con el rock que les entregaban Jimmy Pagey Robert Plant de Led Zeppeling, los amantes de la poesía festejaban que el Nobel de literatura fuera a parar a las manos de Pablo Neruda, y el deporte nos alegraba con una nueva victoria de Carlos Monzón sobre Nino Benvenutti y con él título de subcampeón de fórmula 2 logrado en Europa por Carlos Alberto Reutemann.
Pero Rafaela tenía puesta toda su atención en lo que ocurriría poco después, una carrera de autos que nos conmocionaría y sería noticia trascendental, salvo para aquellos que mantenían firmes su convicción de que cualquiera que pasara fuera de Buenos Aires no merecía consideración. El tiempo parecía transcurrir más lento que de costumbre, hasta que el portón del Boeing 707 LV-JGR “Canapus” se abrio y el primer auto se asomó en la Base Aérea de Paraná: un Lola Ford que llevaba el número 44. El mismo que luego conduciría el único argentino que participó de la prueba, Carlos Alberto Pairetti. “Yo no estaba, pero sé que hay dirigentes de Atlético que aún hoy recuerdan con mucha emoción ese momento”, dice desde Brasil, donde pasa sus vacaciones.
Y sigue: “Sé que hubo algunos otros pilotos argentinos que estuvieron cerca de correr, fundamentalmente Jorge Ternengo, pero al final fui el único. Recuerdo que el año anterior había ido a Indianápolis y dí 200 vueltas al circuito un lugar en la clasificación, a la que sólo ingresaban 33. A mi auto le faltaban 18 millas para estar en la velocidad que desplagaba el que cerró esa clasificación. Incluso el duelo del auto intentó con otros tres pilotos, y ninguno pudo mejorar mi tiempo. Pero no pude correr”.
_¿Ese intento tuvo que ver con la posibilidad de que se realice en Rafaea una carrera similar?
_No, todavía no se sabía de eso.
Se trató de un anhelo personal, yo quería correr en Indianápolis, quería probarme.
_Y cuando tuvo la chance en el país no la desaprovechó…
_Sí. La experiencia anterior me sirvió. El no ser un debutante me abrió muchas puertas. Entonces hablé con Dick Simon, que corrió con un coche similar al mío y terminó sexto, para que me alquile ese Ford Turbo naranja que llevaba el número 44 y fue, junto al número 10 de Simon, el primero en arribar a la pista de Paraná.
_¿Cómo recuerda la carrera?
_Como algo maravilloso. Creo que anduve bien, fui 12 en la primera serie y 9 en la segunda, por lo que conservé ese noveno lugar en la general. Además, si se repasan los tiempos de clasificación y la velocidad final de mi auto, luego se compara con lo que ocurrió en la carrera, se verá que todo coincide. Es decir que durante más de 100 vueltas no me mandé ninguna macana. Bueno sí, alguna hubo…
_¿Cuál? _Una terrible. Recuerdo que me agarraron los americanos y me retaron como no lo hizo nadie antes… (risa). Yo estaba en uno de los primeros boxes, entonces me tocó el turno de salir a pista.
Cuando estaba en la mitad del recorrido, se me enganchó el turbo y me mandé un trompo en plena calle de boxes… quedé mirando para el otro lado. Se armó un desparramo terrible. Gracias a Dios había muy poca gente porque la organización era perfecta. Igual pudo pasar cualquier cosa. Me dijeron de todo menos bonito y a mí se me caía la cara de vergüenza.
_¿Qué fue lo qué más lo impresionó de esa experiencia?
_No sé si la palabra es impresionó, porque yo estaba acostumbrado a la velocidad, a manejar autos que andaban muy rápido, y además tenía la experiencia del año anterior. Recuerdo que llegaba al final de las rectas a 390 kilómetros por hora, mientras que Al Unser, que fue el ganador, tenía alrededor de 22 kilómetros más de velocidad final que yo.
Igual aquí anduve más fuerte que en Indianápolis, porque la pista de Rafaela tiene rectas más largas y, entonces, es más veloz.
_¿Pero fue una carrera más?
_Nooo, fue distinto. Fue la única vez que vi tanta gente en Rafaela, había una multitud. Todo el entorno era el de una fiesta.
Además, el público estaba como hipnotizado por el ruido de los autos, que era diferente al que estaba acostumbrado a escuchar en el automovilismo argentino.
Todo aquello fue excepcional.
_¿Cambió su carrera deportiva después de las “300 Indy”?
_ No, porque a pesar de haber tenido ofertas para irme a correr a los Estados Unidos, decidí quedarme en el país, donde me iba muy bien. Si lo analizo hoy, creo que me equivoqué, debería haber ido al menos un año y ver cómo iba.
_¡¿Era muy distintos aquellos autos a los nuestros?
_Sí, fundamentalmente en la potencia. Tenían 900 caballos, algo que en el mundo de hoy sólo tienen los coches de Indy y de la Fórmula 1. El auto de mayor potencia en Argentina tiene 350 caballos, que son los de TC. Había que acostumbrarse a manejarlos, y a no hacer trompos en boxes (risas). Otra cosa que impresionaba era la organización de los equipos, el profesionalismo que tenían. El único temor que mostraban era que los guarda rails de Rafaela no resistieran algún impacto, porque ellos estaban acostumbrados a correr con el paredón. Pero no pasó nada.
_¿Es real que usted aprovechó para filmar una película…?
_Sí, se llama “Piloto de prueba”, y es, creo, la única imagen que hay de la carrera. Había llevado seis cámaras a Rafaela para hacer las tomas que están en la película.
_¿recordaba que se cumplían 35 años de la carrera?
_Si bien tengo muy presente todo lo vivido, no tenía en mente que se cumplía ese aniversario.
Es que el tiempo pasa demasiado rápido. Pero aquella experiencia la llevo conmigo, desde todo lo vivido fuera de la pista, como la locura que tenían los americanos por la manera en que los trataba la gente, fundamentalmente las mujeres, hasta la experiencia de haber sido el único argentino que corrió aquella carrera. Cuando Indianápolis se mudó a Rafaela.

Oscar A. Martínez

Fuente: diario Castellanos, Rafaela, 27 de febrero de 2006.

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