El deporte motor llora a uno de sus ídolos: Carlos Pairetti

Por Víctor Hugo Fux.- Uno de sus hijos, Eduardo «Mani» Pairetti, me transmitió, vía Whatsapp, la noticia que nunca hubiese querido recibir.
La mañana del lunes empezó con una mueca de tristeza y hasta algunas lágrimas tras enterarme del fallecimiento de uno de los últimos ídolos del automovilismo deportivo de nuestro país.
Carlos Alberto Pairetti, esta vez, lamentablemente no pudo resultar airoso en su carrera más importante. Su lucha constante y su fortaleza, terminaron cediendo ante una situación irreversible, después de haber superado, en varias ocasiones, estados de salud muy complejos.
Cerró definitivamente sus ojos en Pergamino, muy cerca de su Arrecifes, la ciudad que lo adoptó como representante genuino de la «Cuna de Campeones», aunque él siempre hablaba de su Clucellas, el lugar donde nació y en el que van a descansar sus cenizas por voluntad propia.
«Carlitos» dejó su pueblo siendo un chiquilín, para radicarse junto a su familia en la provincia de Buenos Aires, donde empezó a cultivar una pasión que lo acompañaría por el resto de sus días.
El automovilismo deportivo, en un lugar donde los talleres proliferan y los pilotos aparecen cuando se levanta cualquier baldosa, descubrió que lo suyo estaría detrás de un volante.
Desde sus inicios, demostró su talento y una importante dosis de coraje para hundir el pie derecho en el acelerador de cualquier máquina.
Alcanzó notoriedad en el Turismo Carretera, desde la última época de las cupecitas, hasta su consagración al mando del emblemático Trueno Naranja, con el que fue campeón en 1968.
Justamente un año inolvidable para «Il Matto», porque su enorme capacidad para adaptarse a cualquier tipo de autos, lo vieron ganar en esa edición de las «500 Millas Argentinas», con el Destéfano – Chevrolet del Automóvil Midgets Club Sunchales.
Fue referente del «Chivo» durante mucho tiempo, aunque logró destacarse, en otros momentos, con Volvo -el único que venció con esa marca en el TC- y posteriormente con Ford, cuando se pasó «a la otra vereda».
Carlos viajó también a los Estados Unidos, con la ilusión de tener una chance en las «500 Millas de Indianápolis», rindiendo de manera satisfactoria una prueba de suficiencia en el circuito más famoso del mundo.
Sin embargo, no pudo correr en el legendario Indianápolis Motor Speedway, pero acumuló la experiencia necesaria como para alcanzar una muy rápida adaptación cuando los autos de la Fórmula Championship (hoy IndyCar) llegaron a Rafaela aquel memorable febrero de 1971 para disputar las legendarias «300 Indy».
El domingo 28, en la competencia que se adjudicó el campeonísimo Al Unser, el solitario representante de nuestro país, superó todas las expectativas y fue halagado por los norteamericanos por su excelente performance que se vio coronada con un meritorio noveno puesto.
Luego de su retiro como piloto, siguió ligado al automovilismo, pero lo hizo en el plano dirigencial, siendo uno de los creadores del exitoso Club Argentino de Pilotos, en un emprendimiento al que se sumó Ero Borgogno, gran amigo del integrante del promocionado «póker de campeones» de Arrecifes, junto a los notables Luis Di Palma, Carlos Marincovich y Néstor García Veiga, todos distinguidos por el Concejo Deliberante como «Ciudadanos Ilustres».
La popularidad de Carlos lo llevó a incursionar en el cine, siendo protagonista del filme «Piloto de Pruebas», en el que se pueden observar, en el cierre, las imágenes generadas por la televisión en las «300 Indy».
Abundar sobre su trayectoria deportiva resultaría innecesario después de haber rescatado sus participaciones más relevantes. En esta despedida, simplemente, lo quiero recordar como el ídolo que me distinguió con su amistad. No es poca cosa.

Fuente: https://diariolaopinion.com.ar/

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