Por Emilio Grande (h.).- “Basta escuchar o leer las noticias de cada día para diagnosticar que la Argentina está muy enferma en todos los niveles de la sociedad: en la relación familiar comenzando por esposos; en las relaciones sociales y políticas; en las relaciones sindicales y empresariales y hasta en las relaciones religiosas. Muchas voces se levantan para dar solución al «mal argentino» que corre el riesgo de degenerar en un mal indeleble o crónico que lleve a una Argentina sin solución. Una Argentina sin futuro y que tome el camino de la desaparición como tantos poderosos imperios o naciones que se los recuerda por hazañas pasadas. La Argentina de hoy gime por la corrupción de no pocos”, advirtió el obispo emérito de Viedma Miguel Hesayne (2013).
A decir verdad, pasaron cuatro años de aquellas proféticas palabras y como sociedad estamos envueltos en una encrucijada que pareciera no verse la salida del túnel…
Se podrían analizar distintos casos de la enfermedad social de la Argentina: por ejemplo, luego del triunfo de Cambiemos en casi todo el país en las PASO del 13 de agosto, a los pocos días la CGT, las dos CTA y los movimientos sociales hicieron un acto en Plaza de Mayo, exigiendo el cambio del rumbo de la política económica y adelantaron la posibilidad de definir un plan de lucha con un paro general incluido.
Ciertamente, la pobreza estructural es del 33%, que no es de ahora sino desde hace varios años, sumado a la desocupación del 9%, pero si el electorado siguiera la lógica sindical hubiera votado en contra del Gobierno, aclarando que hay algunos indicios de crecimiento. Una de las materias pendientes a resolver desde hace décadas es la endémica inflación (40% en 2016), que golpea a todos los sectores sociales, especialmente a los más pobres.
Otra situación para analizar son las desapariciones y muertes que se producen en democracia: el caso emblemático está marcado en estos días por Santiago Maldonado, siendo responsabilidad del Estado y la Justicia investigar hasta conocer qué pasó con este joven, sin olvidar al también desaparecido Jorge López en 2006…
El problema es cuando hay una utilización política partidaria cristinista y sectorial de grupos de izquierda, buscando tirar agua para su molino, con la mirada puesta en las elecciones del 22 de octubre. Lo más lamentable fue lo ocurrido el viernes pasado con las marchas, reclamando la aparición del joven en distintos lugares del país, en la que grupos de manifestantes hicieron violentos incidentes en la vía pública, especialmente en Buenos Aires y El Bolsón, con más de 20 heridos y 31 detenidos en el centro porteño.
En la vida siempre hay límites y no puede rasgarse las vestiduras en una situación y en otras mirar para el costado. Fue el caso de la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner, quien en una misa por Santiago Maldonado fue increpada por la madre de una de las 52 víctimas de la tragedia de Once en 2012.
Hay que cambiar de paradigma: pasar de la permanente conflictividad social a la que nos llevó el kirchernismo en los 12 años en el poder y, al mismo tiempo, romper la grieta de los argentinos, a nuevos consensos políticos: priorizar el diálogo entre los distintos actores sociales, determinar una agenda de necesidades de la gente (inseguridad, inflación, trabajo digno) y eliminar los egoísmos sectoriales, privilegiando el bien común.
Ningún reclamo sectorial por más justo que sea puede justificar la violencia, porque como decía Martin Luther King «la violencia crea más problemas que los que resuelve y nunca conduce a la paz»…