SANTIAGO, Chile.- Chile está tironeado. Es mucho de Europa o Estados Unidos, y bastante de América latina. Es previsibilidad económica y estabilidad política europea o norteamericana y es pobreza y desigualdad latinoamericana.
Un país menos injusto, más equitativo, pero igual de abierto y ordenado fue lo que prometió Michelle Bachelet. Los chilenos aceptaron ayer su propuesta, en masa. Sobre todo, lo hicieron las chilenas, que nunca antes habían votado tanto por un candidato de la centroizquierda. Y, en los próximos cuatro años, la presidenta electa intentará encontrar la fórmula para dar el salto final hacia el Primer Mundo, no para confrontarlo; para acercarse a su nivel de vida y no para distanciarse. Satisfechos con su éxito económico pero descontentos con algunos de sus costos, muchos chilenos comparten un dicho: “Chile es el mejor alumno de la región, pero el peor compañero”.
La futura presidenta chilena nunca se planteó que el país dejara de ser el alumno estrella, el estudiante señalado por Washington y Bruselas como el ejemplo para seguir por una región acostumbrada y casi resignada a las malas notas. Pero sí se propuso hacer de Chile un mejor compañero, no por afinidades políticas o ideológicas, sino por necesidades económicas y diplomáticas.
“Bachelet hereda cuatro problemas todavía irresueltos. Primero, la desigualdad; segundo, la ausencia de una Constitución verdaderamente democrática; tercero, la falta de una completa reconciliación. Y por último, el distanciamiento de América latina, la comprensión de que la globalización se hace a través de los bloques”, dijo el sociólogo Manuel Antonio Carretón.
El distanciamiento de América latina llegó en Chile en la última década, a medida que el país se abría al Primer Mundo con una oleada de tratados de libre comercio. La fiebre exportadora se apoderó del país y un sinfín de productos chilenos comenzó a ser consumidos, sin barreras, por un mercado de 2000 millones de europeos, norteamericanos, mexicanos, chinos.
Ayudado por el precio récord del cobre, su mayor commmodity, Chile logró que, en los últimos seis años, sus exportaciones se duplicaran y la economía se asentara como nunca.
El boom económico dejó al desnudo, sin embargo, dos de los desafíos que Bachelet enfrentará a partir del 11 de marzo. Por un lado, la bonanza expuso los contrastes entre los chilenos, entre los que vieron crecer sus empresas, evolucionar sus comercios, y los que apenas pueden costearse una visita a un hospital privado cuando el público no da abasto o los que ven que sus hijos corren con desventaja si van a un colegio del Estado.
Por el otro, la aceleración de las exportaciones y el consumo dejaron al descubierto uno de los mayores déficit de la economía chilena: la ausencia de fuentes de energía para alimentarla. Y la energía –el gas, en todo caso– venía de tres vecinos, dos de ellos más conflictivos de lo que el gobierno de Ricardo Lagos esperaba: Perú y Bolivia.
En su campaña, Bachelet aseguró, cada vez que pudo, que la política de libre comercio de los últimos gobiernos sería también la suya. Insistió, sin embargo, en que su prioridad diplomática sería América latina y, más precisamente, sus vecinos. Una economía que crece, una política pública que debería ser más activa y onerosa para erradicar las desigualdades y el salto hacia el Primer Mundo se lo reclaman.
Chile, Bolivia y Perú son tres de los protagonistas del activo calendario electoral que América latina tuvo y tendrá entre 2005 y 2006.
En Santiago, ganó Bachelet; en La Paz, el líder cocalero Evo Morales, y en Lima, el dirigente nacionalista Ollanta Humala podría imponerse en los comicios presidenciales.
Los tres se definen como de izquierda. Y Bachelet se fastidia cada vez que la alianza del presidente venezolano, Hugo Chávez, con Morales –y eventualmente con Humala– es descripta como un “eje del mal”. Para la médica, el triunfo aplastante del líder cocalero en Bolivia representa el avance de quienes estuvieron relegados durante demasiado tiempo.
Sin embargo, tal vez sean las caras de dos izquierdas diferentes. Bachelet, la de una más pragmática como la de Lagos o la del brasileño Luiz Inacio Lula da Silva. Morales y Humala, las de otra más populista y antinorteamericanista, como la de Chávez.
“Es bastante improbable que Bachelet vaya a cruzar la línea, que se entregue al hostigamiento retórico hacia Estados Unidos o que se alinee con Chávez porque él siempre fue muy hostil con Chile. El tramado de la política exterior chilena está demasiado consensuado como para que lo haga”, dijo Walter Sánchez, del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
Aunque la futura presidenta no vaya a alinearse con Morales o con Humala –en caso de que el militar retirado gane en Perú–, sí va a estar casi forzada a negociar con ellos, o al menos a dialogar. El gas no es el único problema; en definitiva, Chile ya se lanzó con fuerza a buscar fuentes alternativas de energía.
Están también los reclamos limítrofes de Perú y de Bolivia, acicateados por el temor que genera el reforzamiento bélico chileno. La Paz exige una salida al mar y, aunque invitó a Lagos a su asunción esta semana, Morales ya anunció que no piensa ceder en su reclamo. Consciente de que es más conveniente negociar con un presidente con apoyo público que con uno sin respaldo, el equipo de Bachelet advirtió que está dispuesto a conversar cordialmente con Morales.
“Es un muy buen interlocutor”, dijo el encargado del programa internacional de Bachelet, Ricardo Lagos Weber, hijo del actual presidente. Con Humala, que anteayer dijo que “Chile se cree dueño de Perú”, el diálogo podría ser más tenso y hasta violento. “Con él, el conflicto podría adquirir un matiz más riesgoso”, opinó Sánchez.
Bachelet buscaría el contrapeso a las relaciones peligrosas con Bolivia y Perú en la Argentina, según afirmaron fuentes de su entorno. Reforzar el nexo con Buenos Aires sería la forma de Chile de evitar quedar más aislado de sus vecinos. Sin embargo, ese vínculo y la sintonía política de Bachelet con el presidente Néstor Kirchner podrían encontrar también algunas espinas.
No sería tanto la provisión de gas argentina, sino el Mercosur y, eventualmente, la negociación del ALCA, acuerdo sobre el cual Lagos y Kirchner ya mostraron diferencias.
“Nosotros apostamos al Mercosur, pero queremos un Mercosur con instituciones fortalecidas; un bloque con el que nos gustaría acordar antes algunos temas como la solución de controversias, el comercio de servicios, las inversiones. Hay que negociar estos temas para tener una posición consensuada a la hora de discutir el ALCA”, dijo Lagos Weber.
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 16 de enero de 2006.