NUEVA YORK, sábado, 25 febrero 2006 (ZENIT.org).- Tras el colapso del comunismo y la adopción de políticas de libre mercado por casi todos los países y partidos políticos, debería triunfar el capitalismo de mercado. Pero libros recientes ponen de relieve los defectos de los mercados libres.
En «The Battle for the Soul of Capitalism» (La Batalla por el Alma del Capitalismo) (Yale University Press), John Bogle analiza lo que él considera fallos cruciales en los mercados financieros. Bogle, antiguo jefe ejecutivo del Vanguard mutual fund group, querría que el sistema funcionara en interés de los accionistas y propietarios, en lugar de hacerlo en interés de los gestores.
Bogle sostiene que en las dos últimas décadas se ha contemplado una grave erosión en la conducta y en los valores de los líderes empresariales, en los banqueros inversionistas y en los gestores de dinero. Firme defensor del capitalismo y de los mercados libres, Bogle lamenta, no obstante, la excesiva atención prestada a los valores de la bolsa, en lugar de a los valores intrínsecos de las corporaciones.
Gracias a su propia experiencia en el mercado de los fondos sociales, considera cuánto ha contribuido este sector a los actuales problemas. Estos fondos no sólo mueven grandes sumas de dinero en forma de honorarios y en beneficios de las ganancias en bolsa. También sirven para aislar a los gestores de cualquier forma de control por parte de los accionistas, sostiene Bogle. Los inversores institucionales en general, así como los fondos para la jubilación y los fondos sociales, poseen actualmente dos tercios de todos los valores negociables de Estados Unidos. De hecho, los 100 fondos más importantes suman no menos del 52% de todos los valores negociables.
Otro factor que afecta de modo adverso a los mercados financieros, observa Bogle, es la concentración en las ganancias a corto plazo. Hace pocas décadas, los fondos sociales veían cómo cerca de un 15% de sus inversiones se remuneraban en un año. A finales de los noventa, esto había subido hasta un 100%, porque los gestores de los fondos perseguían rápidas remuneraciones en un mercado en crecimiento. Esta tendencia que va de la inversión a la especulación a corto plazo significa que los fondos están menos interesados en presionar a las compañías a mejorar su ética o su gestión.
Igualmente, todos, los directores de las corporaciones, los auditores, y los legisladores, han fallado a la hora de asegurar un seguimiento suficiente de cómo funcionan las compañías, lo que ha llevado a los escándalos de los últimos años.
Necesidad de valores
«El capitalismo requiere una estructura y un sistema de valores en los que crea la gente y de la que se pueda depender», sostiene Bogle. Esto incluye confiar en la palabra del otro, y la seguridad de que el sistema funcionará con equidad. Y durante mucho tiempo esto ha funcionado; el capitalismo logró ventajas económicos notables.
A finales del siglo XX el sistema cambió y se volvió una forma de «capitalismo de directivos». En casos extremos, se vieron compañías que funcionaban en beneficio de sus gestores, y no en beneficio de sus propietarios o accionistas. Prueba de ello es el altísimo nivel de remuneración dado a los ejecutivos de las compañías en años recientes, una tendencia que Bogle critica con dureza.
Los accionistas también se han beneficiado, reconoce Bogle. Incluso teniendo en cuenta el «estallido de la burbuja» en el 2002, el mercado de valores de Estados Unidos subió una media anual del 13% desde 1982 hasta principios del 2005. (Añade, no obstante, que una gran proporción de acciones que se vendieron antes del estallido de la burbuja, fueron vendidas por los ejecutivos de las empresas).
Bogle propone una serie de reformas para superar las deficiencias que él subraya: una remuneración de los ejecutivos basada en el buen funcionamiento; un gobierno corporativo mejor; una mejora de las prácticas contables; una vuelta al enfoque a largo plazo; y una separación más clara entre propiedad y dirección.
Otro libro que ha llamado la atención sobre cómo los mercados financieros causan graves problemas es «Capitalism’s Achilles Heel» (El Talón de Aquiles del Capitalismo) (John Wiley & Sons). Escrito por Raymond Baker, antiguo hombre de negocios y, actualmente, profesor invitado en la Brookings Institution de Washington, el libro llama la atención sobre problemas como el soborno, el blanqueo de dinero, la evasión de impuestos y las desigualdades en las rentas.
