A raíz de un paro cardíaco falleció anoche, a los 66 años, en su casa de Las Heras, en Mendoza, Nicolino Locche, uno de los más grandes boxeadores argentinos de todos los tiempos, campeón de los welter junior de la Asociación Mundial entre 1968 y 1972.
Los restos de Locche serán velados hasta este mediodía en Maipú 636, de la ciudad de Mendoza, e inhumados en el cementerio privado local Parque de Descanso.
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Jamás Don Felipe ni doña Nicolina se imaginaron que el sexto hijo del humilde matrimonio de los Locche, que nacía el 2 de septiembre de 1939 en el pueblo de Campo de los Andes, en el departamento mendocino de Tunuyán, sería, con el paso de los años, un símbolo del boxeo argentino.
Aquel Nicolino, que a los 8 años, de la mano de su madre ingresó por primera vez al gimnasio de boxeo Julio Mocoroa, de Don Paco Bermúdez, se convirtió en un personaje sin igual en el pugilismo argentino.
En un personaje que le agregó al boxeo, más allá de su talento, la espectacularidad, la alegría y el show, que esta actividad, basada sobre la entrega y el sudor, pocas veces tuvo.
Locche fue el último ídolo del boxeo argentino. Quizás, junto a Justo Suárez, el personaje supremo. El público le dio todo. Desde la ovación ante su arte: de esquive, visteo, de defensa notable y contragolpe justo. Y el perdón popular cuando la falta de preparación y profesionalismo lideó con Locche, en momentos clave de sus peleas.
Fue junto con Horacio Accavallo el púgil argentino que debió sobrellevar las más peleas difíciles y jerarquizadas para obtener su chance mundialista.
Curioso, los resultados logrados antes de la conquista del título fueron más importantes que los adversarios a los que enfrentó y en posesión de la corona.
Su primera pelea amateur fue con casi 16 años y 42 kilos. Tras 122 combates debutó como profesional el 11 de diciembre de 1958 noqueando en dos rounds al sanjuanino Luis García. Sus primeros pasos en el Luna Park fueron como «soporte» de su compañero de equipo, Cirilo Gil, en sus tiempos de gloria como campeón argentino y sudamericano welter.
Tras perder en su décima pelea el invicto frente al experimentado Vicente Derado, por puntos, en Mendoza, el 26 de febrero de 1960, Nicolino dio el gran golpe de su carrera al batir por puntos al cordobés Jaime Giné, quebrándole un invicto de seis años y 86 peleas sin reveses.
Eso proyectó a Nicolino como fondista al Luna Park para ganarle otra vez a Giné. Esta vez, por el título argentino de los livianos, en 1961. Luego también se consagró campeón sudamericano. Venció dos veces a Abel Laudonio, y también perdió una vez ante él, en su clásico local más popular.
A partir de 1966, una serie de rivales de primerísimo nivel lo pusieron a prueba, a Luna Park lleno.
Desafiar los límites fue uno de sus juegos preferidos. Arriba y abajo del ring. Desde aquella resistencia que el público le dio por su estilo personal y defensivo que anuló a campeones del mundo, como Carlos Ortiz, Ismael Laguna, Joe Brown o Sandro Lopópolo. Desde aquella afirmación que mantuvo con una convicción que parecía irritar a los que todo esperaban de él: «Tranquilos… Cuando llegue la chance, será campeón».
Necesitó una instancia tan grande como aquella noche de Tokio ante Paul Fujii para ganar la corona como nadie lo hizo. Conmoviendo a Oriente y sacudiendo al mundo por la brillantez de su boxeo. Quizás, su primer y último gran concierto boxístico.
Desarrolló su arte de «Intocable» en un tiempo en que la fantasía de la radio y la brillantez de relatores como Osvaldo Caffareli, Ricardo Arias, Manuel Sojit y Fioravanti «noqueaban» fácilmente al blanco y negro de una televisión prudente.
Hizo del boxeo algo más que un arte. Un show. Al que transformó en una ceremonia espectacular cada vez que subió al ring del Luna Park. Sus funciones únicas inocorporaban a las «aves más raras» al estadio de Corrientes y Bouchard cada vez que con su bata celeste y sacando pecho con paso corto se dirigía al centro del ring para que Norberto Florentino hiciera rugir el estadio anunciando: «La última pelea de la noche».
Fue junto a Justo Suárez, «El Torito de Mataderos», el boxeador más querido por el pueblo argentino. Y a ellos se les perdonó todo. No había prensa amarilla para Nicolino, capaz de descubrir las trasnoches de la calle Corrientes cuando sus amaneceres con «Pichuco» Troilo y «El Polaco» Goyeneche los transformaban en los reyes de la bohemia. No hubo golpes bajos para él, quizá porque con «El Intocable» se terminaron las épocas del respto total y el silencio cómplice para los ídolos del pueblo.
Conoció la pobreza digna de la mayoría de aquellas infancias. Supo de la riqueza del nuevo campeón y de la dureza y la ruina de la caída de los ídolos. Necesitó cosas simples para levantarse: tranquilidad, una compañía fiel, un ingreso elemental y un buen cigarrillo. Así escribió en Mendoza sus pacíficos últimos años de vida. Lejos del ruido y del boxeo de su tiempo.
La vida de Nicolino fue una nota musical. Una nota tanguera tan misteriosa como mágica que, si bien tuvo su obra propia en aquella canción de Chico Novarro, hoy, cuando se ha transformado en una estrella y en un recuerdo, sentencia a modo de melodía su adiós en aquello de «no habrá ninguno igual. Todos murieron».
Para la historia
Su récord fue de 136 combates, con 117 triunfos, 4 derrotas y 15 empates. Las fechas más salientes de su carrera fueron las siguientes: 11/12/1958, debut profesional, ganó KO2 a Luis García, en Mendoza; 6/11/59, perdió el invicto ante Vicente Derado, en Mendoza; 4/11/61, campeón argentino liviano al vencer a Jaime Giné, por puntos en 12 asaltos, en el Luna Park; 29/6/63, campeón sudamericano liviano al derrotar por puntos en 15 rounds al brasileño Sebastião do Nascimento; 12/12/68, campeón mundial welter junior de la AMB al imponerse por KOT10 al hawaiano Paul Fujii, en Tokio; retuvo el título en 5 ocasiones y lo perdió en la 6ª defensa, el 10/3/72 ante el panameño Alfonso Frazer por puntos en 15 vueltas, en Panamá; intentó reconquistar la corona el 17/3/73 y cayó por abandono en 10 rounds contra Kid Pambelé, en Venezuela; su última pelea fue el 7/8/76 y le ganó por puntos en 10 vueltas al chileno Ricardo Molina Ortiz, en Bariloche.
Por Osvaldo Principi
Fuente: diario La Nación, 8 de setiembre de 2005.