Por Luciana Mazzei.- En este período se dan tres movimientos internos: el duelo por el niño que ya no es, sostener la persona que se es (con habilidades, gustos, creencias y limitaciones propias) y la conquista del mundo adulto. Estos movimientos van acompañados por todos los cambios a los que se enfrenta y que debe aceptar como parte de su sí mismo.
Llamamos adolescencia precoz a la aparición temprana (antes de los 11 o 12 años) de ciertas conductas o intereses propios de la adolescencia. Es una adolescencia anticipada y casi artificial podríamos decir, porque no surge de una vivencia propia de la persona sino de estímulos externos que los empujan a vivir experiencias para las que aún no están preparados.
En este período la persona comienza a ver transformaciones en lo biológico, psicológico y espiritual. El ámbito seguro que antes era la familia se reemplaza por el grupo de pares, haciendo que el adolescente comience a poner en tela de juicio lo aprendido en casa. Necesariamente debe poner en consideración lo aprendido contrastándolo con lo que le muestra el mundo para decidir qué camino seguir.
Del mismo modo, vemos adultos que viven en una adolescencia perpetua, que lleva a dejar de lado compromisos y responsabilidades asumidos y empujando a sus hijos a esta adolescencia precoz.
Frente a esto cabe preguntarnos ¿cuál es la fantasía que tenemos como sociedad acerca de la adolescencia? Vemos cada vez más niños y adultos vestidos como adolescentes, con comportamientos, bailes y actitudes adolescentes. La adolescencia se ha convertido en la edad de oro, deseada por niños y añorada por adultos.
Esto ya no sorprende pero sí preocupa. Los adultos que no pueden salir de la adolescencia se muestran inmaduros, faltos de responsabilidad y negados al compromiso.
Entre los niños, el uso de redes sin supervisión, bailes sensuales, salidas propias de adolescentes como fiestas con estética de boliche están a la orden del día. A los 9 o 10 años ya no juegan, buscan emociones y experiencias propias de la adolescencia. Lo que alarma es que muchas veces estas conductas están motivadas y alimentadas por los propios padres.
Es cierto que el comienzo y fin de la adolescencia, como de otras etapas de la vida no son algo inamovible, sino que es diferente para cada persona, también es cierto que los medios de comunicación, el consumismo, las redes y la necesidad de inclusión lleva a muchos niños a vivir experiencias para las que aún no están preparados ni emocional ni psíquicamente.
Al permitir -o promover- que un niño asista a un boliche o fiesta con características de tal, se saltea una etapa crucial y necesaria en la vida: la infancia como espacio de juego, exploración segura y construcción de identidad con tiempos acordes a su madurez emocional. Estos entornos, creados para adolescentes mayores o adultos, suponen códigos sociales, estímulos y presiones para las que un niño aún no está preparado.
Es natural para un niño jugar a ser grande, vestirse y actuar como adulto, en el ámbito del hogar es propio de la niñez, allí la persona va configurando su identidad. Lo que no es propio es naturalizar esta adultización con actividades propias de adolescentes o adultos. Una cosa es jugar a… y otra muy distinta es exponerse a situaciones propias de personas más grandes.
Esta adultización no es un signo de madurez sino una exigencia social que provoca frustraciones, ansiedad, baja autoestima que pueden deirvar en dificultades vinculares en el futuro. La falta de adultos que limiten y guien en esta etapa deja a los niños solos en un mundo de adultos, niños que no han adquirido las herramientas y recursos personales para afrontar los desafíos de este mundo.
Por temor a dejar que sus hijos queden excluidos, a parecer autoritarios o anticuados, muchos padres permiten y promueven la participación de los niños en estas actividades, descuidando su lugar como adultos responsables, pierden su lugar de contención y apoyo dejando a los niños a merced de modelos externos que, lejos de transmitir valores, les exigen una identidad para la que aún no están listos.
Como sociedad, necesitamos revalorizar la infancia como una etapa valiosa en sí misma, no como una antesala incómoda a ser acelerada. Y como adultos, debemos animarnos a ser referentes que sostienen, que acompañan, que dicen “no” cuando hace falta. Porque crecer no es sólo sumar años, sino transitar experiencias con los recursos adecuados y en el momento justo.
¿Por qué algunos padres fomentan conductas adolescentes en niños?
Vivimos en una época donde el «ser grande» se valora más que el «ser niño». En este contexto, muchos padres -a veces sin darse cuenta- fomentan conductas propias de la adolescencia en hijos que aún están en la infancia. ¿Qué hay detrás de este fenómeno?
1. Miedo al rechazo social
2. Confusión entre libertad y abandono
3. Proyección de deseos no cumplidos
4. Banalización de la infancia
5. Presión cultural y estética
6. Falta de herramientas parentales
El desafío: vivir cada etapa de la vida con alegría y disfrute
Fomentar la infancia no es negar el crecimiento, sino respetar sus tiempos. Los niños necesitan adultos que los protejan, no que los empujen a ser grandes antes de tiempo. La verdadera tarea adulta es acompañar el desarrollo de forma progresiva, marcando límites con amor, conteniendo y guiando sin miedo.
Aceptar el paso del tiempo en la propia vida, recordando la adolescencia como un tiempo divertido y sin demasiadas responsabilidades, la juventud como un momento de desarrollo. Cada etapa vivida en plenitud nos fortalece y abre las puertas de la etapa siguiente sin dolor.
La autora es magister en orientación familiar, radicada en la ciudad de Rafaela. Instagram: Lucianamazzei.lof. Fuente: https://portaldeprensa.com/