Baker, así lo expresa, está a favor del capitalismo. Pero se muestra preocupado de que hoy mucha gente se aproveche de sus debilidades en vez de construir sobre sus puntos fuertes. Se muestra especialmente preocupado por el hecho de que los defectos que él pone de relieve hayan contribuido a abrir una enorme brecha entre ricos y pobres, que, a su vez, está minando las perspectivas de prosperidad futuras.
Mercado ético
El mercado también tiene muchos aspectos positivos. Uno de sus defensores es John Meadowcroft, director del Institute of Economic Affairs de Londres y autor del libro «The Ethics of the Market» (La Ética del Mercado) (Palgrave).
Sostiene que el mercado es una importante escuela de virtud, y que la participación en una economía de mercado, más que debilitar, refuerza instituciones como la familia. El mercado no impone un sistema específico de valores. Los mecanismos del mercado, como tales, observa Meadowcroft, pueden utilizarse fácilmente tanto para fines altruistas como hedonistas.
El sistema de mercado permite a los individuos hacer elecciones que son cuestionables moralmente, observa. No obstante sostiene que sería un error intentar forzar moralmente a las personas. Hay buenas razones para creer, sostiene Meadowcroft, que, allí donde el papel del estado ha aumentado, éste ha rechazado las instituciones de la sociedad civil y ha disminuido su posibilidad de contribuir al capital moral de la sociedad.
La justificación ética del mercado reside en ser el mecanismo más eficaz para ayudar a personas de las que no tenemos un conocimiento personal directo. Además, da a los individuos la posibilidad más grande posible de determinar su propio destino.
En el mercado, las personas persiguen sus propios fines y el mercado puede regular la actividad económica y asegurar la mayor eficiente a través del funcionamiento libre del sistema de precios. Éste no es sólo un sistema individualista, sostiene Meadowcroft. El mercado es, más bien, un proceso social en que los individuos aprenden que sus propios fines pueden lograrse sólo si se concilian de alguna manera con los de otras personas.
Al exigir a la gente que continuamente revise sus fines a la luz de la información sobre los demás, comunicada a través de las señales de los precios, el mercado coordina una multitud de fines y valores en competencia hacia una actividad económica coordinada.
En este sentido, no es correcto pensar que el mercado funciona, como lo describía Adam Smith, a través del amor propio. No es el egoísmo el que guía al mercado. Más bien, los individuos se ven motivados a responder a las señales generadas por los precios. La coordinación económica depende de las personas que están alerta ante estas señales, sean egoístas o altruistas los fines que busquen.
¿Y qué se puede decir sobre la acusación de que el sistema de mercado lleva a una distribución desigual de la riqueza? Meadowcroft replica que esto es simplemente el resultado del valor de las contribuciones económicas determinadas por las percepciones de los consumidores y productores. La desigualdad es una parte de cómo funciona el mercado. Además, es parte de un sistema que trae consigo beneficios para todos los miembros de la sociedad. Sostiene, sin embargo, que el estado debería garantizar un ingreso mínimo para asegurar que a nadie se le deja en la pobreza absoluta.
Una visión más amplia
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia tiene una amplia sección dedicada a la economía. Reconoce (en el No. 347, por ejemplo) el papel positivo jugado por los mercados, que permite que se desarrolle con eficacia el potencial económico.
No obstante, el Compendio indica que también es necesario que las personas recuerden aspectos como el asegurar la justicia y la solidaridad. Deben evitar el error de ver la acumulación de bienes materiales como el único fin de su actividad.
Además, la actividad económica es sólo una faceta de la actividad humana y es necesario colocarla en el contexto más amplio de la persona. Considerar las cosas dentro de esta perspectiva más amplia es, de hecho, un punto clave planteado por el Compendio. Esto puede resultar duro para algunos, pero es algo que abriría un camino para evitar las deficiencias de funcionamiento del mercado.