Atrapados en las redes: insomnio, depresión, palpitaciones

La adicción al celular está haciendo estragos en los adolescentes. Las personas que sufren un uso problemático del smartphone tienen el doble de posibilidades de padecer ansiedad. El contexto de tanta exposición y demanda de triunfo genera una frustración enorme.

Por Evangelina Himitian.- Primero dejó de dormir, pero nadie se dio cuenta. Pasaba la noche de largo, entre Tik Tok, Instagram y chateando con ese nuevo grupo de amigas. En el colegio le iba cada vez peor, y dos veces en lo que va del año, la mamá tuvo que ir a firmar para que le devolvieran el celular porque lo había estado usando en clase, pese a la prohibición que rige en su colegio. Simplemente, en el locker donde se dejan los celulares puso un equipo viejo, que no funcionaba y se había guardado el suyo en el bolsillo. A la segunda vez, la madre tomó una decisión drástica: tardó una semana en ir a buscarlo. Entonces se desencadenó un ataque de ansiedad. No podía dormir, tenía palpitaciones, estaba irritable, lloraba y no quería salir de su cuarto. La psicóloga que la atiende desde hace varios meses por su trastorno de ansiedad les explicó a los papás que el tema era más complicado de lo que pensaban.

Cielo, de 14 años, había entrado en grupos de WhatsApp donde se daban tips de cómo dejar de comer. Además, el contenido de redes que se quedaba consumiendo hasta cualquier hora la estimulaban a hacer dietas extremas, a ejercitarse, a hacer rituales de belleza.

¿La recomendación? Restringir el uso del celular y de las redes a una hora diaria, en un entorno abierto, como el living de su casa, pero sin necesidad de que los padres estuvieran encima de ella, espiando detrás de la pantalla. Todo eso significó dos semanas de mucho enojo, hasta que por fin empezó a conectar con otras cosas: conversar con su hermana, de 21 años, mirar películas con la mamá, jugar a las cartas con sus primas, salir al jardín a tomar sol. En una segunda etapa, la indicación fue habilitarle el teléfono, pero consensuar con ella qué aplicaciones le hacían mal, le generaban ansiedad y proponerle que voluntariamente las desinstale. Esto, junto a otra batería de acciones que implicaron que la familia se involucrara en el détox digital y en nuevas pautas de vincularse entre ellos y con la comida. Entre otras cosas, todos debían dejar de lado a partir de las 21 su teléfono, para reforzar el mensaje.

Situaciones como estas son cada vez más frecuentes entre los adolescentes. Y no son pocos los casos, explican los especialistas en salud mental, en los que el uso del celular se convierte en una adicción y requiere de una intervención específica, que puede parecer extrema, pero cuyo objetivo es resetear el vínculo con la tecnología.

Cada vez son más los adolescentes que atraviesan trastornos de ansiedad, depresión, adicciones, crisis de angustia y trastornos alimentarios y que, por recomendación de sus terapeutas, tienen que buscar en la desconexión, entre otros recursos, la salida.

¿Cómo funciona el mecanismo del estado de ánimo en relación a la tecnología? “La actitud siempre vigilante sobre el teléfono fomenta el estado ansioso. Así funcionan las redes. Es como las máquinas tragamonedas, se activa el mecanismo de condicionamiento intermitente, donde a veces recibís gratificación y a veces no. Al ser impredecible, genera una relación adictiva. No se sabe cuándo voy a recibir la descarga de dopamina en el cerebro. A nivel neuropsicológico, como no hay un algoritmo que el adolescente comprenda, está más atado a verificar, controlar y chequear. Eso aumenta la vulnerabilidad y la posibilidad de desarrollar ansiedad y depresión”, detalla Diego Herrera, licenciado en psicología de la UBA, con posgrados en psicoterapia cognitivo conductual, neuropsicología y director de Equipo Interdisciplinario Cognitivo Comportamental (EICC).

“La dopamina es el neurotransmisor que nos hace decir ¡Ajá! Esto es algo que debería hacer más seguido. Es central para la experiencia de placer, de recompensa y de motivación. ¿Cuál es el criterio para saber qué tan potencialmente adictivo es algo? Cuánta más dopamina libera, más potente es”, explica Anna Lembke, la psiquiatra y máxima autoridad en Medicina de las Adicciones de la Universidad de Stanford, autora del libro “Generación Dopamina”, de Ediciones Urano, entrevistada en 2023 por La Nación.

“Las personas adictas a las redes sociales, videojuegos o a la pornografía generalmente llegan al consultorio muy deprimidas. Muchas veces ni siquiera están buscando ayuda para controlar sus consumos, sino que vienen para tratar la depresión y después identificamos que están usando redes sociales u otro tipo de medio digital de una manera compulsiva. En estos casos, lo que hacemos primero, en vez de recetarles antidepresivos y psicoterapia, es pedirles que se abstengan del consumo que les está generando adicción por un período de tiempo, el suficiente para que resetear las vías de recompensa de la dopamina”, explica la especialista.

