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Rafaela quiere respuestas

En épocas donde reina la desidia y la corrupción política por un lado y el control de las calles en manos de delincuentes por otro, los trabajadores que quedan en el medio son el hazmerreír del momento. La ciudadanía reacciona y la clase política cierra filas.
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Por Bryan J. Mayer. La clase política se siente amenazada. No tanto como la sociedad en general que está siendo asediada por la inseguridad que genera la marginalidad, el narcotráfico y los preocupantes índices sociales. Pero la corporación política no está acostumbrada a verse sometida, interrogada y masivamente cuestionada. Por ejemplo, en el mapa nacional nunca antes se observaron manifestaciones tan contundentes reclamando rebajas en las dietas de los funcionarios, en el número de asesores y hasta de legisladores en el Congreso de la Nación. En la misma línea se escucha la voz de los santafesinos y más aún – desde los años previos al comienzo de siglo a hoy – en Rafaela. La impunidad que se pasea en los pasillos del Estado, la falta de medidas que cuiden a la sociedad y dejen de favorecer los bolsillos de los propios dirigentes y sus familias fueron apenas una chispa que inició el fuego que se fue alimentando en todos estos años de una clase política que hizo y deshizo a gusto lo que le convenía. Los vecinos resistían, como siempre. Trabajaban y trabajaban para mantener lo logrado en sus hogares pese a las crisis económicas y sociales que los propios políticos generan continuamente. Trabajaban, como lo siguen haciendo: sólo que ahora se cansaron. Así se vio reflejado en Rafaela, donde sus ciudadanos soportaron que les metan incansablemente las manos en los bolsillos, pero no van a permitir que les sigan poniendo balas en el cuerpo.

 Asesinatos, toma de rehenes y niños víctimas de balaceras cruzadas no es cosa que data de mucho tiempo en lo que era la Perla del Oeste, devenida una alhaja manchada de sangre. La ausencia de acertadas medidas municipales y provinciales dirigidas al desarrollo social, a la prevención del delito y a endurecer las penas a los malvivientes hizo que en los últimos meses todo esté permitido en las calles rafaelinas. Por eso pasó lo que pasó con Gonzalo y con Emanuel. Dos nombres que sonaron fuerte en las últimas semanas, particularmente el jueves 02 por la noche. Ese fue el día en el que la ciudad hizo el click y más de 5.000 personas salieron a pedir seguridad, justicia y respuestas. Por eso llegaron a la municipalidad, a la Jefatura, a la fiscalía y hasta a la casa del Gobernador; ese mismo Omar Perotti al que ahora se le cae el discurso que vendió en todas partes para tratar de alcanzar el cargo que hoy le permite tener una decena de efectivos frente a su domicilio. Es que la llegada de los vecinos a su casa es una clara demostración de que su relato sobre la supuesta ciudad ejemplar que dejó tras varias gestiones como Intendente es una farsa absoluta. Esa noche la ciudad se despertó, pero “El Gigante”  – como se jactó durante la campaña – estaba durmiendo.

La ciudadanía salió a buscar respuestas. Lo hizo, en minoría, con algunos modos violentos y ampliamente repudiables por este autor. Pero permítanme discurrir, en lugar de algunas pintadas, sobre el horror que lleva a una familia pasar las fiestas sin un hijo, un familiar, heridos o en una clínica por haber sido víctimas del libertinaje. Todos quisiéramos centrar nuestros esfuerzos en hacer justicia por Emanuel, que después de tantas intervenciones y esfuerzo había logrado caminar a sus 8 añitos o por Gonzalo, excelente amigo que vio un hecho delictivo y quiso generar esa justicia que el Estado parece haber perdido. Pero lo cierto es que hoy la familia González no entiende cómo Emanuel cayó muerto de un disparo en la cabeza mientras jugaba en su patio, ni los Glaría entienden cómo empezaron el 2020 sin Gonzalo. Estos son dos casos que llegaron para ponerle fin a la tolerancia de la gente, que se expresó contundentemente como se expresa más arriba. Otros, tienen la preocupación en otra parte.

