Por Sebastián Riestra.- Si los argentinos tuvieran que responder a la pregunta “¿cuál es el libro que mejor los representa como país?” difícilmente se pueda dudar de que muchos contestarán: “El Martín Fierro”.
La obra en verso que el poeta y periodista José Hernández (1834-1886) publicó en 1872, y que cuenta la historia de un gaucho matrero, se convirtió velozmente en un auténtico emblema nacional. Múltiples ediciones la erigieron como un clásico insoslayable y un texto de cuyo sentido no hay espacio ideológico que no quisiera –y aún quiera– apropiarse.
Un reciente y notable libro compilado por el rosarino Juan José Giani –quien también participa como autor– vuelve a poner sobre el tapete tan simbólica obra, a partir del despliegue de nombres de intelectuales de relevancia en el escenario local y nacional. Auspiciado por La Capital –de la que Hernández fue un columnista clave–, El mito gaucho estará en todos los kioscos de la ciudad a partir del domingo próximo.
En diálogo con Cultura y Libros, Giani dio detalles del surgimiento y concreción de un proyecto que sorprende por su ambición y hondura.
–Juan, ¿por qué el Martín Fierro como eje de un nuevo libro? ¿No es volver a transitar una senda que ya se ha recorrido demasiado?
–Justamente el punto a interrogar es la insistencia con que la vida política e intelectual argentina ha retornado a ese texto. Esa inquietud motiva esta iniciativa. Rastrear qué extraña atracción tiene la obra, un imán cultural que incesantemente parece entregar nuevas perspectivas. Libros notables ha habido muchos y sin embargo ninguno tan nutritivo como el Martín Fierro. Dos datos podrían parcialmente argumentar ese impacto. Su peculiar discursividad (sentenciosa, con una estructura poética impecable) y su repercusión (pues rápidamente capturó a un público masivo, especialmente gaucho, ávido por conocerlo). Es una aproximación al enigma, aunque insuficiente.
–Me gustaría saber cómo fue el proceso de armado de la obra, por cierto voluminosa y en la que participa un destacado grupo de intelectuales, de indiscutible relevancia.
–Esto comienza con un Coloquio que organizamos con nuestro Centro de Estudios del Pensamiento Argentino (Cepa) en la Facultad de Humanidades y Artes. El evento resultó un éxito, tanto en concurrencia como en calidad de las exposiciones. Había que aprovechar ese material. Hablé con el editor, Esteban Mestre, y tuve una rápida aceptación. Quiero destacarlo especialmente, pues su participación para que esto fuese posible es enorme. Por lo demás, pusimos especial atención en que concurriesen para el análisis distintas disciplinas (la filosofía, la historia, la crítica literaria, el cine, la ciencia política). Yo defino al Martín Fierro como una antropología de la patria, y su abordaje requiere múltiples miradas. Y desde el punto de vista político la convocatoria fue plural, desde la tradición nacional-popular hasta las izquierdas, pasando por visiones más apegadas a las lógicas de la academia.
–¿Creés que el Martín Fierro es leído en la medida que se merece?
–No me atrevo a contestar esa pregunta. De lo que no tengo dudas es de que debe fomentarse su lectura. Parto de la hipótesis de que hay un conjunto de libros sin los cuales no se entiende la Argentina. El Facundo de Sarmiento, las Bases de Alberdi, Conducción política de Perón, por citar algunos. Pero a la cabeza está el Martín Fierro. No hay proyecto fecundo de nación sin una estrategia de autoconocimiento, y eso transita por los grandes textos de nuestra cultura. Y agrego algo significativo; mucho refranero popular que utilizamos asiduamente proviene de este libro, pero no hay plena conciencia de ello. Son como verdades anónimas que articulan nuestra existencia. Y por último, hay una inclinación a creer que el motivo gaucho es puro arcaísmo. Pero cuidado con eso. Fenómenos de intensa religiosidad popular como el del Gauchito Gil demuestran que hay nervaduras culturales que permanecen muy activas.
–En la contratapa del libro se dice algo que es tan certero como sorprendente: del Martín Fierro bebieron corrientes de pensamiento no solo diversas, sino profundamente enfrentadas, desde Lugones a los anarquistas, desde Borges al peronismo de izquierda. ¿Por qué?
