“Somos curados por las llagas de Cristo. A la luz del Señor resucitado, nuestros sufrimientos se transfiguran”. Con con esta certeza, el papa Francisco concluyó su Mensaje pascual con la bendición Urbi et Orbi, en el que enumeró algunas fatigas y dificultades que caracterizan el mundo de hoy.
La esperanza de la Pascua para los enfermos de Covid, los pobres marcados por la crisis económica, los jóvenes, los inmigrantes. Francisco mencionó a varios países, entre ellos: Haití, Myanmar, Siria, Yemen, Libia, Líbano, Jordania, Israel, Palestina, Irak, Nagorno Karabaj, Ucrania oriental, Sahel, Tigray y Cabo Delgado.
Sin nombrar a ningún país en particular, el pontífice recordó todos los lugares donde la libertad religiosa es pisoteada.
“El anuncio de la Pascua -recordó el pontífice- no muestra un espejismo, no revela una fórmula mágica ni indica una vía de escape frente a la difícil situación por la que estamos atravesando. La pandemia todavía está en pleno curso, la crisis social y económica es muy grave, especialmente para los más pobres; y a pesar de todo –y es escandaloso– los conflictos armados no cesan y los arsenales militares se refuerzan.
La esperanza que no defrauda
Ante esto, o mejor, en medio a esta realidad compleja, el anuncio de Pascua recoge en pocas palabras un acontecimiento que da esperanza y no defrauda: “Jesús, el crucificado, ha resucitado”.
No nos habla de ángeles o de fantasmas, sino de un hombre, un hombre de carne y hueso, con un rostro y un nombre: Jesús, el Crucificado, no otro, es el que ha resucitado. Dios Padre resucitó a su Hijo Jesús porque cumplió plenamente su voluntad de salvación: asumió nuestra debilidad, nuestras dolencias, nuestra misma muerte; sufrió nuestros dolores, llevó el peso de nuestras iniquidades. Por eso Dios Padre lo exaltó y ahora Jesucristo vive para siempre. Es el Señor”.
El pontífice recordó que “Cristo resucitado es esperanza para todos los que aún sufren a causa de la pandemia, para los enfermos y para los que perdieron a un ser querido”.
El Papa exhortó a “combatir la pandemia”, especialmente con “el internacionalismo de las vacunas”, es decir, con un esfuerzo mancomunado de la comunidad internacional “para superar los retrasos en su distribución y para promover su reparto, especialmente en los países más pobres”.
Luego habló de Haití y mencionó la tremenda situación económica que atraviesa ese país: recordó a los que “perdieron el trabajo”, un hecho que se ha agravado por la pandemia, y pidió a “las autoridades públicas que brinden » la ayuda imprescindible para un sustento adecuado” de las familias más necesitadas.
El Papa también invocó la esperanza de Cristo para los jóvenes, “que se han visto obligados a pasar largas temporadas sin asistir a la escuela o a la universidad, y sin poder compartir el tiempo con los amigos”.
Asimismo, pidió esperanza para los jóvenes de Myanmar (Birmania), “que están comprometidos con la democracia, haciendo oír su voz de forma pacífica, sabiendo que el odio sólo puede disiparse con el amor”.
Francisco reclamó “signos concretos de solidaridad y fraternidad humana” para las personas que emigran “huyendo de la guerra y la miseria”; agradeció a tantos países que alojan a esta personas, y mencionó especialmente a Jordania y al Líbano. Sobre esta última nación, que atraviesa una difícil crisis política, expresó su deseo de que reciba el apoyo de “la comunidad internacional en su vocación de ser una tierra de encuentro, convivencia y pluralismo”.
El Papa imploró al Señor que conceda “paz y seguridad para los israelíes y palestinos (para que puedan convivir en “dos Estados” vecinos); al referirse a Irak, país que visitó el mes pasado, pidió “que se realice el sueño de Dios de una familia humana hospitalaria y acogedora para todos sus hijos”.
Francisco también rogó para que callen las armas y se inicie la reconstrucción en la “querida y atormentada Siria”, en Yemen y en Libia.
Al rogar por los pueblos africanos marcados por el terrorismo –en particular, Sahel, Nigeria, Tigray y Cabo Delgado– el Papa pidió que “continúen los esfuerzos para encontrar soluciones pacíficas a los conflictos, en el respeto de los derechos humanos y la sacralidad de la vida, mediante un diálogo fraterno y constructivo, en un espíritu de reconciliación y solidaridad activa”.
Seguidamente pidió la ayuda del Señor para “vencer la mentalidad de la guerra”, y que inspire “a los líderes de todo el mundo para que se frene la carrera armamentista” y para que se proceda a la liberación de los prisioneros de los conflictos, “especialmente en Ucrania oriental y en Nagorno-Karabaj”.
Recordando que hoy se conmemora el Día Mundial contra las minas antipersona, el Papa exclamó: “¡Cuánto mejor sería un mundo sin esos instrumentos de muerte!”
Francisco no se olvidó de los países donde se pisotea la libertad religiosa. Sin nombrar a ninguno en particular, dijo: “Queridos hermanos y hermanas: También este año, en diversos lugares, muchos cristianos han celebrado la Pascua con graves limitaciones y, en algunos casos, sin poder siquiera asistir a las celebraciones litúrgicas. Recemos para que estas restricciones, al igual que todas las restricciones a la libertad de culto y de religión en el mundo, sean eliminadas y que cada uno pueda rezar y alabar a Dios libremente”.
“En medio de las numerosas dificultades que atravesamos –concluyó- no olvidemos nunca que somos curados por las llagas de Cristo. A la luz del Señor resucitado, nuestros sufrimientos se transfiguran. Donde había muerte ahora hay vida; donde había luto ahora hay consuelo. Al abrazar la Cruz, Jesús ha dado sentido a nuestros sufrimientos. Y ahora recemos para que los efectos beneficiosos de esta curación se extiendan a todo el mundo. ¡Feliz Pascua a todos! +
» Texto completo del mensaje y bendición Urbi et Orbi
Fuente: https://aica.org/