Por Joaquín Morales Solá.- Dejemos a un lado el estilo y la redacción del libro de Cristina KIrchner . Definitivamente, el destino de ella no es el de escritora. Pero tiene un pasado y un presente como figura política, y podría tener también un futuro. Entre la confusión y el silencio que lo precedieron, el libro tiene un mérito destacable: desmiente a todos los voceros oficiales y oficiosos de la expresidenta. Los que hablaron de una Cristina más buena, menos confrontativa, más comprensiva y dispuesta a reflexionar sobre los errores del pasado, estaban describiendo una construcción personal (la de los voceros) que nada tiene que ver con la Cristina actual. Cristina es Cristina, con sus mismas filias y fobias, con sus mismas obsesiones, con el mismo rencor de siempre y los mismos enemigos reales o imaginarios. Leer » Sinceramente » es como escuchar a la expresidenta durante diez cadenas nacionales seguidas. Todas pertenecientes a la época en que explayaba sus prejuicios, su visión conspirativa de la vida y la historia y sus descalificaciones personales y políticas contra el periodismo, contra la Justicia y contra los productores rurales, entre otros. No ha cambiado nada.
Otro mérito del libro es el de advertir a los incautos que la segura candidata presidencial será más vengativa que la que conocimos si llegara a acceder al poder. Cultivó el rencor y la venganza cuando tenía pocas cosas para reprocharle a la vida. Como ella bien recuerda, fue diputada provincial, diputada y senadora nacional, primera dama del país y dos veces presidenta. ¿Qué daño moral o psicológico había sufrido y de parte de quién para que primara más el resentimiento que el agradecimiento a la vida? No lo sabemos, pero fue como fue. En los tres años y medio sin poder debió, en cambio, hacerse cargo de las numerosas investigaciones por hechos de corrupción de su gobierno. El periodismo independiente y la Justicia siguieron esos casos y expusieron, con testigos de su propio entorno y de empresarios que aceptaron el sistema de sobornos, un método para robar que se extendió durante los doce años de kirchnerismo. Ahora tiene muchas más razones que antes para sembrar el odio y para imaginar el escarmiento. Es interesante hurgar en el libro para establecer cuándo comenzó el odio entre los argentinos y quiénes lo instruyeron con más eficacia. Sin duda, Cristina fue siempre la candidata ideal en el proyecto de Mauricio Macri para competir este año por la presidencia. Se recuerdan, sin embargo, pocas alusiones públicas del macrismo para descalificar a las personas del cristinismo y a la propia Cristina. Fue durante el período de poder de Cristina cuando el odio se convirtió en una herramienta legítima de la política. Muchas personas públicas, antikirchenristas o críticas del cristinismo, debieron elegir un virtual exilio interno para no verse escrachadas en el espacio público por los seguidores de la expresidenta. El escrache, ese método propio del fascismo de señalar e insultar a una persona en la vía pública por lo que es o por lo que piensa, fue entonces (¿lo sigue siendo?) un recurso habitual del cristinismo. Cristina no hace otra cosa en su libro que agrandar el «ellos» y encoger el «nosotros». La grieta es una estrategia electoral del macrismo. En el cristinismo, está incrustada en él, forma parte de su mapa genético. Esa es la diferencia, aunque hay también un sector social no menor que practica el odio hacia el cristinismo y que, a veces, se cruza con los seguidores del macrismo.
En una persona política que siempre descubre la perfección cuando se mira en el espejo (y eso es evidente en el libro), no es de extrañar que sus principales enemigos sigan siendo los periodistas y los medios periodísticos. Más de un centenar de veces alude peyorativamente al periodismo independiente («medios de comunicación hegemónicos», «sicarios mediáticos», «la construcción comunicacional», «una sociedad absolutamente mediatizada», «un pobre público indefenso ante los medios», «estupidez inoculada por los medios», «las páginas descartables de muchos diarios», entre otros martillazos nada novedosos) en un libro de 600 interminables páginas. El Grupo Clarín es el que se lleva más páginas y alusiones; lo sigue LA NACION, pero tampoco se olvida de la Editorial Perfil. Nunca entiende al periodismo como una institución de la democracia ni como un recurso indispensable de la sociedad para saber lo que hace -o no hace- el poder. El periodismo y los medios periodísticos son siempre para ella simples empleados. O de ella o de corporaciones empresarias maléficas. Su combate, como bien se vio con la ley de medios, es por quién controla a ese institución fundamental de la libertad. Llama la atención, con todo, que lo culpe a Macri de poner presos a los dueños de medios opositores a él. Sin nombrarlos, alude a Cristóbal López y a Fabián de Sousa, que efectivamente son dueños de canales de televisión por cable y de radios. Y es cierto que están presos, pero no por ser dueños de esos medios, sino porque se quedaron con 15.000 millones de pesos del Estado. Como agentes de retención del Estado, habían cobrado impuestos a las naftas, por ejemplo, y no le entregaron el dinero a la Afip. No hace ninguna referencia a ese multimillonario juicio por evasión impositiva. El libro de Cristina está lleno de tales manipulaciones.
