El drama acuciante de un país con dos realidades contrapuestas

Palabras del autor de la crónica en el acto de entrega de los Premios ADEPA en la UCA.

Por José Claudio Escribano.- De tanto en tanto, alguien nos recuerda la desmesurada concisión de André Malraux al condensar, en su visita de 1964 junto al presidente De Gaulle, la visión de Buenos Aires como capital del imperio que no fue. Confundimos la alegoría brutal a un sueño evanescido de nación superior con la cínica elegancia del escritor y ministro sobre los vestigios perdurables de lo que pudimos haber sido y no somos.

Si aquella visión proyectaba hace unos sesenta años la razón de esa melancolía quejumbrosa que hasta bailamos, los vicios que cunden hoy en la casta política dominante trazan la zanja por la que se escurre, mucho más que una quimera imperial, la modesta viabilidad de un país medianamente unido y próspero. Nos atribula su malograda escisión en dos realidades contrapuestas y el gran trabajo del periodismo ha sido denunciar esta verdad que incomoda a quienes trafican con la ruina nacional.

De un lado de la zanja está la Argentina de la ineficiencia monumental de los gobernantes y de la incompetencia opositora, con pequeñas miserias desnudadas estos días, para suscitar una vigorosa ilusión de que el país se recuperará en años vista. Del otro lado, está la Argentina ajena a la indolencia que estraga posibilidades de progreso y reclama el fomento de nuevas fuentes de trabajo formal e institucionalizado. Es la Argentina de quienes se arriesgan a diario a producir bienes y servicios, sobreviviendo a la imprevisibilidad anarquizante y las regulaciones prepotentes, y la de quienes colaboran, con habilidades y esfuerzo, a crear la riqueza que evita mayor zozobra de pobreza y de indigencia. Es la Argentina venturosa de quienes innovan en las áreas avanzadas de la tecnología y el conocimiento científico, y compiten con liderazgos mundiales.

Los 1402 trabajos postulados para los premios a la excelencia periodística en 2020/21, promovidos por la asociación nacional de diarios y revistas que es ADEPA, provienen de esta segunda realidad. Han sido hechos por periodistas, jóvenes en su mayoría, a quienes un viejo colega felicita por la dignidad de hacer del oficio elegido un motivo de perfeccionamiento humano.

Por la cantidad de los envíos se trasunta la confianza de cientos y cientos de periodistas en la ecuanimidad de nuestra institución y la competencia de sus jurados. La confianza es el capital social que se renueva con la preservación del carácter moral y profesional que lo origina. Angela Merkel, estadista que se retiró hace horas, ha destacado en sus últimos mensajes la confianza como valor incomparable en la política. Lo sabemos bien: sin confianza que lo asista, tampoco hay periodismo con prestigio sustentable.

Observemos las consecuencias de lo opuesto: la desconfianza. Pasan así ante nuestra vista las imágenes de una penosa involución. De tierra de advenimiento a tierra de expulsión y éxodos. Ese fracaso serial de la política, que incluye a decenas de empresas que han abandonado la Argentina estos años, condena a los responsables a una imputación moral imprescriptible.

La imaginaria Marianne de la revolución que confirió, hace más de doscientos años a los argentinos las libertades públicas, ya no es la muchacha luminosa, decidida, esperanzada del pasado. Aquella imagen femenina inspirada en el lienzo de Delacroix se asemeja más bien al espectro que compuso Edvard Munch para expresar El grito doloroso y trascendente en la historia del arte moderno. Bien pudo ser el grito del despertar estremecido de una conciencia individual como el eco de una sociedad remolona que al fin se notifica de los males pavorosos que la cercenan. Quisiera percibir ese eco en el país sin moneda, sin crédito, sin fuerzas ni voluntad para defender la soberanía, sin seguridad física ni jurídica ni respeto de quienes registran en el mundo sus insólitas contradicciones.

Entre los trabajos premiados en certámenes de ADEPA ha habido algunos que pusieron al descubierto el entramado de mafias que esquilman el país. Esas mafias han operado en espacios públicos y privados. Se hallan en acción para presionar a periodistas a quienes tributamos el debido reconocimiento por enfrentarlas. Potencia este escándalo la desfachatez con la que se invoca la doctrina del lawfare para destratar al periodismo que denuncia los pactos de impunidad entre la política corrupta, e incluso torpe por el reguero de huellas que va dejando, y los magistrados que al servirla envilecen la Justicia.

Una nota en particular, entre las distinguidas este año, alcanza de lleno los comportamientos desaprensivos en el centro del poder político. Es la que examinó los privilegios cortesanos que estallaron a la luz pública con el tan mentado vacunatorio vip. Como contrapartida al desdén por una sociedad que se hallaba sumida en la desorientación y la angustia, el periodismo alentó la vacunación general e igualitaria de la población, con preferencia entre los más vulnerables.

