Por Mariano De Vedia.- “Aquí estamos, reconociendo todos nuestras responsabilidades, intentando con humildad y fortaleza salir de la postración a la que nos han llevado tanta corrupción, tanta mentira y tanta codicia”. Así describía en enero de 2002 el presidente del Episcopado, el arzobispo Estanislao Karlic, el estado de un país devastado por la crisis, y explicaba la disposición de la Iglesia para acompañar, junto al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la búsqueda de consensos entre todos los sectores políticos y sociales. Nació entonces la Mesa del Diálogo Argentino.
“El ojo de la tormenta estaba en la poca credibilidad de los políticos. Y la Iglesia, que tenía altos niveles de confianza, salió en auxilio de esa situación. Con sus grises, blancos o negros, no había duda de que algo había que hacer”, recuerda hoy el padre Guillermo Marcó, que en ese momento acompañaba al cardenal Jorge Bergoglio como director de la Oficina de Prensa del Arzobispado de Buenos Aires.
Los números en el verano caliente de 2002, cuando Eduardo Duhalde accedió a la Presidencia de la Nación, eran lapidarios: 52% de pobreza, 19% de indigencia y 28% de desocupación. Veinte años después, la pobreza llega al 36,4%, la indigencia es del 8,8% y hay un 6,6% de desempleo. Pero los índices saltan por el aire con una inflación cercana al 100% anual, en una Argentina que sufre más de 800 piquetes por mes.
En una entrevista, Marcó señaló que en la actualidad percibe poco respeto por la agenda institucional en la Argentina. “Estamos por celebrar 40 años de democracia y en muchos aspectos el país está peor. Sería bueno que los políticos reflexionaran sobre cómo han actuado. Se los vota para gestionar y se viene dando una alternancia de fracasos importante, en un país rico, pero mal administrado”, evaluó el sacerdote.
Las voces más activas de la Iglesia en la Mesa del Diálogo fueron el arzobispo Karlic y los obispos Jorge Casaretto, Juan Carlos Maccarone y Ramón Staffolani, a quienes más tarde se sumó monseñor Agustín Radrizzani. El diplomático español Carmelo Angulo Barturen aportó la vocación del PNUD por ayudar a la Argentina y prestó asistencia técnica. En medio de una crisis terminal que se palpaba en las calles, el gobierno de Duhalde designó tres representantes: el senador Antonio Cafiero, el diputado José María Díaz Bancalari y el secretario de Gabinete y Relaciones Parlamentarias, Juan Pablo Cafiero.
-¿La iniciativa partió de la Iglesia?
-Partió de los llamados desesperados del presidente Duhalde en busca de ayuda. El Episcopado exploró la posibilidad de generar un diálogo.
-Veinte años después el país está en otra profunda crisis. ¿Eso significa que la experiencia del Diálogo Argentino fue negativa?
-No, fue valiosa. Todo diálogo es positivo. Pero al cardenal Bergoglio le parecía que no había que empeñar la credibilidad de la Iglesia en esa aventura. Visto en perspectiva, el esfuerzo que se hizo fue bueno, pacificó y calmó las aguas.
-¿Qué posición tenía Bergoglio?
-El cardenal Bergoglio no quería estar sentado en esa mesa. Si uno ve las fotos del día en que se constituyó, en la iglesia de Santa Catalina, no lo va a encontrar. Él siempre dijo que el lugar del diálogo es el Congreso. Y que los dirigentes políticos debían sentarse a dialogar en el Parlamento, porque para eso son votados. La segunda apreciación que él tenía era que, una vez encaminada la crisis política, gran parte de las propuestas iban a quedar en un bello recuerdo. Y lamentablemente esa predicción se cumplió.
Sin embargo, Bergoglio siguió de cerca la evolución del Diálogo Argentino y facilitó contactos entre dirigentes y organizaciones para ayudar a salir de la crisis. Tuvo un papel decisivo en la convocatoria a Angulo Barturén para lograr el compromiso del organismo de las Naciones Unidas. Como contó la periodista Silvina Oranges, de Tèlam, el cardenal recibió en la Curia porteña al diplomático español, quien se sorprendió cuando el propio Bergoglio bajò a abrirle la puerta. “Si un cardenal no está para abrir puertas, no está para nada”, fue el comentario del hoy papa Francisco.
