Testimonio de una madre sobre una hija en recuperación de adicciones

“Mi propósito es llevar esperanza, luz y caridad a mi prójimo”, afirma, quien durante 25 años negó la realidad y su familia vivió en la angustia sin poder resolver el problema. Con la ayuda espiritual, se pudo reencauzar la vida de la hija y del entorno familiar.

Por Alicia B.- Soy mamá de una hija en recuperación de adicción a las drogas. Viví 25 años negando la realidad. Fui una madre sobreprotectora, trataba de solucionarle los problemas, de que no le faltara nada; me sentía culpable porque trabajaba y estaba poco tiempo con ella.

Empecé a notar cambios de conducta en su adolescencia, sobre todo los fines de semana, sospechaba que fumaba porros. Me preguntaba: ¿qué hago mal? y no encontraba respuestas; buscaba justificaciones porque no aceptaba la problemática, estaba ciega, en actitud de negación.

Empezamos tratamientos con psiquiatras y psicólogos, no daban resultados. Yo creía que podía manejar su adicción. La codependencia que generaba hacía mi hija, me convertía en coadicta. Ya no tenía vida propia. El día era incierto, terrible, con angustia. El pánico me aislaba. La familia vive en función del adicto, la persona que está en consumo genera en la familia conflictos, vergüenza, culpabilidad, se sale de eje, se divide. Frente a esta situación lo que me calmaba era rezar el rosario.

Mi hija quedó embarazada, tuvo una niña. Creía que iba a cambiar, pero no sucedió. Nos hicimos cargo de su hija, mi marido, mi hijo, el padrino y yo.

Después de unos años, por pedido nuestro, mi hija aceptó una terapia de familia. Cuando cumplió el año de tratamiento le recomendaron que busque apoyo espiritual. Empezó el ambulatorio en la “Casa del Hijo Pródigo”, yo participaba en las reuniones de los familiares. Luego, ella dejó de ir, no quería cambiar. Yo continué en la comunidad y también me incorporé al grupo de “Escucha-acompañamiento y contención de familiares de mujeres adictas” en la vecinal del barrio 9 de julio.

La comunidad me cambió la vida, me di cuenta que yo estaba más enferma que mi hija. Aprendí que la adicción es una enfermedad que yo no puedo curar ni controlar. Yo era una mamá que no podía sostener los límites, el adicto es muy manipulador. Gracias a la comunidad y a leer la Palabra del Señor pude soltar y entregué el problema a Dios.

Confío en Él, estoy con personas que hablan el mismo idioma, me escuchan y escucho. Nos ayudamos a sanar, el Espíritu Santo nos ilumina y el dolor se alivia. La fe da esperanza y la esperanza no defrauda, te sostiene.

El soltar y entregar mi dolor al Señor dio frutos, mi hija me pidió internarse. Su primera etapa fue de trece meses de espiritualidad, trabajo y convivencia en la “Fazenda de la Esperanza María Madre de la Divina Providencia”. Volvió al mundo como una mujer nueva, valiente, con mucha fortaleza y caridad. Después de dos meses desafiando el día a día de la vida cotidiana, siempre de la mano de Jesús y María, se fue a la Escuela Misionera por tres meses en distintas comunidades de Villa Quilino (provincia de Córdoba), Corrientes, Santa Fe. Hoy sirve en Villa Quilino.

Cuando le abrimos el corazón a Dios nada es imposible. A nuestra familia volvieron la alegría y las reuniones. Es muy importante ser perseverantes y humildes de corazón. Anímense, no se aíslen. La lucha contra este mal no se terminó porque continúa diariamente para que nuestra hija y la familia sigamos por este camino de conversión, que evitará posibles recaídas.

¡Mi propósito con este testimonio es llevar esperanza, luz y caridad a mi prójimo! ¡Bendiciones!

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