Por Claudio Mauri.- No hace mucho tiempo atrás, Claudio Tapia proyectaba formatos de campeonatos mucho más racionales y sensatos que el desvarío que está a punto de anunciarse en medio de la actual Liga Profesional, con implicancia para 2025. En 2019, el presidente de la AFA cuestionaba que la Superliga tuviera ¡24 equipos! “Debería haber 20 equipos. No hay torneo de elite con la cantidad de equipos que tenemos nosotros. Es más, si hilamos fino, tendrían que ser 18″.
Por entonces, el comandante también se pronunciaba contra el gigantismo del ascenso en la Primera Nacional. Ponía tono de desagrado cuando decía que había 26 conjuntos. “Nos comprometemos a que en cinco años esta categoría sea como debe ser: con 22 equipos”, dijo con un afán renovador que es desmentido por la actualidad. Son 39 los participantes, divididos en dos zonas, los que le dan forma a un torneo maratónico, interminable en su fixture y agotador en su itinerario. Cuando se enfrentan Gimnasia de Jujuy y Brown de Puerto Madryn, la distancia a cubrir es de 2500 kilómetros. Y muchos clubes, por sus limitaciones económicas, no están en condiciones de subir a sus planteles a un avión, los sientan por largas horas en ómnibus.
¿Qué pasó en el medio para que el presidente de la AFA traicionara sus promesas y cambiara de parecer? Primero pasó la pandemia, que empezó a inocular el virus de la supresión de los descensos. Una condescendencia hacia clubes que ya habían sufrido perjuicios económicos por la inactividad. En ningún otro campeonato del mundo se contempló una excepción de este tipo.
Y lo siguiente que pasó, cuando la pandemia ya no podía ser un argumento, fue que la política se puso por delante de los criterios deportivos. La acumulación de poder y el acorralamiento del disenso- los pocos que se oponen, con la excepción de Talleres, de Córdoba, murmuran sin exponerse- importó más que la materia prima de este negocio: el juego limpio, las reglas claras.
Cuando se dejó de lado la ecuanimidad y el bien común para favorecer a los amanuenses, fueron avasallados hasta los principios más básicos, como el de cambiar las reglas en medio de la competencia, que es lo que va ocurrir con la eliminación de dos descensos. No es casualidad que dos de los beneficiados con este recorte sean Tigre y Central Córdoba, clubes muy alineados con la gestión Tapia.
La primera división argentina no tiene un excedente de calidad ni de equipos de alto nivel para justificar el ensanchamiento a 30 equipos. Eso sería posible si se repatriara a la gran cantidad de futbolistas que emigran porque en el exterior encuentran desafíos deportivos más estimulantes y un progreso económico que nuestro medio no puede igualar.
Con este nuevo manotazo se difuminan aún más las diferencias de jerarquía que debería haber entre una primera y segunda categoría. Se empareja para abajo. Ya varios de los encuentros de la actual Liga Profesional tranquilamente podrían integrar el fixture de la Primera Nacional. Con 30 participantes, la oferta decadente se ampliará.
Eliminar los descensos contraviene el espíritu deportivo: se compite por estímulos, por objetivos, que cada equipo encuadra de acuerdo con su capacidad y potencial. Clubes grandes, medianos y chicos los hubo y habrá siempre. No solo se juega para salir campeón o clasificarse a una copa continental, también para conservar un estatus, un lugar conseguido. Varios clubes miden su envergadura histórica por la cantidad de años que compitieron en la división mayor.
Los jugadores de Talleres le protestan a Andrés Merlos, que convalidó un gol de Boca cuando la pelota había salido del campo, por la Copa Argentina.
Para los que tienen la premisa de permanecer en primera división, ¿cuál es la motivación para evolucionar y superarse si desde un escritorio le aseguran aquello por lo que deben luchar en una cancha? Es la consolidación de la mediocridad. Porque la satisfacción y sensación de plenitud pasa por lo que se consigue con esfuerzo, no por lo que llega de regalo.
Seguramente los que estaban comprometidos con el descenso experimentan ahora un alivio, que no deja de ser una injusticia con aquellos que por méritos propios fueron escapando de la amenaza de bajar a la Primera Nacional.
La transparencia y credibilidad es un bien escaso en nuestro fútbol. Por si no fueran suficientes los arbitrajes sospechosos de favorecer a clubes funcionales a la AFA, la manipulación de los formatos viene a completar el poder discrecional de Tapia y su principal ladero, Pablo Toviggino, bajo cuya influencia seis equipos de Santiago del Estero obtuvieron ascensos de categoría en la última década.
Cada vez es más evidente que detrás de la oscarizada selección argentina, la AFA proyecta una película de terror.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/