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Vigencia del mensaje de monseñor Vicente Zazpe

Se cumplieron 25 años de su muerte. Fue titular de esta diócesis (1961-68), arzobispo de Santa Fe (1968-84) y vicepresidente primero de la Conferencia Episcopal Argentina. Participó activamente del Concilio Vaticano II (1962-65) en Roma.Por Emilio Grande (h.)

Hace unos días -más concretamente el 24 de enero último- se cumplieron 25 años del fallecimiento de monseñor Vicente Faustino Zazpe, quien fuera el primer obispo de la diócesis de Rafaela (1961-1968), arzobispo de la Santa Fe (1968-1984) y vicepresidente primero de la Conferencia Episcopal Argentina.
Zazpe fue un hombre de Dios, amó profundamente a su Iglesia, fue un adelantado en trabajar en el ecumenismo y la unión de los cristianos, como lo destacó en su momento Carlos Battistella, también fallecido y entonces pastor de la Primera Iglesia Evangélica Bautista. Participó activamente del Concilio Vaticano II (1962-1965) en Roma.
Además, escribió sobre temas sociales, económicos, políticos y culturales, como así también con sus charlas a través de los medios de comunicación, especialmente en la capital provincial a través de las recordadas emisiones radiales y televisivas.
«A veces hay que perder a ciertos seres o separarse para valorar la calidad de su compañía o la debilidad de la relación. Aquí queda mi corazón entero», había expresado Zazpe en el mensaje de despedida de Rafaela durante una cena en la Sociedad Rural en 1968, porque había sido designado obispo coadjutor de la arquidiócesis de Santa Fe.
Todavía quedan testimonios de las personas que lo conocieron cuando fue pastor de Rafaela. «Nos inició en el aprender a juzgar. Pasamos a comparar nuestra manera de analizar las cosas con las maneras que tiene Cristo de juzgar y así fuimos conociendo al Señor y su evangelio», señaló Cayetano Colsani en la revista del 25ø aniversario de la diócesis de Rafaela (1986).
Zazpe fue un hombre de las bienaventuranzas: pobre, manso, sufrido, misericordioso, pacífico, de corazón recto, hambriento de paz y justicia y también perseguido como Jesús.

REALIDAD NACIONAL

«Como en otras etapas de nuestra historia, llegaremos -aunque sangrando- a cubrir las heridas de la división y la enemistad, pero si no llegamos a una profunda comunión nacional, no habremos recorrido los espacios más específicos de la reconciliación cristiana. (…) La Argentina necesita de una cierta unidad de criterios para desentrañar el sentido de su historia, juzgar el presente tan complejo y preparar su futuro; una escala común de valores para afirmar la vida nacional y una cuota inmensa de paciencia y esperanza para recorrer esta etapa difícil y asegurar el encuentro definitivo de la nación».
Esta pluma pertenece a Zazpe, escrito en el libro «Si un niño no hubiera nacido…», publicado en 1977, en pleno apogeo de la última dictadura militar, período muy doloroso que sufrimos los argentinos a través del terrorismo de Estado y en menor medida la lucha armada que habían impulsado sectores de la juventud que buscaban la revolución.
A decir verdad, el pasaje transcripto se puede aplicar a la actual y difícil coyuntura nacional -específicamente el conflicto del campo- en el que la violencia verbal y física están a la luz del día. Seguimos con los desencuentros entre los argentinos porque priman los intereses sectoriales por encima del bien común.
El mensaje de Zazpe fue profético en aquel período de tinieblas del país y lo sigue siendo. Era una persona que molestaba al poder temporal y así lo hizo sentir.
El 15 de agosto de 1982 sufrió un accidente automovilístico sobre la ruta 19 cuando viajaba a la fiesta patronal de San Carlos Norte. «Hubo varios testimonios que lo consideraron un atentado. Y este «accidente» (¿atentado?) afectó sus ojos hasta la muerte; pues le quedó una dificultad visual», escribieron los presbíteros Jorge Montini y Marcelo Zerva en el libro «Vicente Zazpe: el corazón de un pastor» (julio de 2000).
En este contexto, el periodista José Ignacio López escribió recientemente en su columna del diario La Nación que «no era ni de tal teología ni de tal otra, conoció la desconfianza incluso de sus colegas, sufrió la difamación y la calumnia y murió en ese calabozo existencial»…

Emilio Grande (h.)

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