Otra de sus obsesiones es la Justicia o, para decirlo en palabras de Cristina, el «partido judicial». En el podio, el más execrado entre todos es sin duda el juez Claudio Bonadio , a quien directamente califica de «sicario judicial». Protesta porque no le aceptaron su recusación de Bonadio por «enemistad manifiesta de él hacia mi y de yo hacia él». No se conoce ninguna expresión del juez, más allá de sus sentencias, que respalden esa «enemistad manifiesta» del magistrado contra Cristina. Resulta improcedente desde todo punto de vista que se acepte una recusación porque la persona imputada siente una «enemistad manifiesta» contra el juez que le tocó. Si se aceptara ese criterio, no habría juez en condiciones de juzgar a Cristina, salvo los que militan en su cofradía de Justicia Legítima. Es inadmisible que una «abogada exitosa» (como ella misma vuelve a calificarse en el libro) ignore esa regla básica del derecho. La Justicia debe reformarse y democratizarse, insiste. La democratización está, según ella, en la ley de reforma de la Justicia que la Corte Suprema declaró inconstitucional. Era una maniobra para llenar de cristinistas al Consejo de la Magistratura y, por lo tanto, a la Justicia. De aquella resolución de la Corte Suprema, dice que el «Poder Judicial rechazó su propia democratización». Tampoco se olvida de la Corte.
Víctima de «la elite más rica de la Argentina», como se define, Cristina garabateó un libro que es también un panfleto contra los empresarios en general y contra los productores agropecuarios en particular. No perdonó nada ni a nadie. Las «patronales rurales» son las culpables de la guerra con el campo en 2008 y la derrota de ella fue la «restauración conservadora». Aunque lo señala a Martín Lousteau como el autor exclusivo y excluyente de la resolución 125 , concluye que la lucha del campo contra sus arbitrariedades fue «absolutamente destituyente». Pero hace otro aporte a la sinceridad cuando señala que esa guerra fue también «absolutamente fundante para definir el perfil del gobierno». Es decir, hubo un antes y un después de la guerra con el campo, y el después fue mucho más radicalizado. Lo sabíamos todos, pero ella lo confirma ahora. Si bien la comparación con Macri aparece constante en el libro, es en el capitulo dedicado al conflicto con los productores rurales donde subraya más el contraste. Ella, la abanderada de la lucha contra el poder económico concentrado. Él, un simple muñeco de esos vastos e indefinidos poderes. Hay contra Macri un odio de clase evidente, un rencor infinito porque tiene el apellido que tiene. Lo dice sin disimulo. Por lo demás, no hay empresarios argentinos que puedan compararse con José Ber Gelbard y, por lo tanto, ninguno sirve. Su reloj atrasa medio siglo.
No se olvida ni del abuelo de Federico Pinedo ni del bisabuelo de Horacio Rodríguez Larreta . Por supuesto, tanto uno como otro actúa hoy según esos mandatos centenarios dictados por una determinada clase social. Resentimiento en estado puro, que ella no esconde ni hace el esfuerzo de ocultarlo. Uno de sus héroes es Putin («tiene mirada histórica y estratégica»), aunque el líder ruso es uno de los déspotas más importantes del mundo. Putin está acusado de haber instigado la persecución, la cárcel o la muerte de opositores y periodistas. Cristina no se detiene en eso. O se detuvo y no le pareció mal. Desde ya, sus otros líderes paradigmáticos son Hugo Chávez y Rafael Correa . Los dos han sido denunciados dentro de sus propios países por haber creado un sistema político autoritario y asfixiante para la prensa libre, para los empresarios independientes y hasta para los sindicatos que no se disciplinaron. Programa y modelos coinciden. Es un último acto de sinceridad: el autoritarismo kirchnerista regresará con ella, si es que regresa.
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 2 de mayo de 2019.