Por María Inés Adorni.- Siempre hay una luz tibia que resplandece al final del oscuro túnel, porque nacimos para ser felices, y para eso únicamente vinimos a este mundo.
Es simple, alguna vez te hiciste una pregunta…¿cómo sé si estoy siendo cada día un persona un poco mejor?
La respuesta es muy simple el amor.
¿Cuánto amor sentís y cuánto amor sos capaz de dar?
Si sentís miedos, si estás sufriendo, si tenés tu corazón lleno de rencores, entonces no hay progreso espiritual de verdad.
Todos estos sentimientos reflejan la falta de amor.
Si amas sin medidas lograrás un hermoso progreso espiritual.
Pero cuidado, ese amor sin medidas no es ámame, ni, volvé que te espero, ni pensá en mí, etc. Esas son exigencias, no amor verdadero.
El amor verdadero es un amor que solo da, que no espera nada a cambio, un amor que da por el placer de dar, ya que ahí radica su verdadera naturaleza.
Recordar que el amor no es solo un amor que se da a otras personas. Este amor será genuino cuando es para todos. Hay que amar cada situación que nos toca vivir y disfrutar de todas esas experiencias como si fueran un aprendizaje, un escalón más que conduce hacia la iluminación y ahí hay progreso.
Ese amor que todo lo toca y lo ilumina sin hacer distinciones y sobre todo sin esperar recompensas.
Por sobre todas las cosas amar a todas las personas es comprender que cada una de ellas es también una parte de vos mismo.
Si superas cada piedra, cada prueba, avanzas caso contrario, te quedas estancado, o retrocedes, igual que un juego.
Pues la vida es un juego….¡juégalo!
Sembrando semillas de fe…