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“El primer efecto que obra el sacramento de la eucaristía es hacernos uno en Cristo”

Así expresó el obispo Fernández en la fiesta de Corpus Christi en la Catedral San Rafael. Cuestionó la escasa cantidad de fieles en las celebraciones: “en Santa Fe, con dolor en el alma ya que solo son 10 las personas permitidas en el templo por la crisis de la pandemia”.
La fiesta de Corpus Christi en la Catedral con poca gente debido al decreto provincial (crédito Diego Camusso).

El obispo de la diócesis de Rafaela Luis Fernández presidió la celebración de la fiesta de Corpus Christi (empezó en Bélgica a finales del siglo XIII) el sábado a la noche y el domingo a la mañana en la Catedral San Rafael, concelebrada por los sacerdotes Alejandro Mugna (párroco), Ariel Botto y Faustino Torralbo, en el marco de la colecta anual de Cáritas.
Lamentablemente, participaron 10 personas como permite el decreto del gobierno provincial por la epidemia (no se tiene en cuenta el tamaño del templo y en Rafaela el último caso de coronavirus fue el 21 de abril), mientras que en otras provincias, por ejemplo en Catamarca, permiten 2 personas por banco, respetando las medidas sanitarias. Conviene recordar que en nuestra ciudad en años anteriores la misa se rezaba frente al templo mayor ante una multitud y luego la procesión del santísimo sacramento alrededor de la plaza 25 de Mayo.
A continuación se transcribe la homilía del obispo diocesano, poniendo el eje en el cuerpo y sangre de Cristo dan sentido a nuestra vida:
Cuando el país, vuelve de a poco en la mayoría de las regiones a la normalidad de la vida que es el encuentro, la comunión, es decir vivir en sociedad, la “cultura del encuentro”, poniendo de manifiesto todo a lo que está llamado y verdaderamente es la persona humana, desde un bebé hasta una anciana, ahora dando cause a la importancia también de no descuidar la vida religiosa de los pueblos, posibilitando la apertura de los templos y lo tan esperado por la gente, la participación de los fieles, posibilitando en la Iglesia Católica la celebración de los sacramentos, la vida misma de Dios, en especial de la misa, que es la “fuente y la cumbre” de nuestra existencia.
Que bello y hermoso que hoy (por el sábado) celebra la Iglesia la solemnidad del “cuerpo y la sangre de Cristo”, que traen alegría serena al corazón, aunque aquí en Santa Fe, con dolor en el alma ya que solo son 10 las personas permitidas en el templo por la crisis de la pandemia, muchos participan por las redes sociales, recibiendo la presencia espiritual, que para estos tiempos inciertos y difíciles son el consuelo y la medicina más necesaria para afrontar el drama que aqueja a la humanidad.
Que bien nos hace tener memoria agradecida, al recordar y hacer presente cada domingo, a través del sacramento de la misa, lo más grande, que la Iglesia tiene, que es la entrega amorosa de Cristo en la cruz y que se hace presente, por la oración del sacerdote y del pueblo, en los signos sacramentales del pan y del vino que se transforman como dijo Jesús en su cuerpo y sangre, que al recibirlos en la comunión se hacen presencia viva de Cristo muerto y resucitado en nuestro corazón, por esto y sin miedo podemos decir con el apóstol San Pablo, “ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí”. Acaba de decir Jesús en el evangelio: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”.
En estos tiempos duros y angustiantes, en donde a veces nos parece, que hasta Dios está ausente, acabamos de escuchar como Moisés en la sagrada escritura, le recordaba al pueblo: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tú Dios, te hizo recorrer por el desierto durante cuarenta años, allí el Señor te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón”. Ahondemos nosotros desde lo que hoy nos toca vivir por el coronavirus, lo que hay en nuestro corazón, si es la autosuficiencia, en la que solo me basto, no necesito de nadie, manteniéndome en la indiferencia y aislamiento, enojado y conflictivo, desobedeciendo sin importarme los demás, siguiendo en las envidias, odios y enfrentamientos o por el contrario, desde la fragilidad del drama que hoy vive la humanidad, hago como Jesús en la eucaristía que actualiza su pasión y muerte, con paciencia me abro al otro, ayudo poniéndome al servicio sin perder la alegría, busco respetar y compartir con paz y grandeza de corazón, asumiendo la realidad y haciendo de los problemas oportunidades para crecer juntos, sin bajar los brazos aportando todos unidos confianza y esperanza en un futuro mejor.
Es imprescindible para la vida participar de la santa misa, como nos enseñó Jesús, porque para eso Él fue enviado por el Padre para que tengamos vida, pero no por un rato, ni una vida mediocre o altanera, mezquina y triste, sino para vivir todos la misma vida “plena del amor del Padre”.
Cuando nos alimentamos de la eucaristía, somos fortalecidos por esa vida de Dios que recibimos, en su palabra, en el amor de los hermanos, en el pobre y el enfermo que sufren y fundamentalmente en cada eucaristía, todas presencias que nos ayudan a salir de nuestras soledades y angustias que nos tocan vivir. La eucaristía que recibimos al asimilarla en nuestro corazón, nos identifica cada vez más con la vida de Dios, que en Cristo se ha hecho ofrenda agradable para siempre a los ojos del Padre, y nosotros comulgando nos hacemos uno en el cuerpo y en la sangre del Señor, por eso Dios nos mira con tanta ternura y cariño porque al mirarnos, encuentra a su Hijo amado que dio la vida por la humanidad para salvarnos. La eucaristía que participamos anticipa desde ahora la eternidad que Jesús nos prometió.
Por eso al participar de la misa no estamos simplemente ante algo social solamente, sino y fundamentalmente ante el sentido total y pleno de nuestra existencia, que va más allá de la misma muerte. ¡Qué grande y maravilloso!, ¿Puede haber algo más importante y grande en la vida?
La misa de cada domingo es lo que nos ayuda para morar, habitar, quedarse y permanecer en la plenitud de vida que tiene el Padre Dios y que Cristo ha traído y ha dejado para siempre en esta Tierra en cada misa. Esto solo lo puede el infinito amor de Dios por cada uno de nosotros.
Queridos hermanos, el primer efecto que obra el sacramento de la eucaristía, al entrar en comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo, es hacernos todos uno en Él, formando todos juntos el único cuerpo de Cristo, haciendo posible por el obrar de Dios la comunión entre la diversidad y la unidad, lo que soñó Dios al enviar a su Hijo y lo que nosotros, anhelamos también porque fuimos creados a su imagen: en un mundo que es bueno, que sea plural y diverso, capaz de tantas posibilidades buenas y honestas que vivimos en medio de la pandemia, con mucha gente entregando lo mejor de su vida, pero también con muchas contrariedades y enfrentamientos, divisiones y grietas, odios, envidias y rencores, condenas y descalificaciones, no dudamos que la misa es para los creyentes lo más grande y bello que podemos participar, alegres, conscientes, porque es la que alimenta, fortalece, nos envía y sigue haciendo presente a Jesús que continua en nosotros, con esfuerzo y sacrificio construyendo un mundo nuevo. Feliz fiesta del domingo del cuerpo y la sangre de Cristo.
Les recuerdo a todos que este fin de semana es la colecta anual de Cáritas. Seamos generosos como siempre, más en estos momentos donde hay mucha necesidad en hermanos nuestros, en especial niños y adolescentes con familias sin poder trabajar. Recuerda: “Tu generosidad aumenta la esperanza”.

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