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«La desigualdad es el mayor desafío para la educación argentina»

Lo dice el catedrático Alvaro Marchesi, impulsor de la reforma en España.Por Silvia Bacher

MADRID.– “América latina tiene que hacer frente a la agenda educativa del siglo XXI, pero, a la vez, todavía tiene que resolver los problemas pendientes de la agenda del siglo XX”, dice Alvaro Marchesi, sentado en su despacho, que está ubicado frente a la estación Canal, del metro de Madrid. “La desigualdad social es el mayor desafío para la educación en la Argentina”, añade.

Desde hace pocas semanas, Marchesi es secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), una agencia intergubernamental cuya acción se centra en los campos de la educación, la ciencia y la cultura en los países de habla hispana. Sucede al argentino Francisco Piñón, que ocupó el cargo los últimos ocho años.

Catedrático de Psicología Evolutiva y de Educación de la Universidad Complutense de Madrid, Marchesi tiene también una extensa trayectoria en gestión educativa. En España ocupó diversos cargos: se desempeñó como director general de Renovación Pedagógica en el Ministerio de Educación y Ciencia, y fue secretario de Estado de Educación durante el gobierno de Felipe González. Tuvo una activa participación en la elaboración de la ley de ordenación del sistema educativo, la elaboración e instrumentación de la ley de ordenación general del sistema educativo (Logse), que extiende la educación básica, obligatoria y gratuita hasta los 16 años e incluye elementos innovadores en cuanto a la estructura del sistema educativo, a la autonomía de los centros y del profesorado en el desarrollo de la currícula y a la exigencia de evaluación del conjunto.

-En las últimas décadas se ha producido en el mundo un profundo cambio social. ¿Cuáles son los desafíos de la educación para las sociedades democráticas al comenzar el siglo XXI?

-Creo que, sobre todo, el desafío radica en reducir las desigualdades. Hay que integrar, crear espacios de convivencia en las escuelas, y no olvidar que la escuela tiene tres objetivos fundamentales que debe mantener siempre presentes: ampliar las capacidades y los conocimientos de los alumnos, favorecer la convivencia, enseñando a vivir con el otro, y desarrollar un sentido de la vida, un sentido de los valores y de la ciudadanía.

-Las transformaciones sociales han modificado la agenda educativa de manera diferente en Europa y América latina. ¿Dónde radican esas diferencias?

-América latina tiene tres particularidades que la diferencian de Europa. La primera es que no es un subcontinente integrado. Hay gran distancia entre los países, por lo que no es fácil establecer parámetros comunes. Entre la Argentina y Brasil y Guatemala y Bolivia hay un abismo. En segundo lugar, América latina tiene que hacer frente a la agenda del siglo XXI, que es la misma que tiene Europa, pero, a la vez, también tiene que resolver los problemas pendientes de la agenda del siglo XX, que, de alguna manera, la mayor parte de los países europeos ya superaron. El analfabetismo, la falta de educación obligatoria y la imposibilidad, en algunos casos, de acceder a la educación, la escasa oferta existente y el gran abandono escolar son temas aún pendientes en América latina. Buena parte de Europa ya no tiene estas deudas. Pero, al mismo tiempo, en Europa y América latina hay que hacer frente a los nuevos retos, las nuevas tecnologías de la comunicación, la globalización, las nuevas formulaciones de la educación, la relación entre la escuela, la sociedad y la vida. El tercer rasgo contrastante es la desigualdad. América latina tiene una profunda desigualdad social y una profunda desigualdad educativa. Estas desigualdades son menores en Europa.

-Con agendas tan asimétricas, ¿es posible establecer una cooperación regional horizontal?

-Es posible si, desde esta lógica, cada país y cada región elaboran sus proyectos pensando en su historia y su tradición y tomando en cuenta las experiencias de otros. Creo que en España ahora también miramos las experiencias latinoamericanas, porque nos vamos convirtiendo, por suerte, en un país más mestizo. Pienso que la presencia de los inmigrantes latinoamericanos nos está enriqueciendo. Estamos percibiendo la realidad de otra manera. Aspiro a que, más que una relación centro-periferia, haya una relación de igualdad, de equilibrio, donde todos aprendamos de todos, donde lo que nosotros estamos haciendo pueda servir. En cuanto a los procesos de aplicación, eso ya es otra historia.

-Pero ¿cómo lograr que la educación llegue a todos si uno de los grandes problemas es el alto índice de deserción escolar?

