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Santa Cruz: un nuevo fenómeno político

En Santa Cruz se fue cocinando una rebelión contra una concepción hegemónica que los considera ciudadanos de segunda. Las manifestaciones expresaron su hartazgo frente a este tipo de humillaciones.Por Alfredo Leuco

¿Qué pasó en Santa Cruz? ¿Cómo fue que el paraíso se transformó de pronto en un infierno para Kirchner? ¿Quién le hizo la cruz a esa tierra ya no tan santa? El Presidente no quiere escuchar ni ver lo que pasa. Se encierra en su malestar y acusa a sus ex vecinos de desagradecidos. Usa la tribuna para estigmatizar a los docentes en lucha: son extorsionadores. En otra provincia tal vez sean ciudadanos que ejercen su derecho a la protesta como parte de las tensiones del crecimiento económico. Pero en Río Gallegos son extorsionadores y desagradecidos.

Es tanta su ira que en la intimidad amenaza con mudarse. Primero a El Calafate y después vaya a saber adónde. Conoce al dedillo a los sufridos habitantes de esa Patagonia, pero ahora los desconoce. Los niega. Los quiso quebrar y ordenó que nadie negociara hasta que no levantaran el paro. La única funcionaria que tuvo una iniciativa racional y dialoguista al declarar la conciliación obligatoria fue expulsada en un par de horas de su cargo.

El gobierno provincial enmudece y se paraliza. Literalmente desaparece. Tiene miedo de enfurecer más al Presidente. La gente en las calles hace todo lo contrario. Grita cada vez más fuerte para que la escuchen y se moviliza. Literalmente reaparece. Ya perdió el miedo porque se siente acompañada por muchos medios de comunicación nacionales. Ya no están solos y desamparados en el centro de ese gigantesco desierto frío.

Algo murió para siempre en Santa Cruz. Algo nació. Los mecanismos autoritarios tradicionales no funcionaron esta vez. Ni el silencio multimedia de Rudy Ulloa Igor, que ignora masivas movilizaciones nunca vistas como si no las viera. Ni el pánico que se apoderaba de muchos periodistas invitados a ser corresponsales.

El Presidente no quiso escuchar ni ver. Se negaba a reconocer que el glaciar que había construido con años de obras públicas, trabajo en el Estado, clientelismo, caudillaje y mano dura estaba crujiendo en sus cimientos.

El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, quiso ver y escuchar, pero no entendió nada. Se preguntó una y mil veces dónde estaba la raíz del problema. Cómo era posible que los docentes mejor pagos de la Argentina hicieran semejante cosa. Se le dijo que el precio de la canasta familiar reducía notablemente el valor de esos sueldos. Se le dijo que si bien eran los más altos del país, eran los sueldos básicos más bajos, con un fin exclusivamente disciplinador y de clara matriz antigremial, que las paritarias están prohibidas por ley del gobernador Kirchner desde 1991, cuando se trata del más elemental instrumento de negociación entre partes. Todo eso proclamaron con claridad en cada manifestación masiva y pacífica que hizo una parte del pueblo santacruceño.

Pero la gran verdad no estaba en ese lugar. Muchas veces la aridez de las cifras no explica la profundidad de los fenómenos políticos. El Cordobazo fue protagonizado por los obreros más calificados y mejor pagos de la Argentina.

El ciudadano no tiene siempre su conciencia en el bolsillo. Tiene otras vísceras más sensibles que la panza. Muchas veces a lo largo de la historia protagoniza epopeyas republicanas que exigen cosas intangibles como el respeto y la verdad, o simplemente quiere ser actor social de los cambios de las reglas del juego institucional y quiere sentarse a la mesa en donde se toman esas decisiones. Quiere participar. Quiere renovar hombres y prácticas corruptas. A su manera, esto hizo el pueblo de Misiones, mucho más pobre que el de Santa Cruz, pero igualmente digno.

