Un señor llamado Roque (nota I)

Por Alcides Castagno.– Lo conocí en el grupo con que frecuentábamos las tertulias de Independiente allá por los 60. Era agradable estar con él. Silencioso, cuando por su expresión parecía que iba a lanzar una reflexión medulosa, largaba un comentario breve, chispeante, ingenioso, que precedía a la sonrisa. Roque Gaudencio Fontanetto (Shhht, no me digas Gaudencio, guardalo para mi viejo) quería ser médico pero no podía solventarse la carrera en Córdoba. Hijo único de un hogar humilde, padre talabartero, madre costurera, vivían cerca del cementerio, casi campo, sin luz. Mientras cursaba la escuela primaria en la Mitre y la secundaria en el Nacional, ayudaba a sus padres, y cuando decidió optar por la abogacía, logró un empleo en el Concejo Municipal. Cada mañana de lunes a viernes salía desde su casa en bicicleta hasta su trabajo; del trabajo se iba a la terminal y de allí a Santa Fe, a cursar derecho que no podía hacerse libre. Y regresaba ya de noche a buscar su bicicleta para volver a casa hasta la madrugada siguiente en que repetía la rutina. Así todos los días, desde el ingreso hasta el diploma. Sacrificio, constancia, responsabilidad.
Buena parte de su carrera la hizo en compañía de otra personalidad rafaelina: Omar Vecchioli. Allí se inició una amistad fraterna al punto que la esposa de Vecchioli, Rosa Blanca, es madrina de Cecilia, la hija mayor de Roque. Cuenta Rosa que, al despedir los restos de Roque, Omar citó versos de su padre Mario donde dice “Hermano mío, dulcemente hermano”; así lo consideraba. Cuando, recién recibido, quiso orientarse hacia la actividad política que le gustaba, aceptó el consejo de Omar: “No Roque, como sos vos, anotate en la Justicia porque como político de vas a morir de hambre”. Después de casado hizo el doctorado en derecho y antes de entrar a tribunales dio clases en un colegio secundario de San Vicente. Ingresó a la Justicia como escribiente en 1962, fue secretario de primera instancia en 1964 y defensor general desde 1967.

Fechas, nombres, familia

Roque Fontanetto nació el 16 de Agosto de 1937. Se casó con Silvia Ápoca el 15 de agosto de 1966, fecha elegida por su devoción a la Virgen de Guadalupe. Tuvieron ocho hijas y un hijo. Cecilia Clara (1967), Verónica Beatriz (1969), Adrián Roque (1971), Analía Rita (1972), Mariana Guadalupe (1974), Carolina Inés (1977), Claudina Mercedes (1980), Valeria Teresita (1982), Alexia Silvia (1984).
La conversación entre las hermanas fue multiplicándose en casos, anécdotas, detalles, momentos. Silvia, múltiple mamá potenciada en esposa, que supo ser sombra y luz, impulso y tolerancia, sólo contribuía entrecerrando los ojos y disfrutando el regreso de momentos que ya no volverían porque estaban presentes.
“Papi nos llevaba a dar vueltas en auto los fines de semana, a la plaza, a visitar a los nonos, a los tíos. También a veces nos llevaba a las reuniones de Cáritas, Veo por Ti, Alcohólicos Anónimos; nos gustaba acompañarlo así se aliviaba la tarea de mami en casa. En época de hongos salíamos al campo, los recolectábamos entrando a los campos y los usábamos en salsas. Él hacía prálines, dulces, ensaladas… A veces le salían bien (ríen). Solía llevarnos a jugar al parque frente a la jefatura. Nos esperaba leyendo”.
“Con el paso del tiempo el trabajo lo absorbió mucho y se pasaba el día en tribunales. De lunes a lunes, sin horario. Algunos íbamos a estudiar a su oficina, con el sonido de fondo de la máquina de escribir. Solía repetir frases en latín. Recuerdo una: Ubi lex non distinguit nec nos distinguere debemus (Donde la ley no distingue, tampoco nosotros debemos distinguir)”.
“Era gracioso. Cuando se le reclamaba algún gesto de autoridad repetía: con tantas mujeres es difícil ser el macho de la casa. Únicamente le escuchábamos palabrotas cuando iba perdiendo su amado Independiente. Otra de sus pasiones era el frontón. Los martes, jueves y domingos, infaltable. Todas pasamos por el frontón y el alfajor de maicena antes del partido”.
Además de tener una pequeña huerta con zapallos, Roque cultivaba flores. Solía llevar un ramillete que repartía entre sus colaboradoras de oficina, a veces improvisando floreros con vasitos de yogur. Cuenta José María Flores que sabía cuando Roque había pasado frente a su casa porque encontraba jazmines en la ventana.
“Era muy despistado -tercia Carolina- una vez me llevó al parque, me dejó jugando y me dijo: ya vengo a buscarte; se olvidó de mí ¡tres horas lo estuve esperando! Con alguna frecuencia llegaba a casa a pie porque olvidaba que su auto había quedado estacionado frente a Tribunales. Otra vez, lo acompañé en su oficina mientras trabajaba; para entretenerme, le ponía pincitas y hebillas en el pelo; en una de esas lo llamaron desde la entrada porque alguien quería verlo y se fue así con todo puesto. Recién se dio cuenta en medio de las risas y las cargadas que se mantuvieron mucho tiempo”.

El defensor

La personalidad profesional y humana de Roque se manifestó en su cargo de Defensor General (alguna vez se llamó Defensor de Pobres, Menores, Incapaces y Ausentes). Esa función lo mantenía atado a la silla, pegado a su escritorio, aferrado a su biblioteca, iluminado por su vocación de amor al prójimo. Allí se quedaba hasta entrada la noche y volvía muy temprano, sin feriados, sin cansancio.
En los litigios por divorcio, repetía las audiencias de conciliación una y otra vez y otra vez más, hasta lograr en muchas ocasiones que las parejas vuelvan a unirse. Gozaba haciendo el bien a la gente más necesitada. En repetidas oportunidades se le ofreció el ascenso a juez. Nunca lo aceptó y llegó hasta viajar a Santa Fe para pedir personalmente que no insistan, que su lugar era la defensoría, que no se sentía en condiciones de juzgar a alguien y menos aún condenarlo. Y siguió en el cargo. Los desposeídos lo buscaban y siempre lo encontraban, en su oficina o en casa, dispuesto, afectuoso, conciliador.
Una anécdota más: Cuando los tribunales estaban en calle Belgrano eran una verdadera ratonera, que amenazaba a los expedientes. Algo había que hacer: Roque, con su “hermano” Vecchioli, introdujeron unos cuantos gatos a los que alimentaban para que ahuyenten a los devoradores de expedientes.
Roque Fontanetto fue y es uno de los personajes indiscutidos de la ciudad, aún dentro de una profesión controvertida que a menudo coloca a sus diplomados en situaciones discutibles.
En la próxima nota ofreceremos enfoques especiales de un señor llamado Roque, sobre el valor del dinero, su pasión tanguera, su protagonismo en instituciones.

Fuente: https://diariocastellanos.com.ar/

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