-Lo primero que tenemos que ver es por qué muchos jóvenes abandonan la educación y atacar ese problema en el origen. Puede ser por falta de recursos, por falta de apoyo familiar o porque la escuela no les dice nada, porque es muy clásica, muy tradicional, muy aburrida. O porque las condiciones para enseñar en las escuelas no son las adecuadas: demasiados alumnos, pocos medios interesantes, poca relación con el entorno. El eje transversal de nuestra actividad es trabajar con los grupos sociales más vulnerables. Si no lo hacemos de inmediato, el riesgo de conflictos, de tensiones y de enfrentamientos será mayor. Pero, por encima de toda otra argumentación, es preciso enfrentar este mal para hacer justicia a las posibilidades equitativas que deben tener las personas.

-Hay quienes le atribuyen la paternidad de la ley española que reformó el sistema educativo después del franquismo y fue abrevadero de las reformas educativas latinoamericanas de la década del 90. A casi dos décadas de su instrumentación, ¿qué modificaciones le introduciría, a partir de los últimos cambios sociales?

-La ley de ordenación general del sistema educativo fue una gran ley que tuvo aspectos no aceptados o que no funcionaron del todo bien. Lo cierto es que después de 17 años se mantienen sus ejes fundamentales. ¿Qué ha sucedido desde 1990 que me llevaría a modificar algunas cuestiones? Primero, la sociedad española cambió mucho. La presencia de los inmigrantes es un dato que no se tuvo en cuenta en la Logse. En segundo lugar, la sociedad de la información trajo grandes cambios. Eso tampoco se tuvo en cuenta en la ley. Y en tercer lugar, y lo más importante, ahora yo no haría una ley tan escolar. Es una ley pensada para el funcionamiento del sistema educativo, pero sin tener en cuenta lo suficiente algo que para mí se ha convertido en estos años en una convicción profunda: que la educación y el cambio educativo exigen un proyecto social. Por lo tanto, exigen el acompañamiento de otras iniciativas y de otros poderes públicos, sin los cuales los objetivos educativos atribuidos sólo a la escuela difícilmente puedan cumplirse. Hoy hablaría del papel de la familia, del papel de los medios de comunicación, del papel de los ayuntamientos, de los municipios, de la sociedad civil, de los centros de salud, de los recursos públicos. En fin, del papel de otros agentes que deben tener también perspectivas educadoras y que deberían ser contemplados así en una ley de educación. Esto no se hizo así. En aquel entonces estábamos más preocupados por las escuelas y su funcionamiento. Hoy el mensaje que enviaría es que o comprometemos al conjunto de la sociedad en la acción educadora o difícilmente desde las solas fuerzas de la escuela conseguiremos los supuestos debidos, por bien que la ley funcione.

-En la región existe una fuerte demanda de cooperación, pero los recursos son escasos. ¿Qué se puede hacer en este contexto?

-La previsión que tenemos es centrar nuestra actividad en objetivos prioritarios muy bien delimitados y apoyar las políticas públicas que cada país se proponga desarrollar. Vamos a invitar a los mejores expertos iberoamericanos. Pondremos en marcha centros de innovación, de apoyo a los ministerios de Educación en los distintos países. Y, finalmente, financiaremos encuentros para reflexionar sobre quiénes somos, qué políticas hacemos, cómo extendemos una visión iberoamericana.

-Me interesaría conocer su opinión respecto del panorama educativo y cultural argentino. ¿Puede ser la Argentina un referente para la región?

-Tengo la visión de que la Argentina es una potencia cultural y educativa. Su historia es de una riqueza enorme. Ha habido una crisis profunda, que ha generado una sensación de mayores dificultades que las esperadas, y que, desgraciadamente, no ha permitido reducir la brecha entre los distintos sectores sociales. Esto hace que la desigualdad sea uno de los problemas más serios del país. La Argentina tiene la responsabilidad de influir en la región, de estar presente, porque tiene fuerza para ello.

-Llega a una agencia de cooperación con cincuenta años de historia y fuerte presencia latinoamericana. ¿Cuál es la impronta que quiere dejar?

-Voy a insistir en que la OEI se convierta en el referente educativo y cultural de los países latinoamericanos. Que sea una institución sólida, vertebrada, con equilibrio financiero. Que aglutine a los mejores expertos y pensadores del mundo iberoamericano y que esté al servicio de los países. Y que al aglutinar pensamientos e ideas importantes se fortalezca la organización. Me daría por satisfecho si al final de este proceso conseguimos que esa percepción iberoamericana esté más presente, con un clima de respeto mutuo, de solidaridad, de ver que los demás también tienen derecho a tener otras visiones de la realidad, pero que juntos formamos un producto común.

Por Silvia Bacher

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 7 de marzo de 2007.

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