Algo similar confirman los especialistas locales en salud mental en la adolescencia, que aseguran que cada vez más, incluso después de la pandemia, reciben consultas de pacientes muy jóvenes con cuadros de depresión, ansiedad y estrés. La preocupación por el impacto que está teniendo en esta generación el uso de los celulares y las redes, disponibles 24 horas, es enorme. Y cada vez son más los padres que, tal como viene contando La Nación, deciden intervenir de forma preventiva y abordar la relación de sus hijos con la tecnología y aún demorar la edad de acceso. Incluso, cada vez son más los colegios que decidieron sacar voluntariamente los teléfonos de las aulas. Ayer, sin ir más lejos, después de esta serie de notas, el Gobierno de la Ciudad anunció que en las escuelas tanto públicas como privadas, no va a estar permitido el uso de los celulares en las aulas.

“El uso problemático del smartphone se describe básicamente como un patrón de comportamiento, pensamiento y sentimientos que están asociados hacia el teléfono, que muestra un cuadro de adicción, como por ejemplo sentirse panicoso o muy enojado cuando el teléfono o el wifi no están disponibles. También aparece dificultad para controlar la cantidad de tiempo que se pasa con el teléfono, e incluso, cuando ya han estado un tiempo prolongado, no sienten satisfacción, pero prefieren seguir conectados en detrimento de otras actividades con mayor valor significativo, como encontrarse con amigos o charlar con la familia”, explica Juana Poulisis, médica psiquiatra especializada en trastornos alimentarios.

Justamente, porque muchas veces esta situación viene asociada a algún otro tipo de trastorno. “Las personas que sufren un uso problemático del smartphone tienen el doble de posibilidades de padecer ansiedad. Hay estudios internacionales que muestran el incremento del estado ansioso entre los chicos a partir del uso permanente del celular. Un relevamiento que se hizo en China aportó que el 22,6% de los adolescentes tienen problemas de adicciones y entre ellos, el 10,4% tiene trastornos de alimentación. Son cuestiones que están relacionadas”, apunta Poulisis.

Los especialistas aseguran que cada vez más reciben consultas de pacientes muy jóvenes con cuadros de depresión, ansiedad y estrés.

Los especialistas recomiendan diferenciar entre un uso problemático y una adicción, sobre todo porque el abordaje es distinto. “Cuando notamos que un chico cambia ciertos hábitos, pasa demasiado con su celular, es momento de acercarnos y plantear esa conversación, hablar sobre las emociones que nos generan las redes y los contenidos que consumimos, plantearnos la posibilidad de voluntariamente darnos de baja de las que nos hacen mal o las que nos roban tiempo de descanso o de poder concentrarnos en los estudios”, propone Poulisis. “Practicar el modo avión, desactivar las notificaciones, darse de baja Instagram o Tik Tok”, ejemplifica.

De hecho, Instagram fue este año la aplicación que con más frecuencia los usuarios instalan y desinstalan, probablemente como una medida de autorregulación, cuando se siente que se pasa mucho tiempo allí. “El celular se volvió un elemento de regulación emocional. Hay pacientes que cuando les preguntas qué te calma, dicen el celular. Pero es una calma que no dura, porque a la vez genera más ansiedad”, apunta.

En el caso de los adolescentes que desarrollaron una adicción que involucra al celular, se menciona el consumo de pornografía, el juego online y las apuesta o el consumo de contenidos que generan conductas problemáticas, como los que promueven los hábitos típicos de los trastornos alimentarios, la intervención será distinta. Pero también puede tratarse de una adicción propiamente dicha al celular, que se conoce como nomofobia, que es presentar síntomas ansiosos frente al miedo que genera quedarse sin celular, e incluso sin batería, o sin señal.

Decirle a un adolescente que tiene que dejar por completo su celular como forma de castigo, o reducir impositivamente el tiempo de uso, genera mucho enojo, dicen los especialistas. Por eso, no es tan recomendable aplicarlo a todos los casos, y sobre todo no hacerlo sin una guía de un especialista en salud mental que pueda conducir hacia una rehabilitación en la vinculación con la tecnología. Que un padre o una madre “secuestre” el celular de su hijo o hija, porque lo ve demasiado pendiente del teléfono, puede aumentarle la angustia y desencadenar una crisis de ansiedad.

Hace poco fue el cumpleaños de 13 de la hija Loli Lagüía, una de las madres que está impulsando retrasar la edad y el tiempo de uso de los celulares. Loli se animó y les mandó mensajes a las madres para pedirles que las chicas no llevaran el celular al festejo. Y si alguna lo llevaba, lo tenía que dejar en una cajita, como en el colegio. Para compensar esa falta de no tener el teléfono en la mano, a Loli se le ocurrió una idea: les compró un mazo de cartas a cada una de las invitadas. Tenerlo en la mano, con un tamaño y un peso más o menos similar al celular tendría un efecto, pensó. “Se olvidaron por completo del celular, se pusieron a jugar y la pasaron genial. Cuesta, pero hay que animarse”, señala.

“Hay un concepto interesante que es el de distracción digital. La necesidad constante de mirar el teléfono y saber qué pasa. Pero no es sólo pensar en lo que se hace con la tecnología, sino todo lo que se deja de hacer, sobre todo ahora que los trastornos de ansiedad son cada vez más frecuentes en la adolescencia”, explica la psicóloga Marcela Waissman, especialista en adicciones en la adolescencia.

