«El Código Da Vinci es una novela intencionalmente anticristiana», dice el cardenal Tarsicio Bertone, arzobispo de Génova, que vincula su difusión mundial a la ignorancia de elementales nociones de historia y de religión.
En marzo último salió a la palestra en un encuentro al que convocó para analizar el best seller de Dan Brown. «Quedé realmente estupefacto -había dicho- de que un libro fundado sobre tantas insensateces e innumerables falsedades haya podido tener el éxito que ha tenido.»
Bertone, de 70 años, conoce de cerca a Benedicto XVI, de quien fue segundo durante siete años como secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. De él destaca su «mente estupenda» y su «gran paz interior».
Catedrático de Teología Moral y de Derecho Canónico, el cardenal fue rector de la Pontificia Universidad Salesiana, en Roma.
Alto y sonriente, nació cerca de Turín y es un hincha apasionado de la Juventus, último campeón de la liga de Italia. Cuando éste jugó con Sampdoria en Génova, el cardenal debutó como comentarista deportivo en la televisora Tele Nord. Desde entonces, siempre lo llaman para conocer sus comentarios en los grandes partidos.
Bertone llegó invitado por la Universidad Católica de Salta, que le dará el doctorado honoris causa. Durante su visita tomará contacto con la comunidad genovesa en esta ciudad, Rosario y Salta. Tras un almuerzo con personalidades académicas, tuvo un diálogo, mechando el castellano con palabras y giros en italiano.
-¿Qué opina de que la Constitución europea no haya recogido las raíces cristianas, como deseaba la Santa Sede? ¿Quién se opuso más?
-Sin duda, se opuso de manera principal Francia. También otros países. Pero es impensable que Francia, que fue definida como la nación catolicísima en Europa por su historia, por el arte, por su cultura intrínseca de cristianismo, se opusiera a mencionar las raíces cristianas. Es una contradicción. La historia artística, cultural, filosófica y teológica de Francia ha influido en la cultura europea y también en la filosofía y teología católicas, en el Concilio Vaticano II, con sus teólogos, sus filósofos personalistas. Pensemos en Jacques Maritain, en Maurice Nédoncelle, en Gabriel Marcel, en Jean Guitton…
-¿No quedó nada religioso en la Constitución?
-En el artículo 51 se da un rol muy significativo a las instituciones religiosas, que pueden tener diálogo con las instituciones estatales. Lo que se cancela en el preámbulo se recupera en el artículo 51. Pero el preámbulo tenía un mayor valor simbólico.
-Antes de ser papa, el cardenal Joseph Ratzinger cuestionó la incorporación de Turquía a la Unión.
-Cualquier duda sobre la incorporación de Turquía debe considerarse, porque es una cultura totalmente diversa de la europea, y pone muchos problemas -en la normativa y en la observancia- sobre los principios de libertad, de derechos humanos que están en la base de la tradición europea. Sería mejor ponerla a prueba. No debemos ser superficiales en temas importantes.
-¿Los principios de libertad, igualdad…?
-Hay que tener presente que el cardenal Ratzinger ha valorizado los principios básicos del iluminismo, que de por sí no eran anticristianos. Los toma en toda su complejidad. Es un hombre de cultura.
-¿El iluminismo sí está citado?
-Sí, está citado, y el cristianismo, no. No han recordado que es un hijo del cristianismo. Es una contradicción.
-Usted trabajó con el cardenal Ratzinger…
-He trabajado con él 22 años. Lo he conocido como un hombre de inteligencia superior, de una cultura sin igual, una cultura filosófica, antropológica, teológica… y musical.
-¿Cómo lo caracterizaría?
-Como un hombre de escucha, de diálogo. Es raro en los hombres de mucha cultura -otros se escuchan a sí mismos-. En la congregación, él preguntaba su opinión a los más jóvenes. Es un hombre que escucha a todos, sin excepción. también al último, al más joven. Nunca lo vi enojado.
-¿Está escribiendo algo el Papa?
-Un libro sobre Jesucristo y pensando su primera encíclica. Y prepara los discursos a la jornada de la juventud en Colonia (Alemania).
-¿Tuvo él otros encuentros con jóvenes?
-El cardenal Ratzinger en Roma siempre ha tenido un espíritu pastoral. Jóvenes alemanes e italianos venían a discutir con él en la congregación. Es un verdadero buen pastor. Muchos jóvenes de las universidades, pastores luteranos o calvinistas, venían a visitarlo para discutir de temas teológicos o existenciales. El recibía a todos y discutían. Lo interesante es que los jóvenes buscaban al cardenal Ratzinger, no a otros que parecían más juveniles.
-¿Tuvo ese mismo diálogo con teólogos controvertidos (como los de la teología de la liberación)?
-Con teólogos controvertidos mostraba gran paciencia, capacidad de escucha. Pero la situación era más difícil porque algunas veces, mientras él era dulce, paciente, esos teólogos eran arrogantes, parecían infalibles.
-Usted ha criticado con dureza «El Código Da Vinci».
-Sí, es una novela intencionalmente anticristiana, porque intenta destruir los fundamentos de la fe cristiana, de la fe en Jesucristo, único Salvador del mundo, muerto y resucitado. Niega las verdades fundamentales.
-¿No es una obra de ficción?
-El autor dice que es una novela, pero otra vez dice que tiene documentos, que Jesucristo no murió en la cruz, que no es resucitado, que escapó con María Magdalena a Francia. Es irracional y antihistórico. Destruye la fe de los jóvenes. Porque muchos se lo creen. Yo he protestado claramente.
-¿Ha dicho que no convenía leerlo? ¿Ha hecho una prohibición?
-He dicho que si no lo leemos, no perdemos nada (sonríe). No es una obra grande de literatura. Pero por lo menos, si algunos quieren leerlo, que lean la documentación histórica crítica sobre los Evangelios. Tenemos dos mil años de historicidad, de lectura crítica textual de los Evangelios, y este hombre viene como un hongo a inventar y destruir todo.
-¿Qué opina de Harry Potter?
-Es distinto. Pero a los jóvenes no debemos sólo darles fantasías. Debemos formarlos en la verdad, no sólo en la cultura de lo mágico y lo fantástico. La vida es realidad, ponerse frente al dolor, a la muerte, a las necesidades del prójimo, a las crisis económicas y personales, a las preguntas existenciales.
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 17 de julio de 2005.