¿Quién le aconsejó al Presidente que debía firmar una dura carta al Banco Mundial contra el crédito a la empresa Botnia? Sea quien fuere -y ciertamente no se sabe quién fue-, debería estar hoy fuera del Gobierno. No se puede someter a un presidente a semejante desaire, como tampoco se puede seguir colocando al país en el centro de estrategias perdidosas.
Hay que decir las cosas tal como son: es imposible imaginar una solución posible para la controversia con Uruguay mientras la política exterior se resuelva con los ojos puestos en las intransigencias de Gualeguaychú. Kirchner detesta la sola idea de que lo llamen «traidor» en la ribera entrerriana y nadie ha hecho un trabajo serio para separar el fanatismo ideológico de la mayoría social, seguramente sensata, de Gualeguaychú.
La Argentina ya ha perdido de manera aplastante en el tribunal de La Haya y en el Banco Mundial; también recibió una advertencia del tribunal arbitral del Mercosur. En La Haya y en Washington, donde está la sede del Banco Mundial, sólo el voto de la Argentina encontró razonable la posición de la Argentina. El resto del mundo, incluidos los países europeos y los Estados Unidos, votó contra la posición del gobierno nacional. ¿Acaso todo el mundo está equivocado y sólo a la Argentina la ha sorprendido la razón?
Para peor, la silla que la Argentina ocupa en el directorio del Banco Mundial no es exclusivamente suya; tiene, además, la representación de varios países, entre ellos la del propio Uruguay. La abstención era una cuestión de buenos modos, sobre todo cuando ya estaba todo perdido. El representante argentino en el directorio, que también representa a Uruguay, recibió órdenes de votar contra Uruguay. Así están las cosas.
Las primeras voces argentinas que se escucharon ayer fueron de duras críticas al Banco Mundial. El Banco no era tan malo cuando viajó a Washington, hace quince días, la secretaria de Medio Ambiente, Romina Piccolotti, ni cuando el Presidente le envió la carta firmada de su puño y letra. En aquellas declaraciones fue fácil advertir un viejo e inútil divertimento nacional: la Argentina nunca comete errores y, por el contrario, siempre es víctima de una conspiración mundial.
Ese recurrente consuelo nacional no permitió nunca explorar con Uruguay la posibilidad de clima propicio para el diálogo, salvo la gestión que hizo el Presidente ante el rey Juan Carlos, que a estas alturas se parece más a un traslado de responsabilidades al monarca que a una búsqueda desesperada de soluciones. No sería raro: el Gobierno necesita que alguien le diga a Gualeguaychú que tendrá que ceder y que nadie puede darse todos los gustos en vida.
El propio gobierno uruguayo descubrió la contradicción de la administración argentina en el acto. El mismo día en que el Presidente se reunió con el rey de España, para pedirle una gestión facilitadora del diálogo, se conocía la noticia de que Piccolotti había viajado a Washington con la dura carta de Kirchner al Banco Mundial. Desde ese momento, Tabaré Vázquez ordenó a su gobierno bajar todas las expectativas sobre la gestión del monarca.
La decisión del mandatario uruguayo llegó a tal extremo que él no recibió al enviado del monarca, el embajador español en las Naciones Unidas. El acto fue grave, porque Tabaré Vázquez es un hombre cordial que suele dedicarle un lugar en su cargada agenda a cualquier extranjero de cierta importancia que pasa por Montevideo. El presidente uruguayo no volverá a negociar bajo presión de los asambleístas o del propio gobierno argentino haciendo gestiones en el exterior.
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En Madrid también hay temor. La figura del rey es la única institución intocable de la democracia española, que ciertamente logró sortear enormes riesgos, algunos viejos y otros más recientes. A ningún político español, sea opositor u oficialista, le gustaría madrugar con titulares en la prensa que informaran de un fracaso del rey en el Río de la Plata.
Es probable que nadie pueda escribir nunca esos titulares. El rey dará por finalizada su gestión no bien entrevea que la vocación de diálogo está ausente entre los contendientes del sur americano. La carta que el rey le envió a Kirchner, y que hace pocos días le entregó su enviado, fue elocuente: la oportunidad de aproximarse debe ser aprovechada con sinceridad en las posiciones, dice la misiva real, aunque con otras palabras.
La estrategia de hacer colapsar los créditos a las papeleras en el Banco Mundial llevaba una dosis no menor de agresividad contra Uruguay. El gobierno argentino no contó ni siquiera con buena información. Hace unos quince días, justo cuando viajó Piccolotti a Washington, altos funcionarios del gobierno aseguraban que el Banco Mundial se aprestaba a rechazar los créditos o a postergar su resolución hasta una fecha imprecisa. Ayer, dos docenas de votos favorables a los créditos, en el directorio del Banco, abrumaron a la Argentina y a sus funcionarios.
Salvo que el Gobierno se encierre en el círculo de la verdad absoluta, ya es hora de que acepte que no acertó con ninguna estrategia frente al conflicto por las papeleras. Su obstinación fue tan grande que dejó pasar la oportunidad de aprovechar, con miras a un acuerdo, la decisión de la española ENCE de relocalizar su planta fuera de Fray Bentos.
La sociedad de Gualeguaychú necesita que un acuerdo entre los dos gobiernos la tranquilice entre tanto tremendismo y que le garantice que no verá perjudicados la calidad de su vida ni su ecología ni los buenos estándares del medio ambiente. Habría vocación de Uruguay y de la española ENCE, incluso, de incorporar a Gualeguaychú en los beneficios de un acuerdo. El rey Juan Carlos podría aportar una gestión al gobierno de Finlandia, que tiene ahora la presidencia semestral de la Unión Europea, para flexibilizar a Botnia. Todavía es posible una solución acordada.
La única pregunta que nadie responde es si el gobierno argentino se hará cargo del pequeño porcentaje de fanatismo que seguramente quedará siempre en Gualeguaychú. Hasta ahora no ha hecho nada con nadie. No lo ha hecho el Gobierno ni tampoco la Justicia, que vio, sin inmutarse, cómo se violaban todas las leyes frente a sus propias narices.
Todo problema que no se resuelve tiende a agravarse. Ya se oyen voces en el litoral entrerriano que exhortan a acciones directas en el otro lado del río. Ya hubo, también, automovilistas ofuscados del lado argentino por los cortes de los puentes. Las palabras y los actos están esbozando los trazos de una violencia que no podría descartarse.
Por Joaquín Morales Solá
Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 22 de noviembre de 2006-