La región vive una oleada de gobiernos de izquierda o con retórica de izquierda. Es una reacción contra los desastres de los noventa, en especial la pobreza y la desigualdad, así como la desindustrialización y quiebra del aparato productivo. Se ha creído que lo actual es lo opuesto. Francamente, pese a la euforia que genera la muy buena situación de las economías latinoamericanas, más fruto de condiciones de la economía mundial que de propios aciertos, no tengo una mirada optimista acerca del futuro inmediato. Si no hay proyectos nacionales de desarrollo, la polaridad izquierda-derecha es una falsa opción y cuando caigan los precios de las commodities tendremos otra oleada del “opuesto” neoliberalismo. Sólo el desarrollo, hoy ausente, romperá esta secuencia de décadas perdidas.
Los gobiernos de la actual oleada no son iguales, van desde el socialismo democrático clásico de Chile y Uruguay hasta el populismo caudillista de Venezuela, pasado por el comunismo cada vez más anacrónico de Cuba y por gobiernos que simulan la izquierda y practican políticas de ajuste fiscal al estilo de lo reclamado por el FMI que estratégicamente se ha retirado de la región previo acuerdo de pago con Brasil y Argentina. Hay sin duda una novedad y una incógnita, que es la arrasadora victoria de Evo Morales en Bolivia.
Subrayo lo de incógnita porque una mirada superficial podría identificarlo con Chávez, cuya alianza ha buscado. Tienen orígenes políticos diferentes, ya que Morales viene una militancia orgánica en el sindicalismo y los movimientos sociales que lo diferencia del caudillismo personal de venezolano. Un atento observador de América latina, como el politicólogo catalán, Joan Prats, considera que esos antecedentes lo vacunan del populismo y que no hará uso clientelar de la pobreza.
Ese es un punto central y habrá que ver si las recientes declaraciones de Morales, orientadas a generar condiciones de independencia para su país y a la vez favorables a las inversiones, se concretan en un programa de gobierno. Habrá que ver como configura su gabinete y como aborda cuestiones claves: la política de hidrocarburos, la Constituyente (allí acecha la tentación chavista), la cuestión de la coca y el narcotráfico y las autonomías, como el conflictivo caso de Santa Cruz de la Sierra.
Evitar errores
Es básico no caer en el error de analizar con los cánones de sociedades más avanzadas la política de uno de los países más pobres de la tierra, con índices sociales desastrosos y con oligarquías económicas y políticas que por décadas han cerrado las puertas a la participación popular. Y cabe tener en cuenta la historia reciente de conflictos inacabables y siempre mal resueltos. Las minorías que se turnaban en el poder ya no estaban en condiciones de gobernar y el triunfo de Morales resultó un freno al proceso de desintegración. Habrá que ver si ese freno se consolida.
Muchas de sus declaraciones y sus relaciones políticas en la región son fruto de la dinámica del proceso que lo llevó al poder y de la necesidad de contar con aliados en una situación difícil. Otras, como algunas que tendieron un puente de negociación con Estados Unidos y de atraer inversiones, abren la posibilidad de que haga un gobierno consistente; es típico el caso del gas, respecto del cuál es lógico que quiera revertir años de entreguismo, pero ha sido claro, sobre todo en España, en cuanto a su predisposición a que haya inversiones.
García Linera, el flamante vicepresidente, ha hablado de un “capitalismo andino”. Habrá que ver en qué consiste, porque todavía no está claro. Pero sería un error descalificar el proceso boliviano, que es fruto de una realidad que exigía cambios, antes de verlo andar.
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Colaboración de Ernesto G. F. Luna de la ciudad de Santa Fe.