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Si uno abre su cabeza para escuchar lo profundo del reclamo de Santa Cruz se da cuenta de que es la expresión de un hartazgo con el sistema de conducción política que fundó Kirchner en el Estado provincial. Absolutamente vertical. Insoportablemente hostil hacia el pensamiento distinto. Con el menor índice de desocupación, es verdad. Pero con el menor índice de ciudadanía. Con el mayor ingreso per cápita. Pero con el mayor nivel de censura de prensa que se recuerde por estas pampas.

Fue tanto el desconcierto y la novedad para el gobierno nacional que Alberto Fernández hacía declaraciones sin percatarse siquiera de lo irritante que es para cualquier hombre del interior que un «porteño» opine desde miles de kilómetros y sin conocer la idiosincrasia de los protagonistas de esta pelea histórica. Cada declaración de Fernández era tomada como un misil provocador. Era tirar más leña al fuego. La presencia de la Gendarmería hizo el resto. Eran apenas 240 gendarmes, pero en Río Gallegos se los ve en cada baldosa. A la vuelta de cada esquina. En todas las escuelas.

En Santa Cruz se fue cocinando una rebelión contra una concepción hegemónica que los considera ciudadanos de segunda. Buenos hospitales y mucho trabajo no alcanzaron. Los hombres, además de salud y alimentación, necesitan sentirse libres.

Esa protesta inédita también reclama pluralismo y libertad de expresión, información certera sobre una justicia que no investiga los atentados con molotov contra los sindicalistas ni las amenazas y que mezcla lealtades partidarias con jefes de policías y de los servicios de inteligencia.

Las manifestaciones expresaron su hartazgo frente a este tipo de humillaciones. Nunca más. Basta de comprobar que no todos son iguales ante la ley. De sentirse disminuidos porque al parecer Kirchner no encontró un santacruceño capaz de gobernar a sus pares y tuvo que seguir gobernando él por teléfono -desde la quinta de Olivos-. Todas estas actitudes generan rechazo. Se acumula un silencio indignado que un día explota. Es un nivel de subestimación y de paternalismo que construye clientes, pero que no construye ciudadanos.

Cualquier habitante de esa comunidad se inquieta porque se da cuenta de que es demasiado casualidad que los grandes negocios con el Estado siempre los ganen las mismas empresas. O que los dos políticos que durante más tiempo acompañaron desde más cerca a Kirchner hayan huido despavoridos de su lado. Durante 8 años Eduardo Arnold fue su vicegobernador y hoy es su opositor acérrimo a punto de asociarse con el radicalismo para darle batalla a Alicia Kirchner. Sergio Acevedo, ex titular de la SIDE y luego gobernador, hoy está exiliado en un silencio que grita honestidad y transparencia.

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No sólo de pan vive el hombre. La política con mayúsculas es mucho más que dar trabajo como una dádiva. Es ayudar desarrollar un nivel de conciencia para transformar las injusticias. Es generar un ámbito sensato de diálogo y consensos entre iguales para enriquecerse con el pensamiento del otro. No es un acto de imposición de mayorías que humilla con la aritmética electoral. Porque el que se siente humillado en algún momento se pone de pie. Hay muchos que dicen que Santa Cruz es la cara anticipada de la Argentina. Que es una cruz que el presidente Kirchner o su esposa deberán cargar sobre sus espaldas.

Por ahora el Presidente encontró dos caminos. Uno bueno que lleva por la negociación que se había negado a abrir desde un principio para no aparecer cediendo frente a la protesta, y que están fogoneando dos ministros de su gabinete. Tarde, pero correcto. El otro es muy malo. Es el de la exageración de las amenazas que todo presidente recibe y el uso de la grave palabra «atentado» para describir el intento de agresión de un hombre claramente desequilibrado sobre el que debe caer todo el peso de la ley.

Las palabras son siempre bienvenidas porque mixturan realidades diversas y tonifican las instituciones.

Las agresiones son siempre malvenidas porque sacan lo peor de cada uno y erosionan los lugares comunes que hay que preservar extirpando las crispaciones. Es la diferencia entre el paraíso y el infierno entre los hombres. La realidad combativa reinventó la advertencia quijotesca. «Ladran, Sancho», en Santa Cruz, ya no significa lo que significaba.

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 8 de mayo de 2007.

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