Por Hugo Haime.- Nuevamente hay mucha gente preguntando sobre la confiabilidad de las encuestas. Lo sucedido en las PASO de Santa Fe con la fuerte diferencia que obtuvo Pullaro sobre Losada avivó el debate. Pongamos las cosas en perspectiva.
Con el capitalismo cambió el orden social, cambió el rol del Estado y, luego de muchas luchas en una parte de la humanidad, se llegó a un capitalismo con democracia.
El gobierno fue producto de la voluntad de los electores. Allí es donde cobran sentido los estudios de electorales y de opinión. Que no solo sirven para saber por quién se va a votar. Pero las encuestas también se utilizan en países como Rusia, en donde en lo formal hay elecciones, aunque a los opositores muchas veces se los encarcela o se los envenena.
Aun en dicha situación tenemos colegas que desarrollan la encuestología a alto nivel. El surgimiento de Putin está fuertemente vinculado a los estudios y diagnósticos que se realizaron para conocer el tipo de liderazgo que demandaba la sociedad en momentos del fin de la Unión Soviética.
Tómenlo como mero ejemplo de que los estudios sociales se realizan para cosas bastante más serias que para saber por cuántos puntos va a vencer un candidato. Se trata de poder conocer la “lógica” y los sentimientos de los electores para poder prever con cierto grado de probabilidad cómo será su comportamiento futuro. Para ello primero hay que entender el contexto social en que se realizan los trabajos.
El capitalismo fordista ordenaba a la sociedad. La división del trabajo ordenaba los roles y las dinámicas sociales. El turno de la fábrica ordenaba la vida ciudadana, y la escuela, respetando hasta los timbres, preparaba para el ingreso al mundo del trabajo.
Pero cuando el capitalismo se vuelve financiero , el rol del Estado entra en crisis, el avance tecnológico nos lleva a cambios de hábitos, costumbres y relaciones sociales.
Al decir de Bauman, la sociedad se vuelve líquida. Llevado a nuestro país, la CGT como institución es muy importante como parte del sistema institucional, pero representa a menos de la mitad de los trabajadores.
La otra parte es informal. Los jóvenes de antes querían ser parte de la sociedad fordista, se trataba de inclusión y ascenso social.
Hoy el 40% de los pobres no necesariamente tienen esta lógica. Nuestro país en 2001 vivió una fuerte crisis de representatividad que no terminó de reconstruirse. Bastaron dos gobiernos que frustraron las ilusiones, más el covid, que generó a posteriori una necesidad casi hedonista de disfrute para encontrarnos con una dinámica social muy diferente a la de 1983.
Entre esa fecha y 1999 lo raro era equivocarse en las predicciones electorales. Se trataba de saber quién era más preciso. Un error de 2 o 3 puntos era juzgado con fiereza. Hoy todo es más complicado. No solo aquí, sino en el mundo.
La dirigencia política está en crisis, no hay liderazgos claros, la sociedad quiere que las cosas cambien pero no encuentra quien la represente. Los dirigentes se pelean entre sí. El elector se aleja de ellos. El acceso al entrevistado es muy dificultoso. La inseguridad hace que haya temor a abrir la puerta, cada vez menos hogares mantienen el teléfono fijo, buen manejo de celulares y computadoras tienen los jóvenes y los sectores sociales más educados.
El elector a su vez decide abstenerse de votar y de contestar encuestas como forma de protesta. El acceso a las villas pone en riesgo la seguridad física del entrevistador. En ese contexto y en estas condiciones la encuestología desarrolla su tarea.
Con un electorado apático, inconforme, que duda, para tener precisión en la predicción es condición necesaria pero no suficiente el poder medir hasta el día previo a la elección. Pero en una campaña no es ese el objeto de los estudios, los datos deben servir para orientar decisiones.
Para su interpretación se necesitan análisis, experiencia, generar hipótesis de trabajo. Los escenarios electorales no surgen de un día para otro. Tienen historia.
En el caso específico de Santa Fe, de lo que se trataba era de generar hipótesis con relación a si una sociedad preocupada por la inseguridad, valoraba la experiencia de Pullaro o la novedad de Losada. Muchos atribuyen el crecimiento electoral de Larreta a que apoyó al ganador en la provincia.
A mí me parece que la lección de Santa Fe sobre la elección nacional es preguntarnos de qué se trata esta campaña, qué tipo de cambio se demanda, que tipo de liderazgo se pide. ¿Experiencia? ¿Capacidad? ¿Firmeza? ¿Empatía? Quien pueda responderle a Kissinger ¿cuál es el buen líder que despierta en el pueblo el deseo de caminar a su lado? seguramente encontrará la respuesta. Hora de pensar para no equivocarse.
El autor es consultor y analista político. Fuente: https://www.perfil.com/