–Tal cual, eso es impresionante y habilita la apelación a la figura del mito. Un significante que paulatinamente se emancipa de su significado, o dicho de otra manera, una obra que organiza la vida de un pueblo pero con sentidos siempre abiertos. Con Martín Fierro pasa en un punto algo parecido al Facundo. Surgen como textos destinados a intervenir dramáticamente en la coyuntura política, y no obstante quedan establecidos como explicaciones perdurables de las encrucijadas de una nación. Eso en algún sentido lo intuye Lugones e inicia una saga inagotable. La Argentina circula allí, solo que entregando señales que habilitan desde la filosofía de la amistad de Jorge Luis Borges hasta el socialismo nacional de Fernando Solanas.
–También en esa contratapa se alude a la Argentina como “una nación que aún rastrea su destino”. Me gustaría que profundizaras ese concepto.
–Es una gran pregunta que respondería así: en 1948 se escriben dos grandes interpretaciones de la obra de Hernández. Son El mito gaucho, de Carlos Astrada, y Muerte y transfiguración de Martín Fierro, de Ezequiel Martínez Estrada. El primero, entusiasmado con el peronismo, postula una épica de la nación abastecida por el ethos gaucho. El segundo, abrumado por las patologías que observaba en el régimen, elabora una visión trágica de la patria. Una suerte de condena étnica que solo anuncia fracasos. Nuestro país, con relativa independencia de coyunturas políticas, ha pendulado en torno a esa tensión. Cómo mantener viva una épica sin caer en una fatua autoestima y cómo enarbolar un espíritu crítico sin sucumbir a las impotencias del pesimismo. De eso se trata.
–El libro va a ser distribuido a partir del domingo próximo. ¿Cómo surgió la hermosa idea de llevar la obra a los kioscos, para que tenga llegada a mucha más gente?
–Por historia personal y por formación política siempre me interesó ligar la tarea intelectual con las demandas de la época, el esfuerzo teórico con la idiosincrasia de la comunidad a la que pertenezco. Este libro era una excelente oportunidad para continuar en esa dirección, buscando un mecanismo de acceso al material más fluido y popular. Además este trabajo cuenta con una importante cantidad de autores rosarinos y fue llevado a cabo por una editorial de nuestra ciudad. Es un emprendimiento realmente muy valioso, que combina calidad intelectual y accesibilidad para un lector no necesariamente familiarizado con el tema.
Las plumas
En orden alfabético, la lista de autores que participaron de El mito gaucho. Derivaciones del Martín Fierro está integrada por Omar Acha, Ezequiel Adamovsky, Leandro Arteaga, Gustavo Battistoni, Hernán Brienza, Analía Capdevila, Matías Emiliano Casas, Laura Catelli, Hugo Chumbita, Guillermo David, Graciela Ferrás, Juan José Giani, Horacio González, Sara J. Iriarte, Ramiro Lago, Martín Lavella, Fabricio Loja García, María Pía López, Gerardo Oviedo, Agustina Prieto, Roberto Retamoso, Ana Lía Rey, Eduardo Rinesi, Matías Rodeiro, María Beatriz Schiffino, Julio Schvartzman, Francisco Tanzi, Eduardo Toniolli y Roy Williams.
El gaucho nacional y popular
Por Pedro Brienza (fragmento de un texto incluido en El mito gaucho)
Como no podía ser de otra manera, esa multiprocesadora de nacionalismos que fue y es el peronismo, también resignificó al Martín Fierro. Horacio González relata en Restos pampeanos cómo Carlos Astrada, ya en su paso por el peronismo y previamente a su proceso final de maoización, tras 1955, filosofa sobre El mito gaucho. Escribe González: “Para Astrada está claro que la transformación del mito ocurre para dar vida a distintas etapas de la empresa liberacionista argentina. El gaucho es «el poseedor del oro pampeano, pero no ciertamente de los trigales». Lo es porque «es el insobornable guardador del numen germinal de la nacionalidad». De este modo este gauchesco guardián del ser mantiene en su memoria la linfa prístina del mito «a la espera del vate que interpretando anónimos rapsodas lo hiciese brillar ante la mirada extraviada o dormida de los argentinos». La política nacional quedaba cifrada en una poética tanto como en una geodemografía estatalista. Y los amuletos de esa actitud descansaban en el verbo arcano del gaucho, que era un conato creador en medio de la inestabilidad de la vida política. No hay que sorprenderse entonces si Martín Fierro prefigura en sus actos el karma de los argentinos”.
