JERUSALEN.– Como millones de judíos diseminados por el mundo, Mario Sznajder fue educado en el sionismo, movimiento creado por Teodoro Herzl a fines del siglo XIX con el objeto de promover el retorno del pueblo judío a su patria histórica. En 1966, con apenas 18 años, llegó a esta ciudad tres veces milenaria.
Sznajder abandonó la Argentina, donde nació en 1948, y después Chile, donde terminó el colegio secundario. Viajó a Israel, se hizo ciudadano israelí y realizó estudios de grado, maestría y doctorado en Ciencia Política.
Frente a un modelo de sociedad evolucionada, es difícil no preguntarse cómo lograron los israelíes construir un país moderno en poco más de medio siglo. “Acá la tierra es pobrísima, no hay agua, y, sin embargo, por todos lados se ve una agricultura floreciente. En la Argentina la capa de humus tiene un metro. Acá, si llega a dos centímetros, festejan… Este es un país lleno de problemas, pero hay realismo, y eso se traduce en una cultura. Yo creo que la riqueza natural básica de la Argentina nos ha jugado en contra y no ha ayudado a la gente a cultivar una actitud de sacrificio. Más bien lo que uno vio siempre es una actitud de sacrificio. Más bien lo que uno vio siempre es una actitud de soberbia, de creer que no hay que esforzarse tanto, de que «ya hemos llegado».
En la Universidad Hebrea de Jerusalén, enseña Teoría Política, ocupa la cátedra León Blum de Ciencia Política y es investigador asociado del Instituto Truman. Esta universidad, fundada en 1925, es un centro de excelencia, un semillero de premios Nobel que cubren, prácticamente, todas las disciplinas.
Sznajder es autor de numerosos libros sobre temas de su especialidad, editados en inglés, hebreo, alemán, italiano portugués y español, y de más de 90 artículos publicados en revistas científicas.
Sus inquietudes académicas -particularmente, en los últimos años- se orientaron claramente hacia América latina y a tratar de entender las relaciones entre sociedad civil y democracia, así como la influencia que tuvieron los movimientos nazifascistas en los gobiernos autoritarios sudamericanos y en los populismos que, con matices, han asolado una región con la que aún mantiene fuertes lazos afectivos, ya que sus dos únicas hermanas viven una en Buenos Aires y la otra en Santiago, Chile. Su libro más reciente «El legado de violaciones de los derechos humanos en el Cono Sur» (La Plata, Ediciones Al Margen, 2005) es una actualización del trabajo que publicó en 1999 la prestigiosa The Oxford University Press.
Cuando se le pregunta por el país que dejó hace tanto tiempo, dice que una de las cosas que más lo sorprenden es la falta de respeto por la verdad histórica y el propio pasado.
-En forma muy triunfalista, por ejemplo, la relativa democracia argentina dice haber superado, derrotado y borrado a la dictadura militar. Pero eso es absolutamente irreal, ya que el destino de los desaparecidos no se conoce hasta el día de hoy, y han pasado más de dos décadas. A mí me parece que el juicio a las juntas militares tuvo más que ver con la política que con la justicia.
-¿Por qué dice «la relativa democracia argentina»?
-Porque las mismas ideas que pregonaban los militares en las décadas del 60 y el 70 se han convertido en el vox pópuli argentino de hoy: «Los políticos son todos corruptos». Es la misma sociedad la que no participa y no cree en la política y, por lo tanto, no les da a los políticos demasiado crédito como para tratar de generar una democracia eficiente y honesta. Lo que uno ve hoy es un país desmovilizado políticamente. Lo que existe, incluso en el nivel de los piqueteros, es mínimo comparado con lo que existía en la Argentina de los años 60 y 70. Dos olas de represión militar desmovilizaron a la Argentina. Pero no sólo la desmovilizaron, sino que le hicieron internalizar la idea de que la política es peligrosa y corrupta. ¿No es eso lo que sostenía la dictadura?
-Su infancia coincidió con los últimos años del segundo gobierno de Perón. ¿Recuerda el clima de aquellos tiempos?
