Todas las historias tienen un comienzo, pero en muchas es confuso y discutido y la historia de la conquista Antártica no es la excepción que confirma la regla. Desde los primeros barcos balleneros que se adentraban en sus aguas congeladas para ampliar sus ganancias en el comercio internacional, o de aquellos aborígenes de Tierra del Fuego que realizaban navegaciones de meses buscando nuevas tierras o de las incansables carreras por la conquista del polo Sur como las que llevaron acabo marineros como Amundsen, Scott y Schackleton.
La intención de esta nota no es hacer una monografía sobre aquellas historias de comienzos del siglo XX o de aportar algún dato bibliográfico nuevo. Sin embargo, si es la de contagiar el “espíritu antártico” a cada uno de los lectores. No puedo empezar de otra manera que nombrando a José María Sobral, el primer argentino que invernó durante dos años consecutivos en el Continente Antártico, como el primer registro para nuestro país de permanencia en esas latitudes. Más importante aún fue lo que ocurrió un año más tarde, cuando el 22 de febrero de 1904 Argentina se hizo cargo de un observatorio meteorológico escocés en la isla Laurie de las Orcadas del Sur (actualmente Base ORCADAS). Gracias a esta ocupación, hoy podemos celebrar más de un siglo de presencia Argentina en suelos antárticos. Cabe destacar que durante 40 años nuestro país fue el único ocupante permanente del Antártico, constituyendo este record uno de los pilares mas fuertes a la hora de reclamar nuestros títulos de soberanía frente al Sector Antártico pretendido por Argentina (actualmente sobre el mismo sector existen otros 2 reclamos: el británico y el chileno). Muchos años después, y luego de la instalación de varias bases, campamentos y refugios en la década del 40, en 1951 se crea el Instituto Antártico Argentino ante la necesidad de contar con un Instituto especializado que dirija las investigaciones y estudios de carácter científico-técnico vinculados con la Antártida. Con la realización del Año Geofísico Internacional (1957) se obtienen grandes logros a nivel científico-técnico, fomentando desde entonces un esquema de libertad de investigación científica y cooperación internacional, abriendo el camino hacia una convivencia pacífica y la posterior firma del Tratado Antártico. Para complementar las actividades del Instituto Antártico y apoyar los aspectos del Tratado, en 1969 se crea la Dirección Nacional del Antártico para dirigir y controlar la actividad antártica argentina. En 1991 se firmó en Madrid el «PROTOCOLO AL TRATADO ANTARTICO SOBRE PROTECCION DEL MEDIO AMBIENTE», designando a la Antártida como reserva natural, consagrada a la paz y a la ciencia.
Gracias a estas medidas de conservación y respeto, actualmente sólo se realizan en suelos antárticos trabajos de permanencia pacífica e investigación, prohibiéndose toda actividad bélica, la construcción de fortalezas militares y prueba de armas, la explotación de recursos naturales y el vertido de desechos de la actividad atómica y nuclear. Por lo tanto, este continente ofrece una oportunidad única de estudiar patrones y procesos biológicos en un ambiente totalmente prístino. Considerado un gran “laboratorio natural” permite observar y analizar ambientes únicos sin alteración antrópica. Proteger el medio ambiente antártico y sus ecosistemas dependientes y asociados, como todas las formas de vida que allí habitan, es asimismo, respetar la importancia y la influencia de la Antártida para el medio ambiente global.
Quien tuvo la oportunidad de viajar al continente Antártico conoce la belleza de sus paisajes vírgenes, con glaciares milenarios que se mezclan y contrastan con el azul infinito de sus mares de aguas gélidas. La Antártida es un continente rodeado de mares profundos y helados que la aíslan de cualquier continente vecino en un mínimo de 1000 km. A este aislamiento geográfico se le suma una historia evolutiva de millones de años que provocaron que en esta “tierra blanca” habiten especies endémicas y con características únicas, adaptadas a vivir en temperaturas bajo cero, vientos huracanados y días y noches que duran meses. Aunque solo llueven alrededor de 100 mm de agua al año, posee la mayor reserva de agua dulce del planeta, congelada en incontables glaciares que duplican su tamaño en los meses de invierno. Cubierto en casi su totalidad por una gruesa capa de hielo de un espesor promedio de 2 km., es el continente más alto del mundo. Alberga anualmente a centenares de mamíferos marinos y a miles de colonias de aves que llegan para alimentarse o reproducirse. Santuario de vida marina que sostiene una biodiversidad aún mas heterogénea y abundante que en su superficie, posee increíbles comunidades de invertebrados como ascidias, esponjas, estrellas y corales que forman parte de una red trófica de incontables interrelaciones.
No alcanzarían las hojas para describir las maravillas naturales que encierra este continente, que nunca duerme pero siempre descansa. Pero este ecosistema es frágil y esta comenzando a verse afectado ante un escenario de cambio climático. En los últimos 50 años la temperatura de la Península Antártica se ha incrementado en 2,5 °C, situación que preocupa a los investigadores del mundo debido a las consecuencias a corto y largo plazo. Una de los resultados directos es el aumento en el derretimiento glaciario, que provoca un mayor aporte de sedimentos al mar, con consecuencias documentadas en la producción primaria y en los niveles tróficos de las comunidades marinas. Asimismo, esta retracción de los glaciares provoca un efecto domino en muchos procesos naturales que se verán afectados, como la disminución de la salinidad del agua marina por un mayor aporte de agua dulce, afloramientos de zonas nuevas libres de hielo que disminuyen el albedo, incrementos en los niveles de los océanos y cambios en los patrones climáticos a nivel mundial.
Es verdad que la naturaleza es cambiante y esos cambios pueden ser lentos o rápidos, con toda una gama intermedia de fenómenos posibles. Hay cosas fuera del alcance de nuestras manos y muchas limitaciones frente a fenómenos naturales impredecibles. Pero el problema es que actualmente estamos generando cambios a velocidades no naturales debido a nuestra actividad desmedida y sin legislación o regulación alguna, provocan una disminución de la resiliencia de los sistemas naturales.
Hoy, a 105 años de ocupación antártica, y con la firme intención de comprometernos a la hora de tomar decisiones y ser responsables de nuestros actos, debemos ser conscientes de que no solo estamos perdiendo un paisaje hermoso e irremplazable, sino lo que es peor aún, la base de procesos biológicos muy frágiles que pueden determinar el futuro del planeta.
Desde Base Jubany, Biólogo rafaelino Cristian Lagger.