Si contribuimos a erradicar los prejuicios que subsisten en esta delicada cuestión, aquí y allá, realizaríamos una tarea de bien común. Es apropiado recordar que los medios confiables son precisamente los que más obligaciones tienen en evitar errores y apresurarse a enmendarlos. Las teorías conspirativas sobre las vacunas, que tanto daño infligen a la humanidad, prosperaron desde fines del siglo XX en términos desconocidos en nuestra juventud. Una de las causas centrales del fenómeno derivó de un artículo de The Lancet, publicación británica de relevancia científica. Fue comentado en todo el mundo con las tergiversaciones propias de las redes sociales.

El artículo de The Lancet refería a supuestas incidencias sobre el autismo en menores de un año debidas a la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubeola. The Lancet se lamentó por aquella publicación cuatro o cinco años después, en lo que se entendió como una retractación. Que fue tarde lo prueba el porcentaje de la población mundial renuente a la vacunación contra evidencias abrumadoras de la ciencia sobre sus bondades.

El periodismo ha informado sin interrupciones durante la pandemia. Estuvo a la par de médicos y enfermeras, de anónimos policías y de aquella gente admirable reunida en “Padres Organizados”. Lucharon a fin de que los hijos no perdieran días de clase, además de los perdidos. Con aulas clausuradas un año, los chicos sufrieron retrasos de conocimiento, síntomas de ansiedad, depresión y soledad, según lo documenta la nota ganadora en Educación.

No es por la búsqueda de un equilibrio forzado con los actuales gobernantes que deba decir palabras también críticas sobre la oposición. Ha triunfado en comicios limpios, acaso más por castigo a quienes gobiernan que por cohesión entre sus filas y coherencia en el discurso que todavía esperamos conocer.

Dificulto que haya habido en el periodismo, que he compartido por más de seis décadas en las trincheras del oficio, un momento signado como este por tantos periodistas dotados de la formación intelectual y la capacidad expresiva para analizar en su permanente dinamismo la coyuntura política. Si la oposición atiende lo que advierten, comprenderá que se halla necesitada de un programa claro de ideas, una misión por cumplir y una visión sobre cómo lograr sus objetivos; y de encarnar ese programa, una vez consensuado, en un liderazgo convincente, suscitador de esperanzas.

Con narcisismos insufribles, declaraciones alucinadas o percepciones refractarias a interpretar la grave realidad que apremia, se corre el riesgo de que millones de argentinos, cerrados los caminos que entreabrieron los comicios de noviembre, eyecten el terrible “váyanse todos” que asoma en la punta de no pocas lenguas. En el éxito inesperado de nuevas fuerzas, constituidas en las estribaciones últimas del sistema político, han asomado gestos de rebelión para tener en cuenta.

Si el oficialismo se ha obcecado con formulaciones cien veces fracasadas y ha potenciado, para colmo, el infortunio general al subordinarse a jefaturas políticas incontrolables, mezquinas y desacreditadas, podrá decirse que nunca ha habido más urgencia en que la oposición tome la sensatez como ordenadora esencial de su conducta. En la cordura la oposición podrá encontrarse en una dirección compartida con adversarios que decidan privilegiar al fin, por encima de dogmas ideológicos esterilizantes, el sentido práctico y común.

Notas recibidas en este certamen alientan un resto de optimismo. Conciernen al grado de solidaridad social en la vida ordinaria de argentinos como Oscar, protagonista de la crónica que obtuvo un primer premio. Oscar tiene 82 años; es viudo, vendedor de maderas. Cuando la pandemia forzó su reclusión Oscar creyó desfallecer. Pensó que habría otros en situación peor y que tal vez pudiera encontrar alivio, haciendo algo por ellos.

En la asociación mutual israelita, AMIA, había gente que se indagaba de igual manera. Con asistencia de psicólogos concibieron un programa: Lebaker. En yidish, lebaker es visitar, estar, acompañar. Oscar se incorporó al programa como uno de los 140 voluntarios de AMIA que dos veces por semana han llamado a trescientos adultos en soledad. Oscar pudo haber sido uno de esos personajes de la literatura universal entregados a doblegar la sensación atroz de la incomunicación. Llevó la felicidad de la palabra, de los relatos de vida, de experiencias y emociones, por la doble vía de la comprensión recíproca y la cultura, no siempre generosa, de escuchar.

Al replicar a diario el papel de Oscar, el periodismo reivindica su derecho a la existencia.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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