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El caso Siria y la comunidad internacional

Por el Dr. Rodolfo Zehnder.- La reciente resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, obligando a Siria a desmantelar su arsenal de armas químicas, no deja de ser un paso positivo en el entramado de la organización de la comunidad internacional pergeñado –imperfectamente y cristalizando el triunfo de las potencias vencedoras- en 1945 luego de la Segunda Guerra Mundial.

Si dicha organización pareció en su origen injusta, por lo oligárquica (en tanto 5 potencias se arrogaron el doble privilegio de ser miembros permanentes y de poseer el derecho a veto), con el devenir de los años sufrió no pocos cimbronazos y cuestionamientos, en su mayoría justificados. Dicho diseño se reveló injusto, obsoleto e ineficaz, particularmente en tiempos de la Guerra Fría, aunque ésta transite ahora por carriles más económicos y geopolíticos que bélicos.

No obstante, cuando parecía que la intervención armada de Estados Unidos en Siria era inminente, Naciones Unidas introdujo un factor de considerable apaciguamiento, aun con sus defectos: no se sabe, en definitiva, si Siria cumplirá con esta orden votada por unanimidad en el seno del Consejo de Seguridad, ni que pasará en caso de incumplimiento, aunque el Consejo tiene abundante jurisprudencia al respecto (vid, por ejemplo, sus resoluciones imponiendo distintas sanciones a Libia, Irak, Irán y Corea del Norte, por citar sólo algunas).

El actor principal, y factótum de la resolución mentada, fue la Federación de Rusia, a cuya iniciativa y presión sobre Siria se debió la actitud de ésta de acatar, en principio, lo que luego se resolvió. Rusia se llevó los laureles en el terreno diplomático, aunque su alianza con Siria hubiese sufrido un menoscabo, al menos en apariencia. Digo en apariencia, porque no variará en nada su alineamiento con Siria (advirtamos que la única base naval militar de Rusia, fuer de los cofines de la ex Unión Soviética, está en territorio sirio –en el puerto de Tartú) e indirectamente con Irán, contrabalanceando el de Washington-Tel Aviv. Siria es estratégicamente importante, en tanto depositario de gas y petróleo y con salida al Mediterráneo, por lo que Moscú no variará su política pro-siria, ni ésta dejará de intentar frenar en algo el desnivel armamentístico representado por Israel: el escudo protector sirio –aun relativo- contra esta potencia nuclear, representado por su arsenal químico, deberá adoptar otra forma, por lo que es dable esperar un incremento de la ayuda rusa y sus aliados. Y Estados Unidos, poniendo su atención en Siria, lo cual no había ocurrido en los últimos 20 años, en parte debido a las guerras contra Irak y Afganistán, intenta no dejar el camino libre a la influencia creciente de China en la región.

Siria también resultó beneficiada: impidió un involucramiento directo de EEUU en la guerra civil, y logró que no le aplicaran el Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas. Dicho capítulo prevé la posibilidad de que el Consejo de Seguridad adopte decisiones imperativas, más allá de las recomendaciones (no obligatorias) contempladas en el Capítulo VI. Estas decisiones, de menor a mayor gravedad, pueden consistir en medidas de carácter provisional no estrictamente obligatorias pero que se tiene en cuenta si los Estados las cumplen, pues, en caso de no acatamiento, éste puede ser calificado de agresor (ejemplo: cese de hostilidades, retiro de tropas de la frontera, etc.); y medidas que implican coacción. Estas son de dos tipos: 1) Las que no implican el uso  de la fuerza pero que son obligatorias para todos los Estados miembros (ej.: ruptura de relaciones económica y/o diplomáticas); y 2) las que sí implican el uso de la fuerza (ej.: la famosa resolución 648 que introdujo una tácita autorización a recurrir al uso de la fuerza armada contra Irak, lo cual dio origen a las primera guerra del Golfo a principios de los 90). Siria zafó de todo ello.

La gran derrotada en la cuestión siria fue Francia: su precipitada decisión de apoyar a los rebeldes, enfrentándose al régimen de Al-Assad, no tuvo eco y fue desvirtuada por el acuerdo entre EEUU y Rusia, quienes ignoraron olímpicamente al gobierno galo.

No poca dimensión alcanzó el gesto del nuevo Papa Francisco, decidido a hacer oír su voz con fuerza en cuanto conflicto de importancia se cierna sobre el planeta: su convocatoria para una jornada de oración por la paz en Siria alcanzó notoriedad y, a los ojos de los creyentes, particular eficacia.

A todo esto, la guerra civil en Siria seguirá su curso, con su secuela de muerte de inocentes, ya que el tema central permanece irresuelto. Que nadie se llame a engaño: leales y rebeldes han dado muestras, al unísono, de similares grados de crueldad y desprecio por la vida humana.

Si algo caracteriza a la región donde se desarrollan estos acontecimientos es su extrema volatilidad. Allí nada es definitivo, todo cambia vertiginosamente, y la violencia parece convertirse en un estado perenne, en tanto los que están en condiciones de brindar una solución política (la única viable), como Estados Unidos, no aciertan a hacerlo, por más buenas intenciones con que el Premio Nobel de la Paz (¿) Barack Obama  intenta (¿intenta?) sobreponerse al enorme poder del establishment bélico-financiero de su país.

De todas formas, parece claro que cualquier organización –o casi- es preferible al caos y la anarquía. La decisión del Consejo de Seguridad merece elogiarse, y, para las mentes optimistas, no es sino un  ejemplo de cómo, aun con sus imperfecciones,  Naciones Unidas tiene un rol a cumplir –aun inacabado, imperfecto, deficitario- que ninguna otra organización puede alcanzar. Y una deducción es evidente: la internacionalización de conflictos que parecieran prima facie circunscribirse al ámbito interno, es y será cada vez más frecuente, con lo que dicho rol  –debilidades aparte- asumirá crecientes desafíos.

El autor es miembro de la Asociación Argentina de Derecho Internacional y del CARI (Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales) y director del Centro de Estudios Internacionales de la UCSE DAR.

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