Hacia el final del apartado Mitos, González reproduce unas palabras significativas de El mito gaucho: “En un día de octubre de la época contemporánea bajo una plúmbea dictadura castrense, día luminoso y templado, en que el ánimo de los argentinos se sentía eufórico y con fe renaciente en los destinos nacionales, aparecieron en escena los hijos de Martín Fierro… venían desde el fondo de la pampa decididos a reclamar y a tomar lo suyo, la herencia de justicia y libertad ligada por sus mayores”.
La puerta estaba abierta. Marechal sólo tenía que abrirla y ponerse a reconstruir “peronísticamente” los simbolismos del Martín Fierro. Así lo hizo en el segmento radial “La conferencia de hoy”, emitido en 1955 por LRA Radio del Estado, apenas un tiempo antes del golpe de Estado de septiembre de ese mismo año.
El autor de Adán Buenosayres no oculta su intención de retomar la discusión en el lugar donde la dejaron Lugones, primero, y luego Astrada. Plantea que analizará la obra como “paradigma de una raza o de un pueblo en la manifestación de sus potencias íntimas, en la imagen de su destino histórico. Las grandes epopeyas clásicas están en esa línea o en ese linaje de obras. ¿El poema de José Hernández tiene, por ventura, esa capacidad de trascendencia?”. La pregunta ya está respondida de antemano, para Marechal el Martín Fierro implica “el arte de ser argentinos y americanos”.
Párrafos después comienza a desmalezar la cuestión: el mensaje del Martín Fierro “va dirigido a la conciencia nacional (…) Porque la nación, desgraciadamente, no se ha iniciado bien en el ejercicio de su libertad recién conquistada. Y no se ha iniciado bien, porque en los primeros actos libres de su albedrío, ha comenzado ella la enajenación de lo nacional en sus aspectos materiales morales y espirituales. Esto que podríamos llamar una «tentativa de suicidio precoz», iniciado por el ser nacional en la segunda mitad del siglo XIX”. (…) Martín Fierro es un mensaje de alarma, un grito de alerta, un acusar el golpe, nacido espontáneamente del ser nacional en su pulpa viva y lacerada, en el pueblo mismo, el de los trabajos y los días”.
Marechal intenta resignificar la operación cultural de Lugones. Intenta arrebatarle el arquetipo gaucho –valga la ironía– al nacionalismo oligárquico y transformarlo en un arquetipo del nacionalismo popular: Fierro es un gaucho retobado pero es “un estado del alma nacional en el punto más dolorido de su conciencia”.
Con un lenguaje agónico, y agonista al mismo tiempo, parafrasea a Miguel de Unamuno en su libro Del sentimiento trágico de la vida, cuando el autor vasco ensaya la teoría de que un pueblo que quiere ser otro, en realidad no está queriendo ser, es decir, va directo a la posibilidad de un suicidio colectivo. Marechal reconoce en la identidad/identificación un signo vital de los pueblos y las naciones. Y se mete de lleno en la discusión política sobre las simbologías literarias. Fierro es así lo dislocado, lo
que perturba el progreso civilizatorio. Es el hecho maldito del país oligárquico. Es la tradición que cuestiona el “estilo” moderno. “Es el hombre de la lealtad… a la esencia de su pueblo, al estilo de su pueblo, al ser nacional amenazado y confundido”, según el autor del Adán.
Fierro lucha contra ese estilo. “Es el símbolo de todo un pueblo que, súbitamente, se halla enajenado de su propia esencia y, por lo mismo, hurtado a las posibilidades auténticas de su devenir histórico (…) Es el ente argentino quien lucha en él. Pero es derrotado al fin, y el estilo invasor contra el cual peleaba lo induce a refugiarse en el desierto”. Ese desierto es la imagen de la privación, la penitencia, la purificación de la pena que anuncia, dialécticamente, la vuelta del héroe. Y ese regreso tiene, según Marechal, un destino misional. Luego de citar los versos de Hernández que rezan: “Mas Dios ha de permitir/ que esto llegue a mejorar,/ pero se ha de recordar/ para hacer bien el trabajo,/ que el fuego, pa calentar,/ debe ir siempre por abajo”, Marechal concluye: “Trabajar por abajo, en el humus autentico de la raza, con la raíz hundida en sus puras esencias tradicionales, he ahí la metodología de su acción futura. Porque el humus de abajo siempre conserva la simiente de lo que se intenta negar en la superficie”. No sin un dejo de esperanza milenarista, Marechal cuestiona a la modernidad y al progreso desde el fondo de los tiempos, desde las tradiciones ocultas, desde ciertos esencialismos nunca terminados de reconocer ni de definir. Esta frase es fundamental para reflexionar sobre el pensamiento de Marechal respecto del arquetipo de Martín Fierro, pero sobre todo para comprender su búsqueda en Megafón, su propio arquetipo.
