En Tribunales todos hablan de él. Y algunos hasta lo comparan con el juez español Baltasar Garzón. Pero Daniel Rafecas tiene una particularidad: nadie, excepto algún que otro procesado por él, habla mal de este magistrado, designado en octubre de 2004. Aunque se lo intente, las anécdotas que relatan sus colegas, colaboradores, allegados o abogados del foro lo pintan, sencillamente, como un tipo normal. Un estudioso y laburante que, después de mucho esfuerzo, llegó al cargo que siempre soñó.
En el último mes, este juez federal dictó varios fallos de trascendencia. En una resolución de mil fojas, procesó a nueve ex funcionarios de la Alianza y legisladores por los supuestos sobornos pagados en el Senado a cambio de la aprobación de la ley de reforma laboral y pronto hará lo mismo con el ex presidente Fernando de la Rúa.
Como consecuencia de la anulación de las leyes de punto final y obediencia debida, ordenó la detención de diez policías federales, cuatro gendarmes y un agente del Servicio Penitenciario Federal que durante la última dictadura habrían cometido violaciones a los derechos humanos en la jurisdicción del I Cuerpo de Ejército. Y, convencido de que de hay otras formas de pensar y aplicar la ley penal, llevó a tres supuestos skinheads menores de edad que atacaron a un chico judío a recorrer la Fundación Memoria del Holocausto, donde les dio una clase sobre racismo en lugar de encerrarlos en un instituto.
Rafecas nació hace 38 años en la ciudad de Buenos Aires y es el mayor de cuatro hermanos de una familia dispersa. Lo siguen Diego, director de la película «Un Buda», recientemente estrenada; una hermana que vive en Barcelona, adonde viajó en busca de trabajo tras la crisis de 2001, y el menor, Mariano, que tiene 29 años y vive en Perú. Allí se instaló la familia del ahora juez en 1985 porque, como ingeniero, su padre no conseguía empleo en la Argentina. Su madre falleció hace seis años en un accidente automovilístico, cuando viajaba hacia Buenos Aires para pasar la Navidad junto con su familia.
Carrera judicial
Fanático de San Lorenzo, en la primaria fue a una escuela pública y después fue alumno del Colegio San Francisco de Sales. Luego de un año de servicio militar obligatorio, a los 19 comenzó a trabajar como meritorio en un juzgado de sentencia gracias a un primo de la madre, Eduardo Albano, que entonces era juez. Desde entonces, siempre trabajó en el Poder Judicial.
Tras muchos años ocupando distintos cargos, fue secretario de una fiscalía de juicio oral federal y estuvo a cargo de la Fiscalía de La Boca, donde apadrinó el comedor infantil Bokitas. Desde 2000, se presentó en varios concursos del Consejo de la Magistratura para ser juez de primera instancia y de tribunal oral.
Su trabajo más ponderado lo hizo como titular de una comisión que creó el ex procurador general de la Nación Nicolás Becerra para investigar los procedimientos fraguados por la Policía Federal con el fin de mejorar las estadísticas de la fuerza y así, supuestamente, reducir la sensación de inseguridad.
«Ese es el logro institucional más grande que tuve hasta el momento, porque desde octubre de 2003 no se inventó ni un solo procedimiento más. Logramos modificar una práctica institucional que afectaba a pobres inocentes», dijo cuando todavía no había jurado como juez y daba entrevistas a la prensa sin problemas. Cuando Esteban Righi fue designado procurador general de la Nación por el presidente Néstor Kirchner, Rafecas trabajó codo con codo con el nuevo jefe de los fiscales, a quienes algunos señalan como su padrino político.
Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1990 y en 2001 concluyó un posgrado de Especialización de Derecho Penal en la misma casa de altos estudios. Actualmente prepara su tesis doctoral. Se considera discípulo de David Baigún -presidente del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (Inecip) y su primer profesor de Elementos de Derecho Penal- y de Edmundo Hendler, camarista en lo penal económico y titular de la cátedra en la que Rafecas enseña.
«¿Anécdotas? Se me ocurren varias -dijo un letrado que da clases con él en la UBA-. Una que lo pinta de cuerpo entero es ésta. Para cada uno de los cursos armamos una serie de módulos con la bibliografía. Todas las primeras clases, Daniel pregunta qué alumno o alumnos tienen dificultades económicas como para afrontar el gasto de las fotocopias. La o las personas que carecen de recursos son becadas y, de ese modo, pueden acceder a las lecturas sin problemas. Es decir, armó un sistema de becas para gente con pocos recursos o ninguno con su propio dinero. ¿Otra? -se entusiasma la fuente consultada-. Hace dos cuatrimestres, se le ocurrió dar la última clase al aire libre ante el monumento a Raoul Wallenberg (el diplomático sueco que salvó a miles de judíos húngaros durante la Segunda Guerra Mundial). Allí realizó una enjundiosa defensa de los valores del Estado de Derecho e impartió, a la vez, una clase magistral sobre el Holocausto».
