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El padre Mugica al tope de mártires de la Iglesia en una Argentina convulsionada

Al cumplirse el 11 de mayo los 50 años del asesinato del sacerdote, los curas de villas y barrios populares rinden homenaje a religiosos y laicos que fueron víctimas de la violencia en ese período.

Por Mariano De Vedia.- El sábado 9 de octubre de 1999, en su segundo año como arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Bergoglio encabezó el traslado de los restos del padre Carlos Mugica, que fue llevado a pulso desde la bóveda familiar del cementerio de la Recoleta a la parroquia Cristo Obrero, en la Villa 31 de Retiro. Allí había ejercido su apostolado. “Oremos por los asesinos materiales, por los ideólogos del crimen del padre Carlos y por los silencios cómplices de gran parte de la sociedad y de la Iglesia”, fue la petición del arzobispo jesuita.

Ni la Triple A, el grupo parapolicial de extrema derecha que lideraba el influyente ministro peronista José López Rega, ni los Montoneros, la principal organización guerrillera de extrema izquierda, se habían atribuido el crimen del sacerdote, acribillado con 15 disparos en la noche del 11 de mayo de 1974. Dos meses antes de la muerte de Juan Domingo Perón. Reabierta la investigación judicial en 2006, la Justicia identificó como autor material a Rodolfo Eduardo Almirón, quien había sido jefe de seguridad de López Rega y ya había fallecido en 2009. Pese a ello, fuera del marco judicial siguen abiertas otras hipótesis, como recrea el reciente libro “Padre Mugica”, de Ceferino Reato.

Más allá de la planificación del crimen y los responsables de su muerte, de la que se cumplirán 50 años el 11 de mayo, la figura de Mugica es la imagen central elegida por curas de villas, asentamientos y barrios populares de la Argentina para revalorizar el testimonio de los mártires de la Iglesia que fueron víctimas de la violencia en la década del 70.

El domingo 12 de mayo, de 1974 una multitud se acercó a la iglesia para despedir al padre Mugica
El domingo 12 de mayo, de 1974 una multitud se acercó a la iglesia para despedir al padre Mugica.

Encabezados por el obispo Gustavo Carrara, vicario para las villas y barrios populares de la ciudad de Buenos Aires, los sacerdotes herederos de la misión pastoral del padre Carlos realizarán la Semana Mugica, del lunes 6 al viernes 10 de mayo en la Plaza de Mayo. En la víspera del aniversario, a partir de las 18, habrá “una vigilia en el corazón de su barrio”. En ese contexto, la Pastoral Villera presentará el documental “Padre Carlos Mugica: a la hora de la luz”, con guión y dirección de Walter Peña, que se emitirá el 11 de mayo, a las 23, por Canal 9. Y el domingo 12 tendrá lugar una caravana, la misa central y un festival en la Plaza San Martín, de Retiro.

En la misma Catedral en la que el padre Mugica recibió en 1959 la ordenación sacerdotal, el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge García Cuerva, lo recordó días pasados como “un hermano sacerdote como nosotros, con sus luces y sombras, que entregó su vida por Jesús y el Evangelio en una Argentina convulsionada y violenta”.

Afirmó que “la mirada anacrónica, cargada de ideologismos, nos empañó los ojos y no pudimos acercarnos a él sino solo desde la grieta. Y así fue como nos lo secuestraron los apasionamientos político-partidarios”. En su mensaje, García Cuerva concluyó: “No dejemos que su figura sea usada y cosificada”.

El padre Carlos Mugica
El padre Carlos Mugica.

Una lista de mártires

Un dossier distribuido por el equipo de curas villeros y exhibido el último 24 de marzo en una carpa misionera en las puertas de la Catedral metropolitana muestra otros rostros de mártires de la Iglesia argentina en ese período de violencia. Con el lema “Desde la fe, lucharon por la Justicia”, se recuerda a los obispos Carlos H. Ponce de León y Enrique Angelelli; los sacerdotes Mauricio Silva, Carlos Bustos, Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias; los laicos Wenceslao Pedernera, y las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet, entre otros.

La lista recuerda, también a los curas palotinos: los sacerdotes Alfredo Kelly, Alfredo Leaden y Pedro Duffau, junto a los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, acribillados en la parroquia San Patricio, de Belgrano, en un hecho que conmocionó al barrio y cuyos responsables nunca fueron hallados. En el Oratorio contiguo al presbiterio, especialmente acondicionado, se conserva la alfombra en la que los sacerdotes derramaron su sangre en el living de la casa parroquial en la noche del 4 de julio de 1976.