El trabajo de la Mesa del Diálogo fue intenso. Se formaron comisiones sectoriales que buscaban consensos para la reforma política, la reforma del Poder Judicial y las áreas de educación, salud y sociolaboral-productiva, Más de 1700 dirigentes de distintos sectores dedicaron esfuerzos durante meses y el documento final, con las propuestas, fue avalado por todas las fuerzas políticas y sociales en el Cabildo de Buenos Aires. Al asumir el gobierno siguiente, en manos de Néstor Kirchner, los acuerdos quedaron en el papel.
-¿Por qué las conclusiones y, sobre todo, las propuestas de reformas políticas, quedaron en nada?
-Porque no le convienen a la política. ¿A quién le conviene que haya elecciones cada dos años? A la gente no. ¿Cómo se puede gestionar en campaña permanente? Son cosas que, de acuerdo al interés del sistema político, cambian a su buen parecer. Somos rehenes de un sistema carísimo, y poco eficiente. La política tiene una estructura enorme en la Argentina.
Diálogo con los diferentes
A pesar de sus observaciones, el padre Marcó insiste en que hay que revalorizar la democracia. “Hay mucha gente valiosa y buena en la política y no necesitan que vayan los curas y los rabinos para dialogar y ponerse a trabajar por el bien común”, expresó.
El sacerdote viene trabajando desde hace 20 años en el Instituto de Diálogo Interreligioso (IDI), que preside en forma compartida con el rabino Daniel Goldman y el dirigente islámico Omar Abboud. Una asociación civil que nació en Buenos Aires y tiene proyección internacional. Su misión es promover el entendimiento entre los hombres de fe y la convivencia pacífica.
En ese sentido, Marcó explicó que “dialogar no es ir a exponer los intereses de cada uno. Si cada sector va a decir cuáles son sus reclamos, como pasa ahora con todos los conflictos, no tiene mucho sentido”.
El sacerdote y exvocero del cardenal Bergoglio compartió la metodología que siguen en el IDI. “Sabemos que hay temas sobre los que no vamos a dialogar. Yo no voy a ir a discutir sobre el núcleo duro de nuestras tradiciones, porque ahí nos empantanamos. Si me pongo a discutir si Jesucristo es Dios, si los demás están equivocados, no hay diálogo posible. Tengo claro que sobre eso no vamos a discutir. Nos interesa el ser humano, la educación, el bien común. Estas cosas las podemos trabajar”, señalò. Y planteó una pregunta inquisidora: ¿Por qué la dirigencia política tiene tanta imposibilidad para dialogar, cuando en realidad se les paga para que dialoguen?”
Según la visión de Marcó, la política discute hoy cosas que a la mayoría del país no le preocupa. “A mí no me preocupa si se hacen o no las PASO, no me preocupa si se cambia la Corte Suprema y no tengo ganas, sinceramente, de pagar sueldos a 11 jueces más, porque sale una fortuna. Son los jueces y sus asesores. Si estamos en crisis y no hay plata, no hay dinero para pagarle a más gente. Muchas veces a la política solo le importan sus intereses”.
-¿Es un problema solo argentino?
-La crisis de representatividad es un problema mundial. La democracia es el mejor sistema, pero para ser valiosa a los ojos del pueblo, ella misma tiene que ser autocrítica y tratar de que su gestión sea exitosa. A mí no me sirve la administración de mi edificio si se pelea con el portero. Lo que necesito es que solucione los problemas, que bajen las expensas, que el edificio esté limpio, funcione la calefacción. La gente pretende cosas prácticas de la política y la política tiene su propia agenda, con temas que solo les interesa a sus dirigentes.
-¿Cómo se veía en la crisis de 2001 el problema de la pobreza?