“El celular es el gran distractor de las cosas importantes. Muchas veces, cuando llegan chicos con trastornos de ansiedad, simplemente cuando hablamos con ellos y logramos ayudarlos a que ordenen su vida digital, que respeten las horas de sueño, los síntomas desaparecen. Porque todo está relacionado: si dormimos mal, si tenemos más exposición a la luz del celular que del sol, se desencadena depresión, ansiedad, fatiga. Están desincronizados con sus ritmos biológicos. Cuando logran ordenarlo eso desaparece. No es un cuadro de ansiedad, son malas decisiones que impactan en su calidad de vida”, dice Waissman.

Pero no se trata de que los padres les prohíban el celular. “No sirve. Hay que ayudarlos a conectar con actividades que les permitan recuperar la energía, a activar el circuito de recompensa de largo plazo, porque están muy enfocados en el corto plazo. Que hagan deporte, que inviten amigos. En este tiempo, como nunca, a los pacientes les indico naturaleza: que pasen un día en familia o con amigos en un parque, que reconecten con otras cosas. Parece tan sencillo, pero hay que propiciar que ocurra. Para eso se necesitan padres disponibles, para conversar con ellos pero también para llevarlos, traerlos, promocionar estas actividades. Es más barato darles un celular, pero el precio lo paga la persona con su tiempo”, dice la psicóloga.

Román F. tiene 21 años y hace unos meses quedó atrapado por el mundo de las apuestas on line. A tal punto llegó su adicción, que cuando el papá le transfirió el dinero para pagar la facultad, en lugar de usarlo para la cuota, lo apostó. Y lo perdió. La angustia fue tan grande que no se los podía decir. Se animó a contarle a su terapeuta, porque sintió que había tocado fondo y que necesitaba ayuda. Eso que empezó como un jueguito con sus amigos se le había ido de las manos. El terapeuta le recomendó que hablara con ellos y les cuente. También, que se descargue aplicaciones para limitar el uso del teléfono, que se apaga después de las tres horas diarias y sobre todo por la noche, que es cuando más tentado estaba a aportar. Además de sacar las app de juego. Sintió mucha vergüenza, pero cuando pudo contarles a los padres, le dijo a su terapeuta, sintió tanto alivio, que volvió a respirar.

“Cada vez más de los trastornos que afectan a los adolescentes tienen que ver directa o indirectamente con el celular. Desde ansiedad a trastornos de la alimentación, adicción o apuestas online. Por eso limitar su uso puede ser parte de una herramienta terapéutica. Aunque cuesta que se visualice como parte del problema. Tanto por parte de los chicos como de los padres”, apunta Tili Peña, psicóloga de @tanconectados que dicta talleres sobre el uso de la tecnología en colegios. “Sin embargo, si pensamos el contenido al que están expuestos tantas horas, tiene sentido. No se trata de prohibir, salvo en casos extremos, sino de ayudarlos a reflexionar sobre cómo impactan las redes en sus emociones. Tener el teléfono en la mano les aporta una falsa sensación de seguridad. Si no lo tienen, se sienten nerviosos y ansiosos. Pero hay que ayudarlos a visualizar que ellos pueden ser dueños de sus tiempos. Que pueden activamente bajarse aplicaciones cuando sienten que les roban tiempo o alegría, ayudarlos a generar espacios libres de pantallas”, agrega.

“Vemos un aumento de ciertos trastornos en la adolescencia, sobre todo la ansiedad. Hay muchos factores ansiogénicos propios de la edad en un proceso de cambio hormonal, pero hay otros factores que se potencian por el uso del celular, que pone a disposición de los chicos demasiada información de todo, la presión al éxito y la comparación social, también presente en otras generaciones, pero llevado a un extremo por las redes”, apunta la psicóloga Valeria Becerra, especialista en trastornos de ansiedad y autora de “Psicoguía para padres”, de Urano. “Este contexto de tanta exposición y demanda de triunfo genera una frustración enorme”, dice. Y el circuito de dopamina que se activa mediante el chequeo permanente de las notificaciones, exacerba la ansiedad, se explica.

En los últimos meses, distintos artistas se animaron a darse de baja de las redes o incluso a cuestionar el impacto que estaban teniendo en ellos los haters. Una fue la cantante Tini Stoessell, que habló públicamente de su crisis de ansiedad. O María Becerra, que hace una semana anunció que se daba de baja de las redes sociales, para cuidar su salud mental.

“Hay que trabajar con los chicos para animarlos a hacer un uso productivo, a registrar el impacto emocional que les genera y a saber que si necesitan tomarse un recreo de las redes, salir de ese círculo que les hace mal, no pasa nada. Es posible y pueden volver cuando quieran. Pero ayudarlos a visualizar que no son lo que muestran las redes, que esa es una imagen digital, que no es real. Que ellos siguen siendo ellos, aunque se bajen de una red social. Y que sus amigos van a seguir siendo los mismos también”, apunta la psicóloga.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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