Semanas después, en una sucesión de hechos se produjeron en La Rioja los asesinatos de los sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias, el laico Wenceslao Pedernera y el obispo Enrique Angelelli, proclamados mártires y beatos por el papa Francisco en 2019. El padre Bergoglio había visitado dos veces la diócesis de Angelelli: el 13 de junio de 1973, para asistir a un retiro predicado por el obispo, y el 14 de agosto de ese año, junto al superior general de los jesuitas, el padre Pedro Arrupe. En los momentos de mayor tensión alojó en el Colegio Máximo de San Miguel a tres seminaristas riojanos para salvarlos del peligro. Y, al cumplirse 30 años del martirio, el entonces cardenal Bergoglio visitó nuevamente la provincia y expresó que todos ellos derramaron su “sangre de mártires”.

Menos conocidas, otras víctimas denunciadas por la Iglesia son las integrantes del grupo Proyecto Belén, que realizaban tareas de promoción humana, social y religiosa en la parroquia Santa María Madre del Pueblo de la villa del Bajo Flores, hoy rebautizada como Barrio Ricciardelli. Se trata de María Marta Vásquez Ocampo, Mónica Quinteiro, Cesar Lugones, Horacio Pérez Weiss, Beatriz Carbonell de Pérez Weiss y María Esther Lorusso Lammle, quienes habrían sido secuestrados en mayo de 1976 y llevados a la ESMA. Algunas denuncias, incluso, los mencionan como posibles víctimas de los “vuelos de la muerte”.

Los restos del padre Mugica son trasladados a pulso en octubre de 1999 a la parroquia Cristo Obrero, de la Villa 31, donde hoy descansan
Los restos del padre Mugica son trasladados a pulso en octubre de 1999 a la parroquia Cristo Obrero, de la Villa 31, donde hoy descansan.

El padre Mauricio Silva integraba la Fraternidad de los Hermanitos del Evangelio, animados en la espiritualidad del religioso contemplativo francés Carlos de Foucald (1858-1916). Compartía su actividad misionera con el trabajo como barrendero municipal y, a pesar de que el secretario de la Nunciatura, Kevin Mullen, le había entregado una carta firmada por el cardenal Juan Carlos Aramburu, en la que certificaba su sacerdocio y su trabajo en la diócesis, fue secuestrado el 14 de junio de 1977.

También el padre Nelio Rougier fue recolector de basura y albañil en Barranca Yaco, en Córdoba. Era capellán de un leprosario y trabajó de hachero en Fortín Olmos. Se trasladó a Tucumán luego de que su casa fue baleada por la Triple A y fue secuestrado el 15 de marzo de 1975, durante la vigencia de un gobierno constitucional.

El padre Pablo Gazzari era electricista y residía en La Boca. Desarrollaba su actividad pastoral en la villa de la Isla Maciel. Desaparecido a los 32 años, algunas denuncias advirtieron que fue llevado a la ESMA.

Otra figura que recuerdan con afecto los curas villeros es el padre Daniel de la Sierra, un sacerdote español que siempre se trasladaba en bicicleta. Residía en una vivienda precaria en el barrio de Barracas y con la ayuda de vecinos construyó en 1976 la capilla de la villa, mientras se oponía a la erradicación por la fuerza de los asentamientos, que impulsaba mediante topadoras el gobierno militar. Con el tiempo, la capilla se convirtió en la actual parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé.

En ese período de violencia, la Confederación Argentina de Religiosos advirtió por escrito al Episcopado que se registraba “una escalada contra la Iglesia y, muy especialmente, contra algunos sectores de la misma”. Denunciaba que “tanto catequistas y centros de catequesis, como grupos juveniles orientados por sacerdotes, religiosos o religiosas, aparecían como peligrosos de ser un foco de irradiación marxista”.

“Varios colegios católicos eran sospechados de dispensar doctrinas extrañas a sus principios, y exigidos de entregar a autoridades militares listas de su personal, indicaciones sobre sus actividades especiales con los alumnos y materiales de enseñanza, incluso las ediciones de la Biblia en uso”, se expresa en el libro “La verdad los hará libres”, publicado recientemente por la Conferencia Episcopal Argentina.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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