-En el tema de la pobreza, la Iglesia no ha sido una solución, sino parte del problema. Tiene una visión que atrasa. De la pobreza no se sale generando más ayuda, sino con la creación de más trabajo. Alentando el empleo, con estímulos a las pymes, al empresario, al que da trabajo en serio, un trabajo digno. La Iglesia recuerda poco la dignidad del trabajo, que era un tema del que se predicaba mucho en los documentos y en el magisterio, como Juan Pablo II en Laborem exercens. Todos tenemos presente el principio de que ganarás el pan con el sudor de tu frente. Más bien hoy se fomenta la visión de un Estado omnipresente que tiene que dar subsidios. Eso no ayuda a nadie.
-¿Es un problema de la Iglesia en la Argentina?
-Hay, quizás, una falencia en la formación en el área económica. La economía no funciona en forma voluntarista. Es una contradicción querer que los pobres salgan de la pobreza y no fomentar la generación de riqueza. Hay que promover que la gente acceda a un trabajo digno, que sean educados, formados, predicar el valor del esfuerzo.
-¿Por qué no se avanza en esa dirección?
-En general, la Iglesia no valora el capitalismo. El Estado tiene un gran deber regulador del capital. Tiene que brindar una protección del más desvalido, de la persona que no puede, pero cuando el Estado se vuelve en generador de pobreza y promueve un sistema cautivo, donde el pobre vive del Estado y no tienen ninguna preocupación por trabajar, no se lograrán buenos resultados. Ningún extranjero entiende el problema de la Argentina, un país que tiene todo, minería, el campo, una plataforma pesquera inmensa, gente preparada, formada, un extraordinario sistema universitario y produce pobreza. Algo inexplicable.
-¿En la Iglesia se reflejan las mismas ideas que prevalecen en el campo político?
-Se asocia bastante a la Iglesia con el peronismo. Pero hay una mirada compartida. Cuando gobernó el macrismo, hubo matices, pero no tuvo una mirada muy distinta. En el área social aumentaron los planes, dieron más ayudas, intentaron un gradualismo, no hicieron las reformas que había que hacer y tomaron deuda para pagar el gasto ordinario sin achicar el Estado. Hay una crisis de representación y eso se ve en otros países.
-¿La gente se siente más cómoda en la grieta?
-Tengo mis dudas de que la gente sea tan de la grieta. No todo el pueblo argentino adhiere a posiciones extremas. La peregrinación de jóvenes a Luján, por ejemplo, convoca la gente más diversa. Si uno se asoma a la ruta verá pasar a los pobres, los ricos, los de clase media, los jóvenes, los viejos, los casados, los solteros, personas que deben tener cualquier ideología política y, sin embargo, ahí están todos juntos. La grieta es una minoría. Francisco dice siempre que en la grieta todos pierden. Los extremos siempre son malos.
-¿Es creíble la convocatoria al diálogo que hizo el gobierno de Alberto Fernández?
-Te invita a dialogar, pero te insulta a los 10 minutos. Con esa invitación, yo no iría. No tienen que invitar a dialogar a nadie. Tienen el Congreso para dialogar. Pero sesionan bastante poco.
Guillermo Marcó, ayer y hoy
El diálogo interreligioso y los medios de comunicación como herramientas de su acción pastoral resumen la trayectoria del padre Guillermo Marcó, nacido en Buenos Aires el 29 de enero de 1960 y ordenado sacerdote en 1990. Había ingresado al seminario luego de cursar tres años la carrera de Arquitectura en la Universidad de Buenos Aires.
Organizó la Oficina de Prensa en el Arzobispado de Buenos Aires y fue vocero del cardenal Jorge Bergoglio. Mantiene hoy un diálogo frecuente con Francisco, a quien visita en Roma una o dos veces por año.
Marcó es hoy párroco de San Lucas, ubicada en la plaza Houssay, y tiene a su cargo el área de Pastoral Universitaria.
Preside desde 2002 el Instituto de Diálogo Interreligioso (IDI), junto con el rabino Daniel Goldman y el dirigente islámico Omar Abboud, integra el Comité de Ética del Conicet y dirige desde hace 20 años el suplemento “Valores religiosos”, del diario Clarín. Con larga experiencia en los medios de comunicación, hoy participa en los podcasts “Entre el cielo y la tierra” y “Marcó, tu semana” (Spotify).
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/