Avezado lector, de joven devoró todo libro de Jorge Luis Borges y Roberto Arlt que llegó a sus manos, pero, desde hace unos diez años, casi no lee ficción. En cambio, elige libros de historia, especialmente vinculados con el Holocausto. «Ese es un tema que le interesa desde el punto de vista personal y profesional. Analizar el aporte de los discursos penales al régimen nazi lo apasiona», contó un amigo del magistrado.
Admirador de San Martín
Rafecas está casado con una contadora que es pariente lejana del camarista federal Eduardo Luraschi y tiene una hija de tres años. Sus fotos predominan en el despacho del magistrado, donde también se advierte su admiración por el general José de San Martín. En la oficina del tercer piso del edificio de Comodoro Py 2002, que supo ocupar el ex juez Carlos Liporaci hasta que renunció en medio de un escándalo por enriquecimiento ilícito, hay un pequeño busto y un gran libro de San Martín, su testamento hológrafo y una carta que envió a las autoridades criollas tras visitar la prisión de Lima, solicitando que se mejoraran las condiciones de detención de los presos.
No se mueve con custodia policial, vive en un departamento de tres ambientes en Belgrano, tiene un auto Neón con el que va manejando a trabajar todas las mañanas y veranea en Solanas, cerca de Punta del Este, gracias a un tiempo compartido que le da su suegro.
Perfil bajo
«En la calle no lo reconocen, ni sus vecinos saben que es juez, gracias a ello sigue su vida normalmente», precisa un funcionario que trabaja con él y explica de este modo la negativa de Rafecas a dar entrevistas, aunque haya recibido más de cien pedidos en los últimos 30 días.
«Rafecas no tiene un modelo de magistrado para imitar, pero llegar al cargo de juez federal porteño fue cumplir su sueño», cuenta alguien que lo conoce como pocos. Como señaló en la audiencia del Senado previa a su nombramiento, «todo lo que yo hice en mi vida fue prepararme para este cargo».
En privado, el juez se muestra orgulloso con su trabajo de su casi primer año como magistrado y dice estar convencido de que el sistema de administración de Justicia será mucho mejor dentro de 20 años. Sus pares, especialmente los otros tres jueces federales nuevos -Ariel Lijo, Guillermo Montenegro y Julián Ercolini- ponderan su capacidad de trabajo y entrega. La Cámara Federal porteña también demostró que lo respalda al designarlo a cargo del juzgado federal Nº 9, que ocupó Juan José Galeano hasta que en febrero último fue suspendido antes de ser destituido. El camarista Gabriel Cavallo no oculta el aprecio que le tiene. «Es uno de los jueces más preparados», dice.
La crítica más dura a Rafecas, además de la lanzada por el ex senador procesado Ricardo Branda (PJ), que lo acusó de tenerle rencor por la frustrada nominación de Rafecas en más de una terna del Consejo de la Magistratura -al que pertenecía Branda-, es que es muy coqueto. Usa siempre gomina y, luego de ser designado juez, se compró trajes y corbatas nuevas. Algunas de ellas, muy coloridas, son parecidas a las que caracterizaron a los jueces de los años noventa.
Además de la causa por los sobornos en el Senado, emblema de la corrupción de las instituciones argentinas, Rafecas tiene a su cargo las investigaciones por la privatización de Yacyretá -en la que habrá indagatorias en breve-, por la de Aerolíneas Argentinas y por la de los corredores viales, que involucra a funcionarios menemistas y de la Alianza. Además, tramita el expediente del caso denominado «Viñas Blancas», la investigación más grande de lavado de dinero que existe hasta la fecha en el país.
El juez también tuvo a su cargo la investigación contra Cavallo iniciada por el Tribunal Oral Federal Nº 3, que absolvió a los acusados por el atentado contra la sede de la AMIA. Rafecas sobreseyó al camarista porque consideró que no existían pruebas de que éste hubiera encubierto a Galeano en una causa en la que se investigaba por mal desempeño al destituido juez.
Igual que la mayoría de los nuevos jueces, está en contra de la aplicación indiscriminada de la prisión preventiva; suspende las causas por tenencia de drogas para consumo personal por considerarlas una afectación insignificante a la salud pública; y confía en encontrar soluciones alternativas para los conflictos, que no supongan únicamente el encierro del acusado.
Quizás todo cambie con el correr de los años pero, hasta el momento, el juez Rafecas no es más ni menos que un tipo normal.
Quién es
* Veinte años en la justicia: Daniel Rafecas tiene 38 años. Estudió Derecho en 1990 y tiene una especialización en Derecho Penal. Luego de un año de servicio militar obligatorio, a los 19 años comenzó su carrera judicial como meritorio en un juzgado de Sentencia.
* Experto en el Holocausto: casado y padre de una hija, ha impartido clases magistrales sobre el Holocausto. Reconocido en el ámbito académico por su sensibilidad social, algunos le critican su excesivo apego por el arreglo personal. Actualmente no concede entrevistas.
Laura Zommer
Fuente: suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 4 de setiembre de 2005.