Por José María Poirier.- Murió a los 83 años un influyentes pensador y analista político, ex director de la revista y asiduo colaborador. Deja el legado de su obra intelectual y de su generosa amistad.Cuando estábamos cerrando este número nos sorprendió la repentina muerte de uno de los grandes referentes de CRITERIO, Carlos Floria, ex-director y durante muchos años, hasta la fecha, miembro del Consejo de redacción. Abogado, historiador, académico, docente, embajador, hombre de consulta en el país y en el extranjero, ya en 1955, de joven, comenzó a colaborar con monseñor Gustavo Franceschi, legendario director, escribiendo artículos de política y educación. Sus primeras notas: “Proyección histórica de una generación desamparada”, “La historia y la hemiplejía intelectual”, “Ideas sobre el Estado y la educación”. Más tarde, a partir de 1958, pasó a formar parte del Consejo de redacción, bajo la dirección del ahora cardenal Jorge Mejía, junto a Jaime Potenze y Basilio Uribe.
Fue editorialista de fuste, con Natalio Botana, Pablo Capanna, Alberto Petrecolla, Marcelo Montserrat, Fermín Fevre y Juan J. Llach, entre otros, con la dirección de Rafael Braun. Demócrata enamorado de la república, no pocas veces le tocó conocer el sabor amargo de los recurrentes golpes militares, procesos de represión, años de violencia y de populismo.
Lector curioso, atento en las conversaciones, siempre dispuesto a escuchar a los jóvenes y al más amplio espectro intelectual. Moderado, amable, ameno en sus divertidas anécdotas, con fino sentido del humor, se interesó siempre por los acontecimientos de la vida política, cultural y eclesial.
Recuerdo haber compartido en su casa, como tantos, las comidas organizadas por él y su entrañable mujer, Yuyi, fallecida hace seis años. Allí, a su mesa, se sentaron historiadores como Tulio Halperín Donghi, Luis Alberto Romero, María Sáenz Quesada, Roberto Di Stefano… Muchos hombres y mujeres de la cultura, de la diplomacia, del derecho, de la empresa, de las artes: Daniel Sabsay, Roberto Condés Conde, Eduardo Fidanza, María Angélica Gelli, Khatchik Der Ghougassian, Ezequiel Gallo, Eugenio Guasta, José Luis de Imaz, Horacio Sanguinetti,Vicente Espeche, Hilda Kogan, Luis Bameule… Allí nos encontramos algunas veces con Jean-Yves Calvez, Fernando Storni y Magdalena Ruiz Guiñazú, con Pablo Sirvén y Enrique Aguilar, con economistas y sociólogos, profesores universitarios, religiosos y periodistas… Su casa era un ámbito del más fraternal encuentro de personas y de ideas.
Contada por él es simpática la experiencia del encuentro entre el entonces presidente Raúl Alfonsín y los dirigentes de la revista: “Alfonsín nos recibió en chaleco, nos ayudó a dejar nuestros abrigos, y nos convidó con un desayuno que incluía las medialunas de su preferencia. Y comenzó una reunión que recuerdo entre tensa y cordial. ¿Por qué nuestra crítica? ¿Por qué nuestro veredicto pesimista? La discusión era animada. Yo estaba situado a su derecha. Sobre la mesa, el ejemplar de CRITERIO abierto en el editorial que él consideraba crítico e injusto. Tuve la tentadora curiosidad de leer unas anotaciones en rojo que decían, por ejemplo, los chicos tienen razón, acotando algunos párrafos. Confesé al Presidente mi imprudencia. Son anotaciones de mi madre, que es suscriptora de ustedes desde hace muchos años. Desconocíamos este dato”.
Recuerdo también, con hondo agradecimiento, su constante apoyo en la labor de la revista, su disponibilidad para escribir editoriales y dejarse corregir con simplicidad. Conocimos sus anécdotas llenas de cortesía y sagacidad: el encuentro con André Malraux en París, con los hombres de la transición política española en Madrid, con Juan Pablo II en México, con Fernando Henrique Cardoso y otros políticos latinoamericanos, con el historiador norteamericano Robert Potash.
Y también su admiración por Raymond Aron y otros grandes pensadores europeos. En efecto, en un artículo publicado en esta revista en septiembre de 1998 y titulado “Maestros amigos, tres puntos de partida para una reflexión”, referido a Bertrand de Jouvenel, Aron y Malraux, escribía: “Nuestros amigos son parte de nuestra vida, y nuestra vida explica nuestras amistades. Esta afirmación se encuentra entre las primeras líneas de un libro bello, Les grandes amitiés de Raissa Maritain, un libro de memorias, de recuerdos entrañables y de sufrimientos profundos y persistentes en medio de los dolores de la Segunda Guerra Mundial y del desarraigo del exilio”. Señalaba en la introducción de esa nota: “Tuve la fortuna de tratar a los tres protagonistas de esta breve historia. A Jouvenel en la universidad; a Raymond Aron en la universidad y en el periodismo; a Malraux durante su gestión como ministro de Cultura de De Gaulle. Esa relación estimulante, personal y epistolar, la rezumaré ahora a través de tres temas recurrentes en esos pensadores. Se verá fácilmente el diseño del puente que comunica temas y autores: Jouvenel y una reflexión sobre la autoridad; Malraux y el valor de un régimen político legítimo; Aron y el rol del intelectual”. En el artículo se refería a la autoridad como clave del edificio político, factor de certidumbre y confianza; al régimen político legítimo y el cuidado de una democracia constitucional y pluralista; al rol del intelectual, quien debe advertir sobre la presencia del mal, el valor de la palabra y el sentido de la verdad.
En otro texto, fechado en París en octubre de 1996 y titulado “La educación política”, ofrecía una verdadera clase con la galanura del experto profesor. Observaba: “La democracia, se ha dicho y escrito, no es asunto de razón, sino de tripas. Fórmula no del todo verdadera, tampoco es por lo tanto del todo falsa. Vale por lo que insinúa que no se descuide: el corazón del hombre democrático. Pero exagera cuando lo dice de esa manera, porque las democracias son viables a la larga, si los ciudadanos las comprenden. Y para esto no valen sólo las razones del corazón. La formación del ciudadano es una mezcla inextricable de educación sistemática, de recepción de ejemplaridad dirigente y de aplicación de responsabilidad personal”. Y haciendo referencia a una serie de publicaciones de veinte años antes, anotaba: “Escribimos con Rafael Braun sobre una de las intuiciones fundamentales de los filósofos griegos: que la educación debe estar relacionada con el tipo de régimen político deseado. No es lo mismo formar al ciudadano para vivir en una democracia pluralista, para que se someta a la lógica interior de un régimen totalitario o para aceptar una dictadura. Hannah Arendt y Paul Ricoeur han escrito páginas memorables en ese sentido”.
Carlos Floria fue un amigo entrañable: para algunos un compañero de ruta, para otros un maestro comedido. Para muchos lectores, la voz autorizada y respetada de un intelectual de ejemplar honestidad, la de un católico discreto y sincero. Sus numerosos artículos, reflexiones y editoriales, junto con el cordial ejercicio de la amistad, forman parte de la más valiosa tradición de CRITERIO. A nosotros, con al dolor de la ausencia, nos cabe la nada sencilla tarea de proseguir su obra.
Fuente: revista Criterio, Buenos Aires, Nº 2388 » DICIEMBRE 2012.