-Diría que mi primer recuerdo es un río de gente pasando por la puerta de mi casa para ir al Congreso a darle el último adiós a Eva Perón.Yo tenía 4 años. También recuerdo claramente la ciudad en los días de la revolución del 16 de septiembre de 1955. Pese a que estoy alejado del país, la vida cultural argentina me atrae mucho y trato de aprovecharla cada vez que voy para allá. La última vez, hace algunas semanas, en la sala Tita Merello, vi «Maten a Perón», sobre los sucesos de esa revolución y el bombardeo a la Plaza de Mayo. Me volvieron a la memoria un montón de episodios que viví en mi infancia, como el «Viva Cristo Rey» y todos los gritos de batalla del antiperonismo. Me impresionó mucho enterarme de que hubo casi 400 muertos y 2000 heridos.
-¿Sus padres simpatizaban, entonces, con el peronismo?
-Tal vez, como la mayoría, ellos confiaron en Perón, en tiempos en que el país era muy rico, muy próspero, pero luego se desilusionaron. Tuvieron esperanzas los primeros años de gobierno y luego se fueron desencantando, lo que no es muy distinto de lo que ocurre siempre con los argentinos.
-¿Por qué cree que pasa siempre?
-Yo creo que hay una terrible disonancia entre lo declarativo y la manera de actuar. Me parece que en la Argentina hay una incomprensión básica de lo que significa ley y la aplicación de ley, y que las formas son más importantes que los contenidos. Se construyen castillos de naipes sobre la base de rimbombantes declaraciones que nadie es capaz luego de cumplir. Y creo que esa enorme distancia es un problema no sólo de los políticos, sino también de la sociedad. Los argentinos no parecen entender que para poder promover sus propios intereses tienen que establecer reglas de juego que permitan articular los intereses de los distintos sectores.
-Hubo un tiempo en que esto aparentemente ocurrió, y el país creció.
-Pero no se puede generar desarrollo sólo en el nivel material. El desarrollo también debe ser social. En la época de Perón, hubo inclusión política, pero la redistribución material que se hizo estuvo manchada de un populismo muy clientelista.
-A raíz de sus estudios sobre el fascismo, ¿pudo analizar cuánto influyó en Perón su paso por Italia, en pleno gobierno de Mussolini?
-Perón se convirtió en un admirador a rajatabla de Mussolini durante su estada en Italia. Los nacionalistas extremos, como era el caso de Perón en esa época, veían a la sociedad en manos de los políticos con mucha preocupación. Si a Italia le había ido bien con el fascismo, ¿cuánto más se podría hacer en la Argentina, con la riqueza y el potencial que tenía? No olvidemos que hasta 1929 era uno de los países más desarrollados del mundo.
-¿Por qué se frustró ese proceso?
-No se redistribuyó en forma seria. Se hizo populismo. Es paradójico, porque la Argentina tenía capacidades. Hubo ciclos progresivos en la historia de la economía argentina en los cuales existían los medios necesarios para financiar un desarrollo sostenido. Juan José Sebrelli dice que la tan notoria década infame no fue tan infame ni tan decadente. Pero, como ya he señalado, en la Argentina hay una falta de respeto básico por la verdad histórica y por el propio pasado. Es un país hecho de mitos y de descalificaciones.
-¿Hay también una incapacidad para pasar al plano de lo concreto?
-Yo creo que sí. Y de comprender que la política no es sólo un refugio retórico. Cuando le pregunto a la gente qué piensa del país y escucho a los argentinos diciendo cosas terribles, como que todos sus gobiernos roban, les digo: «Bueno, una sociedad no es solamente lo que sucede arriba, sino también lo que sucede abajo», y enseguida les pregunto: «¿Usted paga sus impuestos?». Y la respuesta es: «Ah, no, ¿para qué? ¿Para que me roben?». Hay una actitud de querer reclamar siempre los derechos y autojustificarse para no cumplir los deberes. Pero la sociedad está constituida por dos partes. La relación sociedad-Estado no es unilateral. La sociedad no puede echarle la culpa al Estado y decir: «Como el Estado no sirve, yo me puedo comportar mal». No, eso es una barbaridad. Desde luego que en la Argentina hay gente muy capaz. La Argentina ha alimentado a muchos otros países. También a éste. Ha exportado cerebros e intelectualismo a troche y moche. Yo estuve en Cambridge, en Princeton, en Bologna. En todos lados hay argentinos destacadísimos. Gente como Gino Germani fue capaz de prosperar en la Argentina. Es el único país de América latina con tres premios Nobel. Pero en algún momento se produjo un quiebre y los resultados están a la vista.
Carmen María Ramos
Fuente: diario La Nación, 3 de diciembre de 2005.