Por Jorge Castro.- El gran conflicto de la época en el siglo XXI, según Benedicto XVI, se da entre el secularismo iluminista, fundado en la razón instrumental, y la fe y la trascendencia encarnadas. Ambas disputan sobre el fundamento de la sociedad mundial que ha surgido como creación de la revolución técnica. Por eso, la política es ahora, ante todo, la discusión sobre el papel y la ubicación de Dios en la plaza pública (fundamento religioso y metafísico de la sociedad mundial) y no más una puja de poder económico y político.
Es lo que advirtió Nietzsche a fines del siglo XIX: se ha ingresado en una era de «guerra de valores». Hoy la política es un fenómeno planetario y de construcción y afirmación de valores. Por eso, Benedicto XVI/Joseph Ratzinger es una de las grandes figuras políticas de las dos primeras décadas del siglo XXI en este nuevo espacio de la política planetaria.
La globalización y la aparición de una sociedad mundial es la fuerza principal que impulsa el renacer de lo religioso en el siglo XXI. Surge como una necesidad en el ser humano, y en primer lugar en el mundo avanzado, la pregunta por el sentido, la razón de ser de las cosas, y sobre todo de la convivencia humana.
«No hay fe sin conciencia histórica», dice Benedicto XVI. Una fe privada, ajena al desarrollo histórico, tiene todos los rasgos de la irracionalidad y de los saberes privados, pero no de la fe cristiana. El concepto fundamental de la fe cristiana es el de la Encarnación. La fe se hace Hombre, se encarna en la Historia.
La doctrina social de la Iglesia no es un conjunto de principios y normas del que se desprenden reglas de conducta ajenas al proceso histórico. La Rerum Novarum de León XIII es inseparable de la Revolución Industrial. Es la inteligencia, sobre la base de la fe cristiana, de la nueva estructura de producción y de trabajo creada por el capitalismo liberal del siglo XIX. La visión de León XIII se ofrecía como interpretación alternativa de este fenómeno central al marxismo y a la lucha de clases, por un lado, y al individualismo liberal, por el otro.
Por eso, Caritas in veritate (2009) de Benedicto XVI, formula la doctrina social de la Iglesia de la era de la globalización y de la emergencia de la sociedad mundial. Su contenido adquiere toda su relevancia a partir, sobre todo, de la crisis global de 2008/2009, con la transferencia del eje del sistema mundial de los países avanzados a los emergentes, en primer lugar los asiáticos, africanos y de América latina. Caritas in veritate también es la respuesta de la fe, en términos de Encarnación histórica, a la emergencia de la sociedad de la técnica, plenamente realizada. «Toda acción social tiene su doctrina», y esa doctrina, basada en las verdades perennes de la Iglesia, tiene su temporalidad.
Benedicto XVI afirma que «la verdad de la globalización no está tanto en lo económico, ni en lo técnico, sino en la unidad de la familia humana». Este es el núcleo de la doctrina social de la Iglesia en la etapa de globalización. Y agrega el actual papa que «la globalización necesita una autoridad política mundial basada en el principio de la subsidiariedad y solidaridad».
Ahora bien ¿cuáles podrían ser las prioridades de la Iglesia en la Argentina de hoy? No hay evangelización posible, promoción de la palabra y de la esperanza cristiana, si ésta no se inserta en una sociedad específica, dotada de un carácter histórico intransferible, en la que han sido identificados los rasgos fundamentales que hacen a su identidad como pueblo y como nación.
Por eso, lo esencial es saber cuáles son los rasgos específicos de la sociedad argentina en la segunda década del siglo XXI. Como dijo Ramón Doll: «Ser argentino es saber qué es ser argentino». La Argentina es un país intensamente moderno y lo ha sido desde su constitución como Estado-Nación, que después de una larga y dramática guerra civil concluyó con la consolidación del Estado nacional lograda en 1880.
La sociedad argentina es la que recibió, en proporción a su población originaria, la mayor masa de emigración europea en el mundo. Entre el primer censo de Sarmiento (1869) y 1930, la Argentina recibió 6 millones de inmigrantes europeos; 2 millones retornaron a sus países de origen y 4 millones se quedaron. La población originaria, según el primer censo, era 1.500.000 habitantes, de los cuales 250.000 eran extranjeros. Significa que la Argentina se ha constituido como país en una proporción de cuatro inmigrantes por cada argentino originario.
De ahí la pujanza de su clase media, hija de la inmigración europea, dotada desde el comienzo de un alto nivel educativo, cultural y político (experiencia radical e yrigoyenista), con la mayor expansión, durante el período más prolongado, de un sistema democrático intensamente participativo entre 1912 y 1930. La Iglesia tuvo cierta influencia solo a partir de la década del 30, y fue prácticamente marginal en la vida política y cultural (proceso civilizatorio) del orden conservador. El objetivo de la nueva evangelización en la Argentina tiene que estar dirigido a lo que la sociedad argentina es: un país intensamente moderno, profundamente vinculado a los centros de la secularización mundial, sobre todo Europa, desde su origen.
El problema de la pobreza en la Argentina es relativamente reciente. Aparece recién en la década del 60; al concluir esos años, el nivel de pobreza de la Argentina, en los términos del Banco Mundial, era del 6% de la población o menos. La sociedad argentina era entonces una comunidad profundamente cohesionada socialmente.
La característica de la pobreza en los últimos 20 años es que no sólo es alta en relación al conjunto de la población (25%/30%), sino que está concentrada, sobre todo en el Gran Buenos Aires, en el conurbano bonaerense, en especial en los partidos del segundo cordón. Allí se acumula más de 40% de la pobreza de la Argentina, y tiende a aumentar.
Benedicto XVI definió ante los obispos argentinos en Roma a la pobreza en el país como un «escándalo material y moral». La razón de esta dura afirmación del Santo Padre es que la Argentina es un país extraordinariamente dotado de recursos materiales y humanos, no sólo posibles sino también actuales; y una nación de estas condiciones no puede aceptar, dentro de los parámetros de su ética social, incluso la menos exigente, una situación de este tipo, que tiene por eso un carácter escandaloso.
La pobreza ha adquirido además características de «daño antropológico» que afecta la integridad de las personas humanas. En la reparación de este daño, la Iglesia, y en general la fe de todas las religiones, asume un papel fundamental, propio de su naturaleza y su razón de ser.
De ahí que en la Argentina no se trate, en términos tanto estratégicos como pastorales, de «ayudar a los pobres», tarea de solidaridad y moralidad ineludibles, sino de terminar con la pobreza.
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 10 de enero de 2013.