El gaucho y el bandolero
Por Hugo Chumbita (fragmento de un texto incluido en El mito gaucho)
El mito gauchesco es uno de los nudos de la identidad argentina, que está en los orígenes de la literatura nacional y ha ocupado muchas páginas historiográficas, de análisis antropológico e incluso de reflexión filosófica. También podemos verlo como una expresión particular de la cultura campesina universal, en la que desde tiempos remotos se han dado fenómenos comparables, aunque este asunto tiene ciertas aristas polémicas. Al interpretar nuestra realidad americana en el bastidor del panorama mundial, existe el riesgo de incurrir en un punto de vista “colonizado” que tiende a ver sólo epifenómenos, meras proyecciones del euromundo central, y por otro lado, los enfoques comparativos proporcionan elementos sugerentes para la interpretación histórica que requieren una cuidadosa evaluación de afinidades y diferencias.
Creo que resulta interesante en tal sentido comentar algunos problemas que se presentaron en mis indagaciones sobre los bandoleros legendarios en nuestro país, con respecto a la saga gauchesca en la que se inscribía la percepción popular de su recorrido y el marco teórico de discusiones en torno a la tesis del bandido social de Eric Hobsbawm.
Gauchos, campesinos y neogauchos
Por de pronto, la condición del gaucho, variable en el tiempo, requiere algunas precisiones. El gaucho, tal como aparece “sin ley ni rey” en las crónicas de Félix de Azara, en el retrato del “gaucho malo” del Facundo y sobre todo en la magnífica recreación del Martín Fierro, es un marginal, un perseguido por la justicia, que reniega del orden imperante. Su figura atraviesa la historia nacional desde la época de la colonia, con los “hombres sueltos” de cualquier procedencia, cazadores ecuestres del ganado cimarrón de las llanuras, que cayeron en la ilegalidad debido al proceso de privatización del ganado y la tierra.
La contribución de los gauchos en las guerras de la independencia les granjeó el reconocimiento de los patriotas, e incluso su modo de vida y su habla inspiraron el surgimiento de la literatura gauchesca. No obstante, su proliferación contrariaba los intereses de los estancieros y motivó la legislación de “vagancia” que exigía la papeleta de conchabo, bajo pena de prisión o servicio en la frontera; y además, su participación en las insurgencias montoneras y su adhesión a los caudillos federales motivó el temor y la condena como “bárbaros” que reflejan los textos de Sarmiento.
El apelativo de gauchos se hizo extensivo al conjunto de los pobladores rurales, aunque en rigor correspondía a un tipo de jinete diestro con los caballos, el facón y el lazo o las boleadoras, cuyo código de vida era esencialmente el ejercicio de la libertad: libertad del poder estatal y de las formas de compulsión laboral. En tiempos del ocaso de su reinado en las pampas, los personajes reales novelados por Eduardo Gutiérrez –Juan Moreira, Hormiga Negra, Pastor Luna, los Barrientos?, así como otros que campearon en diversas latitudes del interior –el Gato Moro, el gaucho Lega, José Dolores, el roto Cubillos? dejaron una huella indeleble con sus aventuras desafiantes, que les aseguraban la admiración y la solidaridad de los pobres del campo.
Ahora bien, no todos los gauchos incurrían en el delito ni eran perseguidos por las autoridades. Muchos no fueron abigeos ni salteadores, ya que podían vivir de otras formas de caza o pesca legalmente admitidas, como los mariscadores del litoral, los zorreros y cazadores de ñandúes, o también desempeñar oficios temporarios independientes como los domadores, baqueanos y arrieros. Las investigaciones del historiador Carlos Mayo y otros mostraron la diversidad de ocupaciones estacionales que proporcionaban medios de vida a los habitantes de la campaña bonaerense. Seguramente entre ellos podían encontrarse sujetos de avería, indeseables para los estancieros y el conjunto de la población. Pero, así como para la policía y los comandantes siguió siendo durante mucho tiempo un delincuente presunto, real o potencial, ante los campesinos el matrero gozaba del prestigio que le conferían sus destrezas y las virtudes del coraje y la insumisión ante la odiosa autoridad.
