Por José Ignacio López.- Tanto el 30 de octubre de 1983 como el 10 de diciembre de ese año inaugural fueron una fiesta de todos. Quienes la vivimos. podemos y debemos dar fe que entonces nos alegramos y celebramos juntos sin preguntarle al de al lado por quién había votado o qué pensaba: estábamos recuperando la libertad. Porque estamos en las antípodas de esa situación invito a hacer memoria para construir, a huir de esa costumbre histórica de mirar el pasado solamente para cargar la mochila del otro.
Corresponde sí que celebremos los 40 años de democracia, el período más largo de nuestra historia en el que gobiernos elegidos por el pueblo sucedieron a otros igualmente elegidos. Ese fue el compromiso de aquél Presidente al que me enorgullece haber acompañado. Pero hagámoslo solo si asumimos la inaceptable deuda con la que cargamos todas las dirigencias: una democracia con esta pobreza y estas desigualdades escandalosas no es una democracia.
Menos aun, si sigue el festival de mezquindades ofrecido por dirigencias de todo orden de un lado y otro del poder, que abruma a una sociedad desconcertada por ante un griterío que no es debate ni conversación social, que describe los efectos corrosivos de la crisis pero que no asume conductas consecuentes.
Es necesario el diálogo pero un diálogo humilde y hondamente sincero, un diálogo condolido por el fracaso que compartimos.
La política implica diferencias, existencia de adversarios, discusiones empinadas, pero la política no es solamente conflicto, también es, y necesariamente, construcción compartida. Permítanme ir a lo que considero el legado del presidente Raúl Alfonsín, el último discurso que pronunció en la Casa Rosada, aquella inolvidable tarde de octubre de 2008, hace 15 años.
«No se puede demorar más un acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y sociales en defensa de la República y de la gobernabilidad”, reclamaba junto a su busto recién emplazado. Fue la última vez que pasó entre los granaderos como tantas mañanas y tantas noches de aquel período de transición augural de la democracia recuperada. Y entonces nos propuso: “Que todos lo intentemos con la cabeza y el corazón en el presente y la mirada hacia el futuro. Porque los argentinos hemos vivido demasiado tiempo discutiendo para atrás».
Estaba lúcido, espiritualmente sereno y en paz con su conciencia, pero como tantas otras veces, angustiado por el desvarío de una dirigencia (no sólo política) atrapada por “la intolerancia, la violencia, el maniqueísmo, la compartimentación de la sociedad, la indisponibilidad para el diálogo y el acuerdo”, rémoras con las que sigue cargando nuestra democracia.
Esa convocatoria sigue pendiente.
El autor es periodista y ex vocero presidencial del presidente Raúl Alfonsín.
Fuente: https://www.mdzol.com/