El obispo de Rafaela Luis Fernández escribió un mensaje navideño esperanzador en medio de un contexto de crisis crispada por los hechos de violencia a nivel nacional:
En medio de un fin de año convulsionado en nuestro país, llegamos como todo el mundo, cansados y agobiados, sintiendo una necesidad grande de llenarnos de esperanza, de recobrar la serenidad, la paz y la alegría en nuestras vidas, haciendo memoria que nuestra vocación, no es vivir en el desasosiego en la tristeza y melancolía de tiempos idos, viviendo con temor en el presente y angustia por el futuro, viendo como la vida cada día se va haciendo más pesada y amargada, dura y difícil de aguantar, viendo como nuestro despertar se hace natural, el estar tensionados, viviendo crispados, con prejuicios, hipercríticos, desconfiando aún de lo que nos son más cercanos, susceptibles a todo, irritados por cualquier cuestión.
Los más jóvenes enfrentan la nueva cultura, que seduce, en la era de las redes sociales, como nunca en la historia comunicados, que afianzan autonomías, pero que también llevan a soledades, y muchos viven como islas que naufragan en el hiperespacio de millones de redes que llegan a los lugares más lejanos del universo, capaces de hacer contactos por instantes con otras islas que por millones recorren el infinito, pero para partir pronto hacia nuevos mundos, en una insaciable búsqueda de sentido de la vida, y que solo comparten con su celular o la red a la que están enganchados, donde tienen juegos que hacen lo imposible por comunicarlos, y hasta hay que poner semáforos bajitos para que no se choquen con la realidad más cercana, y esto ya es algo, porque peor es que jueguen con la vida, cuando en cócteles alcohólicos, o con la misma droga, velocidad y violencia, se desprecia la vida, porque no vale nada.
¡Cuánto necesitamos reencontrarnos con nosotros mismos!, en la intimidad profunda y silenciosa de nuestro corazón, centro de la vida. Sabemos que para salir de nosotros mismos, tenemos que saber darnos, aportando lo que muchos están necesitando, y que hoy pasa fundamentalmente, por ser mujeres y hombres de alegría, de paz, ternura y misericordia, la que nos trajo el niño Dios, en el pesebre de Belén, al nacer de María.
¡Cuánto nos duele el alma!, ver las imágenes de la televisión de estos días previos a la Navidad, hermanos nuestros, mujeres y hombres, en batalla, enfrentamientos y luchas, lluvia de piedras y balas de goma, gas lacrimógeno, destrucción de edificios, comercios, y la herida cada vez más honda del tejido social argentino, que nos destruye como hermanos y nos aleja, de gozar la dicha de ser hijos todos del mismo Padre Dios.
Padre Dios que creó el mundo para todos, sin distinción de razas ni de pueblos ni de religión, con igualdad de oportunidades, sin discriminación alguna, haciéndonos con inteligencia, para razonar, discernir, posibilitando el trabajo, la ciencia y la técnica, capaces de sentir, por eso duele el amor y cuando te sacrificas por el bien del otro, así como también gozás con creatividad al ver un cuadro, un baile, la sonrisa de un niño, o escuchas una canción, es la belleza del arte, del juego y el deporte, pero sobre todo Dios nos ha dado un «corazón», capaz de amar y servir, creando mundos nuevos, culturas nuevas con nuevas historias que es cada una de nuestras vidas, soñadas por amor de Dios.
El nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén, como cuando éramos niños, vuelve cada fin de diciembre, con su Misterio de «amor», que nos envuelve en la ternura misericordiosa, de un Dios que tiene el atrevimiento de hacerse niño, y esto sigue complicando a los poderosos de este mundo. Su luz nueva que traspasa los siglos, es más fuerte que el humo de las bombas y misiles, y que miles de piedras, arrojadas con rencor y venganza, y hasta es más perdurable que cualquier ley, aún las que puedan dañar a los más necesitados de la sociedad.
Por eso te decimos niño de Belén: te necesitamos, nace una vez más en medio nuestro, en las familias, en los que se sienten solos y ayúdanos a ser más hermanos entre nosotros.