Por cierto, aunque hasta hoy subsisten algunas ocupaciones tradicionales y costumbres en las que sobreviven rasgos de la existencia libre y errabunda de antaño, los gauchos se fueron convirtiendo en trabajadores asalariados, perdiendo de tal manera su altiva independencia. Contrastando con el gaucho rebelde, se ha repetido que el personaje de Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes ilustra la visión patronal ante la condición del mismo “amansado” como peón, aunque creo que mejor ejemplo es el de la pieza teatral “Calandria” de Martiniano Leguizamón, sobre las peripecias de un famoso matrero entrerriano salido de las montoneras federales, Servando Cardoso, a quien al final de la obra el autor presenta regenerándose como un alegre trabajador, cuando en realidad lo mató la policía .
De aquí parte asimismo una dualidad en la imagen mítica del gaucho: el carácter rebelde que rescataron sobre todo los anarquistas, desde la revista Martín Fierro y las vibrantes verseadas de los payadores libertarios, frente a las celebraciones que se ciñen a sus habilidades ecuestres, o enaltecen su fidelidad al patrón y a las tradiciones desde la visión conservadora o del nacionalismo de derecha.
El mito gaucho, propalado por el folletín, el circo criollo e incluso las devociones de la religiosidad popular, impregnó la cultura rural y continuó siendo la referencia de las posteriores andanzas de algunos asaltantes que aparecían cada tanto en el medio campe- sino de cualquier región, alcanzando fama como vengadores de los pobladores humildes ante la prepotencia del poder. En el siglo XX cambia el escenario, las tierras fértiles han sido apropiadas, los medios de transporte automotor y los ferrocarriles van desplazando a los caballos, y cunden las armas de fuego. El jinete errante perseguido por la policía roba para subsistir, ahora usa el Winchester en vez del facón, se mueve en un ambiente más complejo, y el teatro de sus andanzas se desplaza sensiblemente hacia los territorios “de frontera”, donde la vigencia del aparato del Estado es más débil. Algunos merecerán la gratitud de los paisanos por sus gestos de generosidad, por su capacidad para burlarse de los perseguidores y por las hazañas reales o imaginarias que se les atribuyen.
Su aureola legendaria resalta en ellos las añejas virtudes de los gauchos. Los versos y canciones de los compositores populares son ilustrativos al respecto: “Esta es la historia de un gaucho bueno / que su destino lo castigó” reza el más difundido chamamé dedicado a Mate Cocido, alias de Segundo David Peralta, célebre pistolero que en la década de 1930 se convirtió en el azote de las empresas acopiadoras del Chaco, que a menudo se movía en automóvil y aparece en las fotos del prontuario vistiendo traje cruzado y corbata. Las milongas y estilos sureros evocan también la vida y la muerte de Juan Bautista Vairoleto: “su figura es la que hoy vino / mi inteligencia a alumbrar, / y al quererlo aquí plasmar / como gaucho de valía…”; hijo de agricultores piamonteses, se desgració por batir a un policía y labró su fama de justiciero en los montes y travesías de las pampas centrales, donde un compañero de sus años juveniles en Colonia Castex nos contó con qué afición leían entonces aquellos libritos que relataban las hazañas de Juan Cuello o Juan Moreira. El vasco Eusebio Zamacola, que emigró muy joven desde el otro lado del océano y formó una banda con Mate Cocido en el Chaco, vinculado con los anarquistas, purgó en la cárcel sus delitos estudiando contabilidad y se transformó en su madurez en un respetado administrador obrajero. Años más tarde, en la década de 1960, la misma zona se conmovió por las audacias de Isidro Velázquez, “el Vengador”, no menos celebrado en el folklore regional, de cuyas resonancias recogió versiones en una visita a nuestro país el historiador inglés Eric Hobsbawm.
Fuente: https://www.lacapital.com.ar/ Colaboración de Lucio Barindelli de Rafaela.