 Si bien todos quisiéramos justicia por las víctimas, como se menciona en el párrafo anterior, algunos parecen priorizar sus propios intereses en la misma sintonía que siempre lo han hecho. Pero ahora quedaron al descubierto, evidentemente al verse sometidos como clase política en general, sin importar nombre, cargo a qué Poder representan. Repasemos: en las primeras horas posteriores a la histórica marcha, el ministro de seguridad de la provincia estuvo más preocupado en denunciar penalmente a quienes pintaron la casa de su jefe que anunciar medidas tendientes a mejorar la calidad de vida de los santafesinos (sólo enviarán más efectivos a Rafaela, medida ya conocida.) Pero, sorprendentemente, Marcelo Saín parece haberle querido restar legitimidad al reclamo mencionando que el enojo manifestado contra Omar Perotti fue por llevado a cabo por un puñado de militantes socialistas. En la misma línea salió a hablar el Fiscal Diego Vigo, más bien preocupado por revisar el accionar policial durante los ataques en fiscalía que en dar respuestas o avances claros en la investigación por la muerte de Gonzalo Glaría. De la Dra. Ángela Capitanio no vale la pena escribir, durante la conferencia de prensa en la que se esperaban novedades apenas se limitó a repetir palabras cercanas a “Estamos en investigación, no podemos dar detalles” y a esperar de reojo, en apariencias por lo menos, el asentimiento de Vigo a cada frase que esgrimía. Omar Perotti, por su parte, habló tarde y se mantuvo – como siempre – tan tibio y gris como la Casa que ahora lo alberga como Gobernador. El mandatario provincial acusó a una “Desatención de años” lo que sucede en la región. Todo lo detallado es apenas una punta de ovillo de cada caso ya que no hace falta relatar demasiado lo que la gente ve claramente y que llevó a que quiera ser oída. La gente vio que todos los funcionarios salieron a defenderse entre sí, a priorizar sus comarcas y cómo dejaron en segundo plano cómo nos matan y roban a diario. La gente vio cómo todos hablaron en la comodidad de sus despachos o a la distancia y que ninguno apareció en la calle el jueves a la noche a explicarles a esas 5.000 personas cómo solucionarán, por lo menos, el flagelo de la inseguridad. 

La última mención la merece el Presidente de la República Argentina, Alberto Fernández. El mismo que en campaña se mostró con diferentes víctimas de la inseguridad simulando sensibilidad ahora se transformó en un ser poco carismático con el pueblo de a pie y prefiere guardar su solidaridad para los integrantes de su casta. “No debemos tolerar a los violentos que insultan y escrachan, cualquiera sea la motivación” dijo el mandatario respecto a los desmanes ocurridos el jueves pasado, minimizando que el trasfondo de la marcha eran muertes inocentes. “No puede haber más víctimas de la locura” agregó en su tuit y parecía que allí se venía el momento en el que abrazaba virtualmente a los familiares de las víctimas, pero no. “Mi solidaridad con Omar Perotti” fue el cierre de su mensaje y para Alberto Fernández, evidentemente, en Rafaela hay una sola víctima: Omar Perotti, el hombre que le devolvió al partido de ambos la gobernación santafesina pese a haber salido de una ciudad en donde Alberto no ganó electoralmente. Es ahí donde, quizá, encontremos alguna explicación a la falta de simpatía del Presidente respecto a los que nos pasa como ciudad. 

La Justicia podrá ocuparse de buscar responsables por el ataque a la fiscalía, el ministro de perseguir a los que pintaron la casa de su jefe y Alberto solidarizarse con el Gobernador por los abucheos y huevazos en su casa. Pero más de 5.000 rafaelinos lo hicieron con la familia González y Glaría. Son muchos más los que se cansaron y quieren respuestas, dispuestos a interpelar a toda la clase política y quitarles la sonrisa con la que posan en cada cartel electoral, mostrándoles la sangrienta realidad que generan a miles de familias a través de su desidia, mientras cobran sus, siempre lujosos, sueldos.

Fuente: web de diario Castellanos, Rafaela.

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