Por Rodolfo Zehnder.- Casi ninguna nación se ha visto privada de una derrota militar, ya sea en batallas o en guerras. Naciones poderosas como Estados Unidos en Vietnam, o Francia en Indochina, por citar sólo dos ejemplos modernos, así lo atestiguan. El desafío es tratar de que tales derrotas no alteren demasiado el ánimo en la consecución de objetivos que se creen nobles, al punto de dejarlos de lado resignadamente. La resignación, en este aspecto, es el pasaporte del fracaso, y con él el de la frustración.
Valga esta inicial reflexión para analizar lo ocurrido con la derrota militar argentina el 14 de junio de 1982, en este día tan especial de reafirmación de nuestros derechos soberanos. Amén de lo incomparablemente trágico que la pérdida de vidas humanas siempre connota, el caudal negativo de la derrota aumenta si se repara en el hecho de que, en la cuestión Malvinas, hemos retrocedido bastante a partir de la ignominiosa y equivocada pretensión de recobrar por las armas lo que nos había sido arrebatado en 1833: la victoria, a veces, sí otorga derechos, mal que nos pese.
En efecto, la decisión de dirimir el conflicto por la fuerza demostró ser evidente y fatalmente errónea. No se tuvo en cuenta, ni la falta de paridad de las fuerzas a enfrentar, ni el tablero mundial de alianzas y compromisos. Es un desatino creer que hubiéramos podido ganar la guerra de no haber sido por el apoyo de EE.UU. y el casi nulo apoyo de nuestros “hermanos” latinoamericanos (a excepción de Perú). En todo caso, sin tal previsible (salvo para nuestro Gobierno de entonces) apoyo, se hubiera prolongado la agonía. Fue un desatino mayor creer en la neutralidad de EE.UU., ignorando su histórica y férrea alianza con el Reino Unido; y la prescindencia de la entonces Unión Soviética. Se ignoró el mapa mundial, el juego de alianzas y compromisos, la distribución de fuerzas militares y económicas. Era la crónica de una muerte anunciada, al decir de García Márquez.
Pero otra consecuencia muy grave -amén de la innecesaria pérdida de vidas- fue el hecho de quedar mal posicionados luego de la derrota. Veamos por qué: 1) Los kelpers pasaron a ser, de habitantes de ultramar o ciudadanos de segunda categoría, a ciudadanos de primera categoría, con los mismos derechos que cualquier otro súbdito británico. 2) Dichos habitantes se convirtieron en uno de los pueblos de mayor ingreso per cápita del mundo, merced al boom de las licencias de pesca. 3) Se aceleró la investigación sobre otras riquezas malvinenses, como el petróleo. 4) Se hizo de las islas una fortaleza militar: un nuevo aeropuerto, defensas sofisticadas, y 2.000 soldados que igualan la cantidad de habitantes civiles (de varios países, salvo argentinos). 5) Se acrecentó el rol de “convidado de piedra” de nuestro país en la explotación de los recursos naturales. 6) Se abortó por completo todo proceso de negociación con el Reino Unido, a pesar de las contínuas recomendaciones de Naciones Unidas.
Algunos pocos elementos positivos pueden contabilizarse en el balance; una mayor conciencia mundial de que el problema existe y subsiste; una mayor convicción de que deben terminarse todas las formas de colonialismo, de lo cual Malvinas es un caso especialísimo. Poco, en realidad, si se lo compara con lo que hemos perdido y el descomunal retroceso de nuestra pretensión.
De todos modos, vale redoblar los esfuerzos para lograr el ansiado objetivo, permanente e irrenunciable, expresamente señalado en la Constitución Nacional: la recuperación de Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y sus espacios marítimos e insulares (Primera Disposición Transitoria, según Constitución Nacional reformada en 1994). Los caminos para lograrlo pueden diferir -hemos intentado todos: política de seducción con los isleños, enfrentamiento…-, pero sólo uno parece a esta altura insoslayable: intensificar los esfuerzos diplomáticos, la vía pacífica. No otra vía le cabe a un país periférico como Argentina, lejos de los centros de poder mundial, y en permanente declinación desde mediados del siglo XX. Asumirse como tal es imperioso: la realidad es como es; y nunca debería ser triste la verdad: “Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio” (Antonio Machado). Pero queda claro -y esto sí es un desafío- que difícilmente pueda el objetivo dar frutos si se parte en la mesa de negociación de una postura o realidad económica e institucional endebles, como la que viene teniendo Argentina desde hace décadas. Economía y política van fatalmente unidas.
Mientras tanto, se debe superar el proceso de des-malvinización, graficado en el escaso interés y supino desconocimiento de las generaciones más jóvenes en la cuestión más importante de nuestra política exterior. Como siempre, el árbol tapa el bosque, lo urgente se convierte en lo único necesario, y los anhelos más profundos quedan postergados sin plazo, esperando que algún día, por arte de magia, se den las “condiciones ideales”. Esas que nunca llegan en el devenir de los pueblos.
El autor es miembro del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, de la Asociación Argentina de Derecho Internacional y del Centro de Estudios Internacionales de la UCSE-Rafaela-Observatorio Malvinas. Fuente: https://diariocastellanos.com.ar/